La ingente y eterna guerra fría entre Estados Unidos de América y la República Democrática Popular de Corea (Corea del Norte) causa preocupación no por ser un evento novedoso. Después de todo, ambos estados se enfrentaron en una guerra cruenta e inconclusa entre 1952 y 1955. Nunca se ha firmado un tratado de paz, sólo un armisticio en 1955.
La frontera entre ambos estados coreanos es una de las más militarizadas, tensas y peligrosas en el mundo. Estados Unidos y Corea del Norte nunca han establecido relaciones diplomáticas y muy pocas veces han negociado acuerdo alguno. Por lo que sí se vuelve alarmante es por el cambio de estrategia de ambos países en su relación, lo que ha tenido como resultado un incremento en las tensiones y, ciertamente, ha elevado la probabilidad de un conflicto que resultaría catastrófico dado los niveles de armamentismo de ambas Coreas, la presencia militar estadounidense y la posesión de armas nucleares por parte de Corea del Norte, cuya utilización generaría una respuesta simétrica de parte de Estados Unidos.
Si la actual crisis desembocase en un conflicto militar arrastraría también a Corea del Sur y Japón, aliados incondicionales de Estados Unidos en el conflicto y quienes se sienten amenazados por Corea del Norte. Australia también ha manifestado su intención de unirse a una acción militar en caso de conflicto y es muy probable que Nueva Zelanda, Reino Unido y Francia, quienes poseen territorios en el Océano Pacífico, también se unan a Estados Unidos en una acción militar.
Las raíces del actual conflicto están en la política unilateral del expresidente estadounidense George Bush. Bajo su administración, se revirtió el acuerdo firmado en 1994 por Bill Clinton y Kim Jong Il, mediante el cual Corea del Norte se comprometía a no desarrollar armas nucleares a cambio de que Estados Unidos le sometiera a esta país combustible nuclear para energía y usos pacíficos. La política neoconservadora de Bush de renunciar a este acuerdo, junto a la declaración de este de que Corea del Norte era parte de una “eje del mal” desencadenó la iniciativa de Kim Jong Il de renunciar al Tratado de No Proliferación (TNP) de 1968, por el cual Corea del Norte había renunciado a las armas nucleares.
Desde entonces las relaciones entre ambos países han ido deteriorándose, particularmente ante el desarrollo por parte de Corea del Norte de armas nucleares desde su retiro del TNP y por los avances en tecnología de misiles, los cuales son fundamentales para transportar armas nucleares. Los analistas internacionales sospechan que Corea del Norte puede haber logrado miniaturizar estas armas como para colocarlas en un misil.
Además, Corea del Norte ha ido avanzando en términos de mejorar el alcance de sus misiles. Estos ya son de mediano alcance y se acercan peligrosamente al nivel de largo alcance, con lo que podrían desplazarse hasta Estados Unidos. Todo esto a pesar de las sanciones impuestas en varias ocasiones por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, de la prohibición de este organismo a Corea del Norte de desarrollar este tipo de armas y del progresivo aislamiento internacional de Corea del Norte.
Sin embargo, Corea del Norte ha logrado evadir las sanciones por la aplicación tímida de estas por parte de China, casi el único aliado que le queda. Los últimos anuncios y amenazas de Corea del Norte hacia Estados Unidos ya han incluso exasperado a China y a Rusia, quienes temen que una guerra entre la potencia norteamericana y el estado comunista coreano afecte seriamente su territorio, desate una ola de refugiados de guerra hacia ambos países, los salpique con radiación nuclear, desestabilice la región e incluso pudiera arrastrarlos para impedir que tropas de Estados Unidos lleguen hasta sus fronteras; ambas potencias comparten fronteras con el estado coreano septentrional.
En esta ocasión, Rusia y China parecen más decididos a detener a Corea del Norte ya que están conscientes de que el nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, emprende una política exterior más unilateral que su predecesor y, en consecuencia, más propensa a considerar la utilización de la fuerza militar. Si además de ello consideramos, que el nuevo dirigente de Corea del Norte, Kim Jong Un, también parece más temerario que su antecesor y padre Kim Jong Il, entonces hay que concluir que el riesgo de que se desate una guerra no es irreal.
El mismísimo secretario de Defensa de Estados Unidos, James Mattis, ha advertido que dicho conflicto sería catastrófico pero que, aun así Estados Unidos no lo descarta como opción ya que este país no parece dispuesto a permitir que Corea del Norte posea la capacidad de lanzar armas nucleares contra territorio estadounidense. Esta posibilidad es inaceptable para Estados Unidos tal como lo fue la presencia de misiles y armas nucleares soviéticas en Cuba en 1961 y que desató la crisis de los misiles de 1961.
Más preocupante aún es el carácter volátil e impredecible de ambos gobernantes. En una situación como esta sería muy ventajoso la presencia es Casa Blanca de un presidente racional e inteligente como lo fue John Kennedy en 1961, quien logró resolver la crisis por la vía diplomática al seguir el consejo de su secretario de Justicia y hermano Bobby Kennedy frente a los asesores más belicistas en el Departamento de Defensa. Será fundamental a cuál de sus asesores escucha Trump, si al más belicista secretario de Defensa o al secretario de Estado, Rex Tillerson, más conciliador y partidario de una solución negociada diplomáticamente.
La racionalidad en relaciones internacionales establece que las políticas exteriores deben estar determinadas por un cálculo (racional) entre ventajas y desventajas de una política en particular. El político racional siempre elige la política con menos desventajas y riesgos para su país. Sin embargo, esa no parece ser la lógica que impera ni en Washington ni en Pyongyang en este momento histórico, lo cual coloca a la humanidad en uno de los momentos más arriesgados en la historia contemporánea.
Esto no significa necesariamente que se vaya a desatar un conflicto nuclear. Puede ser que la estrategia del presidente Trump vaya orientada a persuadir a Pyongyang de que no vale la pena el riesgo de continuar desafiando a la comunidad internacional. Pero, de todas maneras el riesgo es inaceptablemente alto (irracional) y un error de cálculo de cualquiera de las partes tiene un potencial significativo de convertirse en una tragedia de proporciones inimaginables para la humanidad.