Para mi proyecto de tesina del Programa de Estudios de Honor, consulté un artículo del profesor Waldemiro Vélez Cardona que, citando al Shaman Aymara Don Carlos, hacía la siguiente pregunta: ¿cómo puedes conocer algo si no lo puedes sentir?
Desde que, por herencia de Occidente, se nos enseñó que las emociones y la razón son asuntos separados, la educación que hemos recibido ha sido carente de la imaginación y las destrezas necesarias para transformar nuestra realidad.
Pareciera ser que es más importante conocer la democracia que sentirla en nuestra comunidad; conocer la justicia que sentirla haciéndose realidad; conocer la crisis fiscal del país que la tristeza, el coraje y la indignación que provoca su venta y nuestra imposible estadía en él. Ojalá algún día Don Carlos pueda conocer el espíritu, carácter y ahínco de todas aquellas que somos parte de la lucha estudiantil por la educación pública. Le puedo asegurar que este archipiélago no había sentido algo tan potente, grande y genuino que la huelga de país que hemos emprendido las estudiantes de la Universidad de Puerto Rico (UPR).
En medio de una crisis social sin precedentes –en la que se nos impone una Junta de Control Fiscal con su reforma laboral, cierre de escuelas, venta de Playuela, feminicidios y exilio de 160 personas diariamente– las estudiantes somos una llama implacable de esperanza y emoción que clama: ¡Basta ya! ¡Que paguen los culpables!
Aún con la indiferencia e irreverencia de los “profesores de blanco” –que han condenado este “suicidio político”, sin inmutarse tan siquiera a defender el blanqueamiento “inevitable” que sufrirán sus retiros y seguros médicos– nosotras hemos aplicado los saberes universitarios a nuestras prácticas organizativas y acciones políticas.
En vez de leer sobre la democracia, la vivimos cuando participamos en reuniones de base y plenos estudiantiles en los que tomamos decisiones colectivamente. En vez de estudiar modelos educativos emergentes, tuvimos un sinnúmero de charlas, conversatorios y talleres de contenido social, artístico y científico que eran de interés colectivo y de gran pertinencia para el país, a diferencia de lo que nos enseñan los peritos de la UPR.
En vez limitar la violencia a mero observatorio, estudiar la justicia y dejarla a merced de los tribunales –como el caso del exalcalde Héctor O’Neill–, los estudiantes iniciamos una auditoría denunciando el esquema de corrupción del Banco Santander en las emisiones de bonos del país, que aportaron a que hoy tengamos una deuda de dudosa legitimidad ascendente a $70 mil millones. Creamos literatura accesible para todos, un medio de comunicación e impactamos sobre 500 personas en sucursales emplazando a Carlos García y José Ramón González, exfuncionarios del Banco Gubernamental de Fomento, otroras ejecutivos de Santander, y actuales miembros de la Junta de Control Fiscal.
Además, radicamos cinco proyectos de ley para allegar fondos a la UPR, en fusión plena de la teoría con la práctica. En vez de dejar en discurso la reestructuración universitaria, retomamos la Mesa de Trabajo y Reforma, hicimos un análisis riguroso de la gobernanza, administración y currículo de nuestro centro docente. En vez de dejar la agricultura y el trabajo social en ideas fútiles para vincular más la universidad con el país, el Huerto Semilla colaboró con el Comité Central de Comida para alimentarnos los pasados 71 días, y el Comité de Activismo logró vincularnos con las comunidades aledañas al recinto para conocer sus historias.
Logramos sensibilizarnos contra la frialdad disciplinaria que nos impuso la universidad “abierta”. En vez de analizar los movimientos sociales, movilizamos sobre 100,000 personas el 1 de mayo y nos reunimos con los siete intocables de la Junta de Control Fiscal. Intocables que, en esa reunión con el Comité Negociador Nacional, no tiene la más mínima idea de cómo “salvar” el país, aunque le paguemos millones a cambio.
Dicen que quienes tengan intereses individuales, jamás entenderán una lucha colectiva. Aquellos que casi desmayan y se les hirvió la sangre por ver la universidad “cerrada” es porque su normalidad se entorpeció. De repente, su poder como administrador o profesor omnipotente se desvanece, su privilegio de representante estudiantil que confunde la “intimidación” con la fiscalización y la protesta se evidencia, y su poca legitimidad como primer ejecutivo que vive de plagios académicos se destapa.
Ante la indiferencia de creer que 500 grafitis contestatarios son más costosos que la violencia innegable de recortar $500 millones de razones a nuestro principal patrimonio educativo, la huelga estudiantil provoca indudablemente un despertar para la sociedad en general.
¡Es hora ya! Llevamos enajenadas de nuestra propia violencia cotidiana por más de 500 años. Tenemos que paralizar el poder que nos oprime, escuchar nuestras cadenas y romperlas. Mientras exista el capital, el patriarcado y la colonia, siempre tendremos un 31 de agosto de la Jornada Se Acabaron las Promesas y un 8 de marzo de la Colectiva Feminista en Construcción para recordarnos que vale la pena luchar.
Instamos a la Hermandad de Empleados Exentos no Docentes (Heend), la Asociación de Profesores Puertorriqueños Universitarios (APPU), Profesorxs Autoconvocadxs en Resistencia Solidaria (PAReS), y la Unión de Trabajadores de la Industria Eléctrica y Riego (UTIER) a desempolvar sus votos de huelga y ejercer su poder desde la acción. Si sentimos indignación suficiente cuando nos despedimos de nuestras familias en el aeropuerto, cuando nuestros abuelos deciden entre comida y medicinas porque su retiro no da o lloramos cuando perdemos un ser querido a causa del suicido, reconozcamos que sí podemos revolucionar el país.
La lucha por nuestra reivindicación seguirá renovándose y aprenderemos de las críticas. Tendremos siempre el agradecimiento y las energías de quienes nos apoyaron, pero no será fácil. Sin embargo, un médico caborrojeño de antaño me dijo que el enemigo es tan grande como el miedo que le tengamos. Los estudiantes no tenemos miedo. Quien falta eres tú.