Debo a la investigadora puertorriqueña Marta Aponte Alsina la interesante historia del escritor de novelas policiacas Newton Gayle, que no era más que el pseudónimo de la dupla formada por la norteamericana Muna Lee y el irlandés Maurice Guinness. Ambos escritores vivieron en Puerto Rico a principios del siglo XX y ambientaron algunas de sus novelas en la propia isla, uniéndose así a Hemingway, -contemporáneo de ambos-, en las vivencias personales y la descripción literaria del Caribe. Teniendo en cuenta que Muna Lee estuvo casada con el político puertorriqueño Luis Muñoz Marín y que yace enterrada en la capital de la isla, muy bien puede ser considerada una escritora boricua por adopción aunque escribiera en inglés. Pero ya que hablamos de residentes, verdaderos habitantes de las islas, aunque nacieran en otros puntos de la geografía, acerquémonos entonces a los autóctonos, a los que sí nacieron y crecieron por acá.
Aunque tratamos, por razones de espacio, de referirnos solamente a las islas del Caribe (ya violamos esta regla con el Sastre de Panamá) no quiero dejar de lado el Caribe colombiano, -muy cercano en idiosincrasia a nosotros-, y su máxima expresión literaria, Gabriel García Márquez, autor, entre otras muchas joyas de “Crónica de una muerte anunciada” y el relato periodístico, al mejor estilo de Truman Capote, “Noticia de un secuestro”. Si ambos libros no reúnen condiciones para esa nueva novelística postmoderna de aventuras “policiacocriminalesnegropolíticas”, entonces ¿Quién las reúne?
Pero volvamos a las islas y arribemos al inicio cierto de la novelística policiaca autóctona. Ese inicio está unido, sin la menor duda, a los primeros años de la Revolución Cubana. Un poco antes, en las décadas del cuarenta y cincuenta Carlos Montenegro, Gregorio Ortega, Lino Novás Calvo y el pintor Leonel López-Nussa habían escrito algo de novela y sobre todo cuentos que pudieran encuadrarse muy bien dentro del tema que tratamos, pero es el fenómeno revolucionario el que abre realmente la puerta a esta temática. Acerquémonos entonces a él.
La Revolución Cubana, debido a toda una serie de factores que no son del caso analizar aquí, adquiere relevancia no solo en el ámbito caribeño, sinó también a nivel continental e incluso mucho más allá, implicándose en poco tiempo en los avatares de la Guerra Fría y en los riesgosos malabarismos de la relación entre potencias.
Casi desde el inicio (año 1959 y primeros 60) comienzan a producirse eventos que marcarán la literatura cubana de una manera indeleble: Una confrontación entre el gobierno cubano y el gobierno de los Estados Unidos tan seria que incluso en octubre de 1962 arrastra a la Unión Soviética al vórtice de la misma y pone al mundo al borde mismo de una guerra nuclear. Una confrontación entre sectores de la población (segmentos de la clase media, remanentes de las clases previamente dominantes, campesinos, sobre todo los de las zonas montañosas del Escambray, algunos grupos estudiantiles) apoyados, -y muchas veces abandonados-, por el gobierno y los servicios de inteligencia norteamericanos enfrentados violentamente al gobierno y amplios sectores del pueblo cubano que aún manifestaban claramente su apoyo al liderato de Fidel Castro. Un indudable estímulo inicial al desarrollo de la cultura y la educación acompañado por un control cada vez más estricto de las publicaciones, del contenido de las publicaciones y de la “pureza ideológica” de lo creado. Un éxodo cada vez más marcado de amplios sectores de la población, al principio personeros del antiguo régimen y personas adineradas, pero muy pronto porciones de todas las clases sociales, éxodo, votación con los pies, según palabras de Lenin, que ocurre por diversas vías, legales e ilegales, presentándose incluso, cada cierto tiempo, pulsos de escape (Camarioca, El Mariel, Crisis de los balseros, Maleconazo etc.). La creación y desarrollo de unas fuerzas armadas (Minfar) y dos ministerios completos dedicados a la contrainteligencia interna y a la inteligencia exterior (Minint, DGI, Departamento América) que en determinados momentos son capaces de rivalizar, incluso, con ejércitos de altísima tecnología (Sudafrica, Israel) y con servicios de inteligencia del primer mundo (CIA, MI5, la propia KGB en ocasiones excepcionales).
