El azul tejado era amenazado por nubes a punto de romper en llanto. A las siete de la mañana, la carretera congestionada mantenía a decenas de personas aguardando por arribar a la playa. Cualquier costa, daba igual. Un propósito en común, ensalzaba el espíritu altruista con la naturaleza. Media hora atravesando pueblos entre un atestado tráfico, visualicé el puente Teodoro Moscoso. El peaje de dos dólares a distancia, me invitaba a cruzar hacia Piñones. Mas, me limité al parque, Adolfo Dones. Ya habían llegado los organizadores del evento. Para enlistarme en la mesa de inscripción debía esperar mi turno. La Universidad de Puerto Rico, en éste lugar, tenía su representación. Siendo parte de la clase de ciencias biológicas, debíamos hacer lo propio con el ambiente. Una gira no vendría mal, y menos si acudíamos al llamado del Día Internacional de la Limpieza de Costas. ¿Nuestros padrinos? Scuba Dogs Society. Mientras prestábamos atención a las instrucciones de los capitanes, intuimos la ardua tarea que nos acechaba el tercer sábado de septiembre. Nos dirigimos a trabajar dispuestos a toparnos con eventos del pasado. Con la basura de un día familiar, con la cura de los marginados por la sociedad y con el placer desenfrenado de la juventud. Jamás pensamos, la zona estaría repleta. Botellas de plástico por doquier, paneles de madera, envolturas de comida; la desconsideración, plena. En un punto, comenzamos a reflejarnos a nosotros mismos, cuando por la prisa no tomamos las consecuencias en serio. No pensamos en el futuro, pues es necesario vivir el presente. Hay que disfrutar y charlar con los amigos, no hay tiempo para recoger los rastros del buen tiempo recorrido. Al alcanzar el final de nuestro voluntariado, una montaña de sacos negros se yergue en el lugar de partida. Escombros que parecen alegrarse al ser rescatados por el vertedero. El sol calienta justo al mediodía. Nos alumbra con rayos candescentes, nos invita a ducharnos al permitir que la lluvia bautice nuestro viaje de regreso. Cae el agua y se recogen los cuerpos. El parque respira aire fresco. A pesar de haber sido albergue propicio para una gomera, zapatería, un supermercado e incluso un “Condom World” de hecho, ahora permanece tranquilo. El verde de su fauna, resplandece. Sus suelos pueden categorizarse entre la gama de colores. Animales, pueden desplazarse sin miedo. Un día, en un pequeño pedazo del área metropolitana. Un pedazo, que quizás no sea lo suficientemente grande como para generar un alto en el pensamiento de la gente. Una actividad en el calendario, que sirve de recordatorio para todos, de que miles sacaron de su tiempo, para aminorar el daño.