Jonathan Barrantes camina entre las hileras de vástagos, nombrando una a una cada especie que tiene en el vivero que administra en el sur del Caribe de Costa Rica. Unos son árboles frutales, otros grandes ceibas que tardarán décadas en crecer y algunos más maderables para plantaciones forestales.
Este vivero de la Asociación de Organizaciones del Corredor Biológico Talamanca Caribe (ACBTC), situado en el municipio de Hone Creek, es una afilada herramienta para lidiar con el cambio climático en la región del Caribe Sur, porque permite soluciones especializadas para cada necesidad del territorio.
Barrantes señaló a IPS un grupo de arbolitos de treinta centímetros de alto y explicó que esta especie propia de la cuenca del Caribe, el icaco (Chrysobalanus icaco), es excelente para crecer al borde del mar y evitar la erosión, algo que las playas de esta región necesitan.
“Esta zona costera es turística y hay muchas especies que los humanos hemos cortado con la idea de hacerlo bonito”, dice Barrantes, de 36 años.
En el vivero también hay teca (Tectona grandis) y melina (Gmelina arborea), dos especies de rápido crecimiento que son ideales para los sistemas de plantaciones forestales que Costa Rica incentiva, mientras que otra hilera es de campano o samán (Samanea saman), óptimo para reforestar márgenes de ríos.
Con el equipo de la asociación, Barrantes y otros expertos llevan años produciendo miles de vástagos que permiten lidiar con la erosión costera, capturar carbono, recuperar bosques que previenen deslizamientos y proteger cuencas claves en el territorio.
En Hone Creek, a más de 200 kilómetros al sureste de la capital, las organizaciones de la sociedad civil de la costa caribeña de Costa Rica, agrupadas en la ACBTC, están haciendo un frente común ante el cambio climático.
Como la mayoría del gran Caribe, este municipio costarricense sufre por la erosión costera producto del aumento en el nivel del mar, que socava tanto las playas arenosas como la economía eminentemente turística de las regiones costeras.
A nivel regional, la Asociación de Estados del Caribe tiene en marcha un proyecto para adaptarse al nuevo escenario climático tanto en pequeñas islas muy vulnerables como países continentales que tienen en común economías frágiles y comunidades vulnerables.
En Honduras las comunidades están reportando cambios en la geografía costera y los científicos cubanos están jugando contra el tiempo para proteger sus playas arenosas.
Es un patrón recurrente entre los países centroamericanos y cada país busca sus soluciones.
“Mientras trabajamos a nivel global y esperamos que se mantengan los acuerdos internacionales, tenemos que empezar desde lo local”, explicó a IPS el biólogo Julio Barquero, quien también labora dentro de la ACBTC.
Con un presupuesto de $200,000, provistos por el Fondo de Adaptación de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, la ACBTC impulsa una visión de “corredor biológico” desde las montañas boscosas hasta las playas arenosas.
Así, apoya a los finqueros de las zonas altas del municipio para que incorporen sus bosques en el programa de Pago por Servicios Ambientales, en que el Estado costarricense los compensa económicamente por proteger su cobertura forestal.
Este proceso ya permitió inscribir 478 hectáreas en la cuenca del importante río Carbón, lo que trae beneficios a las comunidades en la parte baja del cuerpo de agua.
“Cuando llueve mucho en poco tiempo y no hay cobertura vegetal, el agua no se filtra sino que lava (la superficie)”, explicó Barquero, de 53 años.
En la costa, el trabajo empieza por defender el litoral. En el Refugio de Vida Silvestre Gandoca – Manzanillo, la asociación facilitó la reforestación de 25 hectáreas de humedal costero con mangle rojo, que protege de los peores embates del mar.
“Cada vez que hay temporal, el nivel del mar va destruyendo la línea costera”, dijo el biólogo, quien recordó que gran parte de la vida del pueblo gira alrededor del mar.
Hone Creek pertenece al distrito de Cahuita, dentro del municipio de Talamanca, en la provincia suroriental de Limón. Y según el Índice de Desarrollo Humano realizado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en los 82 municipios del país, Talamanca ocupa el penúltimo lugar.
En gran medida, la economía de Talamanca, con una rica biodiversidad y que engloba una población de unas 40,000 personas en su extenso territorio, depende de los turistas que llegan a ver sus arrecifes coralinos, los bosques tropicales y las playas doradas.
Uno de los puntos turísticos más atractivos es el Parque Nacional Cahuita, que ha sufrido un fuerte proceso de erosión costera en sus 13.5 kilómetros de costa.
“Hay una afectación directa a los servicios turísticos, porque los senderos que comunican las diferentes partes del parque bordean la costa y son muy vulnerables”, dijo a IPS el operador de turismo del parque Marco Sánchez.
Esta área protegida recibió en 2016 cerca de 100,000 visitantes, muchos más del doble de los 40,000 habitantes de Talamanca.
“También afecta al arrecife, que es un atractivo que muchos turistas buscan, y a las tortugas marinas que pierden espacio para la anidación”, apuntó el funcionario de 32 años.
Para recuperar la línea costera, un esfuerzo conjunto del distrito de Cahuita, los funcionarios del parque y el equipo de la asociación plantaron cientos de palmeras, árboles de noni (Morinda citrifolia) y otras especies que cumplen esa función.
Mientras siembran árboles, las autoridades del Parque ya estudian más actuaciones para adaptarse a las alteraciones climáticas.
Por ejemplo, el gubernamental Sistema Nacional de Áreas de Conservación está valorando el traslado del área administrativa del Parque varios kilómetros tierra adentro desde el Puerto Vargas, para evitar el impacto del oleaje. Ahora, las instalaciones están tan solo a 150 metros del litoral.
Además, como parte del programa Turismo Sostenible que firmó Costa Rica con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Parque Cahuita recibió $1.8 millones para mejorar su infraestructura de atención a los visitantes.
Una de las medidas que se tomaron fue construir un paso elevado a través del bosque costero, que conecta la playa con la calle de acceso al parque por una vía que evita el litoral.
A pesar de que su intención era resaltar la biodiversidad de esta área del Parque, también sirve como medida de adaptación: antes de este paso elevado, el único punto de acceso a la playa era la calle que corre paralela a las olas y que se inunda periódicamente con las mareas altas.
“Cuando hemos tenido que cerrar este sector [la playa de Puerto Vargas], es porque no hay acceso. Ese era el único camino; ahora también tenemos otra opción”, dijo a IPS la subdirectora del parque, Mirna Cortés, de 38 años.
Tanto los funcionarios como el biólogo Barquero esperan que sea la comunidad la que encabece las acciones en el territorio y por eso están apostándole también a talleres de sensibilización sobre cambio climático.
Para cuando finalice el programa que financia el Fondo de Adaptación, la ACBTC confía en haber capacitado a cerca de 1,500 personas para defender la frágil zona de los embates climáticos.