¿Qué surge, literariamente hablando, de todo este fenómeno inédito no solo en el Caribe sinó en América Latina? En la primera década de la Revolución no surge casi nada. Varios libros de recuentos sobre la guerrilla de la Sierra Maestra: “Los que luchan y los que lloran” del argentino Jorge Ricardo Massetti y “Pasajes de la guerra revolucionaria” del también argentino, y ahora ícono posmoderno (no por su literatura), Ernesto Che Guevara, -ambos muertos en esa misma década en diferentes aventuras guerrilleras-, muchos libros hagiográficos que no han soportado la prueba del tiempo y un caso muy especial, “Condenados de Condado”, de Norberto Fuentes, publicado en 1968 y prohibido personalmente por Fidel Castro.
Este pequeño libro, de reconocida calidad literaria, narraba, desde la perspectiva revolucionaria la cruenta lucha de las llamadas tropas LCB (Lucha contra bandidos) contra las guerrillas campesinas contrarevolucionarias, los “bandidos” del Escambray, formadas, casi en su totalidad, por campesinos apegados a sus tierras y antiguos guerrilleros antibatistianos, excompañeros de Fidel Castro y el propio Che Guevara.
Este es el único libro de aventuras militares y temas políticopoliciacos de verdadera relevancia en toda esta década. La prueba de que Norberto Fuentes, por entonces un jóven periodista, escribió un libro con una óptica y un compromiso revolucionarios es que este escritor, después de estar castigado por casi diez años haciendo trabajos manuales, sentencia que aceptó con disciplina y estoicismo, regresó a las tareas de cronista de los ejércitos cubanos en Africa, interrogó y ejecutó prisioneros, siguió escribiendo buena literatura, incluyendo un libro antológico sobre Hemingway en el Caribe y otro sobre las operaciones cubanas contrainsurgentes en el sur de Angola, se codeó con el generalato cubano y el propio Fidel Castro, gozó de todo tipo de privilegios y finalmente, después del famoso caso Ochoa, en el que se vió tangencialmente implicado, decidió emigrar… y seguir escribiendo. ¿Una vida de novela la del propio Fuentes; un mercenario de talento? Dejemos que la historia dictamine.
¿Por qué fue prohibido el libro? Porque narraba la valentía, capacidad de sacrificio, decisión implacable de lucha y crueldad de AMBAS partes en conflicto, algo así como la visión hemigweiana de que el hombre puede ser destruido, pero no vencido, y eso, aunque fuera la pura verdad, era inadmisible desde el punto de vista de la NECESIDAD del momento. En aquel tiempo, hoy no, Fuentes reconoció su error y bajó la cabeza. No olvidemos que según Stalin, -y Castro, claro-, el fin justifica absolutamente cualquier medio, incluso, por supuesto, eliminar la buena literatura.
“Condenados de Condado” y Fuentes fueron una llamada de atención (reforzada con “palabras a los intelectuales” de Fidel Castro, las tristes experiencias del documental PM, el cierre de Lunes de Revolución, el ostracismo de Antón Arrufat y el denominado Caso Padilla) para todos los escritores cubanos y unos cuantos latinoamericanos. De aquí en adelante no habrá concesiones, ni la más mínima, al enemigo, y la identidad del enemigo, que puede cambiar de acuerdo con las circunstancias, será invariablemente decidida por la máxima dirección del gobierno y el partido, que, casualmente, recaían en la misma persona.
En 1970 Ignacio Cárdenas Acuña (que vive ahora en Miami) comienza el boom de la novela policiaca cubana comprometida con “Enigma para un domingo”, el uruguayo residente en Cuba Daniel Chavarría le sigue con “Joy”, una novela entretenida y de indudables méritos literarios, y de ahí en adelante se desprende una verdadera catarata: Armando Cristóbal Pérez, José Lamadrid Vega, Alberto Molina, Juan Angel Cardi, Rodolfo Pérez Valero, Guillermo Rodríguez Rivera, Luis Rogelio Nogueras, Justo Vasco, Carmen González Hernández y muchos otros que publicaron, ganaron premios, aparecieron en los periódicos y en los medios televisivos, tuvieron sus quince minutos de fama y después cambiaron de oficio, se fueron de Cuba o simplemente desaparecieron del ambiente literario.
