Las costas de Puerto Rico son sumamente privilegiadas. Anualmente, entre los meses de abril y mayo,nuestras playas son visitadas por la tortuga marina más grande del planeta, Dermochelys coriacea mejor conocida como el tinglar.
Estas tortugas constituyen una especie sumamente exitosa en términos ecológicos y evolutivos, ya que de las más de 10,000 especies de reptiles que han sido identificadas hasta el momento, el tinglar es el más distribuido a través del globo. Inclusive se ha propuesto la posibilidad de que sea el más distribuido de todos los vertebrados, lo que significa que estos individuos han adquirido la increíble capacidad de acondicionarse a una amplia variedad de hábitats, tarea difícil para muchos otros organismos.
A pesar de que los siglos de adaptación evolutiva han potenciado a esta tortuga marina para la proliferación, no la han preparado para confrontar la mayor amenaza que enfrenta el mundo natural, el disturbio por parte del ser humano. Lamentablemente la avaricia del hombre en busca del “desarrollo” ha llevado a la destrucción de los hábitats de especies como el tinglar. Desde hace siglos las actividades antropogénicas han causado perturbaciones que han resultado en el deterioro de ambientes como el océano, lo que ha traído cambios en sus dinámicas ecosistémicas debido a la reducción en cantidad y calidad de los entornos disponibles para especies como el tinglar.
Durante décadas la comunidad en general, junto con movimientos ambientalistas, han reclamado la implantación de políticas que protejan los ecosistemas de un sin número de especies que son de suma importancia por su rol ecológico, muchas veces siendo ignorados por los que están en el poder. Pero, tal vez la historia sería distinta si nuestros líderes políticos entendieran lo mucho que se beneficia la ciudadanía de todos los servicios ecosistémicos provistos por especies claves como el tinglar, ya que al poner en riesgo organismos como estos, nos ponemos en riesgo a nosotros mismos.
Un término que ha adquirido un reciente auge dentro de la comunidad científica es el de servicio ecosistémico. Los servicios ecosistémicos son los beneficios que los humanos recibimos del mundo natural. En el caso de los animales, la maximización de su potencial para brindarnos servicios depende de su posición dentro de la cadena alimenticia, su influencia sobre los aspectos físicos y funcionales del medioambiente y de su abundancia poblacional entre otros.
El tinglar es una especie con una enorme aptitud para la provisión de servicios, pero lamentablemente esta capacidad ha sido reducida debido al gran decrecimiento en individuos de esta especie, particularmente en las aguas caribeñas. Registros históricos han revelado que las poblaciones de las tortugas marinas en general solían ser sumamente numerosas en el Caribe. Luego del siglo 17 estas comenzaron a ser diezmadas debido a la explotación de los europeos recién llegados a América.
Antes de ser reducidas a gran escala, las tortugas marinas solían ser de los consumidores más activos y dinámicos del mar, pero su rol iba más allá de ser un simple depredador. Científicos han manifestado que jugaban un papel importantísimo como modificadores del aspecto físico del paisaje y del substrato marino a través de sus actividades de forrajeo. Inclusive se ha hipotetizado que ciertos tipos de arrecifes de coral experimentaron un gran descenso debido a la disminución en el número de tortugas marinas, ya que consumían algunos de sus competidores, teniendo así una gran influencia sobre la proliferación de los arrecifes en un pasado.
Por estas razones, entre otras, algunos estudios han propuesto que las dinámicas poblacionales, junto con la estructura y funcionalidad ecológica del ambiente marino en el Caribe solían ser muy distintas a las que hay hoy día. Todo esto señala lo mucho que se podrían beneficiar los ecosistemas marinos, junto con las poblaciones humanas dependientes de los mismos, si se promoviera más la conservación, no tan solo del tinglar, sino de las tortugas marinas en general. Por ello, la Unión Internacional Para la Conservación de la Naturaleza (IUCN por sus siglas en inglés) fundó el Grupo Especialista de Tortugas Marinas en el 1966, una asociación dedicada a promover la conservación de las tortugas marinas para que estas puedan cumplir con su rol ecológico.
En el caso de Puerto Rico los tinglares no tan solo contribuyen al buen funcionamiento de las dinámicas ecológicas del ambiente marino, sino que también pueden fomentar la economía en los municipios que visita para anidar, como lo ha hecho en otras regiones de América Latina y el Caribe.
En Playa Grande, Costa Rica, se ha reportado que la visita del tinglar en temporadas de anidamiento promueve el ecoturismo y el comercio dentro de la zona, lo mismo ha ocurrido en ciertas áreas de Guyana Francesa. En estos momentos que Puerto Rico se encuentra en la crisis económica más grande de su historia, es cuando más el gobierno debe de inclinarse a tomar vías alternas para fomentar el desarrollo del país.
Sin duda alguna el turismo genera grandes ganancias para la Isla, particularmente porque la misma es promovida en los medios de comunicación como un paraíso repleto de belleza natural. Si deseamos mantener esta imagen ante el mundo, es de gran urgencia que el gobierno comience a reforzar las leyes que han sido implementadas para la protección de la biodiversidad y de los ecosistemas en Puerto Rico. En el caso del tinglar, se ha reportado que los proyectos de construcción en el País junto con el aumento de edificaciones costeras han promovido un descenso en las zonas disponibles para el anidaje del mismo. Esto podría tener graves repercusiones sobre la abundancia de tinglares que circundan la isla en ciertas épocas, lo cual en cambio alteraría las dinámicas ecosistémicas que hay en nuestras aguas.
Tristemente la incertidumbre política que atraviesa el País no muestra un mejor futuro para la protección y conservación de especies como el tinglar. Iniciativas del gobierno como el proyecto de la Cámara de Representantes 812, que busca alterar la definición legal de la Zona Marítimo Terrestre para así promover el desarrollo urbano en las costas, resulta ser amenazante para especies como el tinglar.
Otro ejemplo de esto es la potestad que le otorga la ley Promesa a la Junta de Control Fiscal para vender o privatizar ciertas áreas naturales que se encuentran bajo protección. Siendo una isla tan pequeña, pero tan rica en biodiversidad debemos dale prioridad a la protección no tan solo del tinglar, sino de todas las especies de flora y fauna que componen nuestros ecosistemas, ya que, sin los servicios provistos por las mismas, podríamos ver una grave reducción en nuestra propia calidad de vida.