Por estos años comenzaron a producirse también seriales para la televisión que narraban historias de agentes cubanos infiltrados en el corazón del enemigo imperialista, oficiales de la policía que con la ayuda del pueblo erradicaban actitudes y delitos que venían de otras épocas, nunca del pueblo, y aventuras de jóvenes cubanos peleando contra los malos en las guerras africanas (“En silencio ha tenido que ser”, “Sector 40”, y un largo etc. que dura hasta hoy) que tuvieron un enorme éxito de teleaudiencia y que básicamente cumplían los mismos parámetros de la novela pero con la tremenda agilidad del medio y con el gancho de la novela por entregas. El autor de estas líneas recuerda, con cierta nostalgia, la noche de verano de la década de los 70 en que en el último episodio de “En silencio ha tenido que ser”, David, el héroe imbatible, regresa, en un avión secuestrado a punta de pistola, a la patria, donde le espera, tragando lágrimas de alegría, su esposa, una heroína proletaria que le ha esperado vírgen por diez años, después de él vencer a la CIA, al FBI, a varios gobiernos centroamericanos y unos cuantos del sur del continente, a más de treinta asesinos a sueldo y unos cien mercenarios, a los agentes sudafricanos e israelíes y a la despreciable contrarrevolución de Miami (se me deben olvidar algunos enemigos más). Hoy todo esto me parece un poco infantil, pero toda Cuba se paralizó, pegada a los televisores, para disfrutar de aquella apoteósica llegada. Critique usted entonces a Hollywood y las novelas mexicanas.
Se creó un concurso nacional para premiar novelas policiacas denominado Aniversario de la Revolución, una revista, Enigma, una asociación (AIEP), Asociación Internacional de Escritores Policiacos (cuyos fundadores viven hoy, todos, fuera de Cuba) y una editorial (Capitán San Luis), y claro está, se publicaron cientos de novelas y cuentos, unos mejores, otros malos, otros peores, pero TODOS, sin excepción, con unas características comunes: 1- Todo lo que viene del norte es malo; todo lo que viene del pueblo es bueno. 2- La policía revolucionaria no tiene genios solitarios sinó equipos ayudados por el pueblo. 3- Todos los buenos pertenecen al pueblo y son revolucionarios; todos los malos son mercenarios, ricos, cobardes y nunca salen del pueblo (realmente nadie sabe de donde salen, salvo que vienen del norte o les gusta el norte). 4- Si un agente tiene, por la imperiosa necesidad de proteger la revolución, que ir al norte, vivirá en absoluta abstinencia, amará castamente a una obrera revolucionaria que se quedó en la patria y casi morirá de asco ante el exagerado consumismo y las hamburguesas de McDonalds (si duda vea a David), etc. Y como Marx nos enseñó la dialéctica, la dialéctica se impuso al fin. Todo esto, de tanto repetirse hasta el cansancio, terminó por agotar y agotarse.
Y como la vida es dialéctica, las cosas fueron cambiando inexorablemente. Con el paso de los años el socialismo real fue deteriorándose hasta desaparecer, el hombre nuevo no se hizo realidad, los “vicios del pasado” y algunos nuevos: prostitución, consumismo, avaricia, corrupción administrativa, homosexualidad, travestismo, religiosidad (de cualquier matiz), consumo y tráfico de drogas, insolidaridad, tráfico de personas, vagancia, y un largo etc. no solo no se extinguieron como se proponía la utopía, sinó que aupados por las carencias y conflictos del llamado “período especial” se exacerbaron, y la literatura policial cubana comprometida se convirtió en un contrasentido; como explicar que los malos no venían ahora del norte sinó que salían ¡horror! del propio pueblo, y para colmo, todos, o casi todos, se habían formado en las escuelas al campo, habían pasado por el servicio militar obligatorio, habían cumplido misiones internacionalistas en Africa, vivían no en mansiones sinó en casas de vecindad y edificios múltiples y, aunque se jugara con las matemáticas, nacido veinte o treinta años después de derrocado Batista y de derrotado el imperialismo en las arenas de Playa Girón. ¿Fin entonces de la novela policiaca y de aventuras cubana? No, para nada.
Los eventos económicos, políticos y sociales que modificaron el panorama literario cubano de los últimos quince años rebasan totalmente el tema de este artículo y son motivo de extensas discusiones académicas. Lo cierto es que el relajamiento del control oficial, no sobre la prensa, que sigue perteneciendo totalmente al estado, pero sí sobre la posibilidad de publicar en el exterior, abrió una puerta inesperada por la que se coló, ahora sí, la siempre latente y muchas veces engavetada buena literatura.
En los 70 y los 80 las novelas y los cuentos de esta temática se publicaban en Cuba por las editoriales cubanas, lo que no ha dejado de hacerse aunque con muchísimas limitaciones, sobre todo económicas y de insumos, pero a partir de los 90, y sobre todo después del 2000, primero con timidez y después como una creciente bola de nieve, comienzan a aparecer libros en Europa, México y los Estados Unidos, tanto de autores que emigraron, pero que mantienen la temática de la isla, como por autores que continúan viviendo en ella. Hagamos un alto aquí. En este fenómeno novedoso es imprescindible destacar a un autor, que casi solo, recreó la nueva novela cubana policiaconegra o posmoderna o como quiera llamársele: Leonardo Padura Fuentes.
Jóven y excelente periodista del tabloide “Juventud Rebelde”, órgano de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), Padura se lanza al ruedo literario con libros sobre poetas cubanos del siglo XIX y sobre música, la salsa en particular, aunque con el tiempo va llegando el momento de dar salida a su gusto por la novela policiaca, pero NO la comprometida sinó la que él considera que debe escribir . Comienza a elaborar una tetralogía que denomina “Las cuatro estaciones”, donde introduce al reverso de la medalla, el teniente, después exteniente Mario Conde; un personaje solitario (sus amigos, que los tiene, son pocos, derrotados y marginales), depresivo, bebedor compulsivo, desencantado, a veces, muchas veces, asqueado de lo que le rodea, que gusta de buscarse problemas y vive en una sociedad donde los problemas son la norma y no la excepción, como establecía la literatura hasta entonces en boga, en fín, lo opuesto al héroe colectivo y radiante desfacedor de entuertos causados por la CIA. Padura, después de cinco novelas policiacas (escribe una más con Hemingway como personaje) va incluso más lejos; su reciente novela “El hombre que amaba a los perros” es, además de una impresionante recreación histórica sobre el asesinato de León Trosky a manos de la NKVD, una novela esencialmente caribeña y cubana, cubana de hoy, donde un investigador “por la libre”, temeroso pero lleno de curiosidad, termina muriendo aplastado por el techo de su casa en ruinas debido a la eterna carencia de materiales.
Detrás de Mario Conde, perdón, de Leonardo Padura vienen Amir Valle, Lorenzo Lunar, María del Carmen Muzio, José Latour, Félix Sanchez, Leonelo Abello y quince o veinte mas. Pedro Juan Gutierrez, que no escribe novela policiaca ni de aventuras, sinó una especie de novela negroerótica, a veces incluso de marcado acento pornográfico, narra aventuras de borrachos, jineteras (lease putas), rateros, desesperados, suicidas, azoteas y callejones que hubieran hecho estremecer a un Hammett.
¿Justicia poética? El descalabro del socialismo cubano genera una novela policiaca y de aventuras que ahora si está ganándose un lugar en la literatura mundial, aunque aquí cabe una observación que ya han hecho diversos investigadores literarios: se corre el riesgo de que el viejo dogmatismo ideológico que hacía verlo todo maravilloso, excepción hecha de los malos, se convierta ahora, de manera repetitiva, en un catálogo de miserias, derrumbes, bajezas, mugres, alcohólicos, putas y putos, etc. que si bien es cierto que lamentablemente existen, pueden trivializarse a fuerza de abusar constantemente de su empleo como calce literario. Ojo. ¿Y los otros países del área del Caribe?
No ser pierda la tercera parte de esta serie en la que se hablará de la novela detectivesca en los demás países del Caribe.