La bulla de los mufflers de motocicletas, camiones de basura, automóviles que aceleran, camionetas que compran o venden productos, cláxones (bocinas) y hasta carritos que anuncian comidas típicas aturden los sentidos de la mexicana María Barillas.
Esa estridencia no le sienta bien a esta consultora de proyectos agrícolas que administra un café en un barrio del sur de Ciudad de México, donde ese tráfico confluye en su ruta de sur a norte de la urbe, de más de ocho millones de habitantes, que al sumar su área metropolitana se eleva hasta casi 22 millones, en un país de 129 millones de personas.
“Cada vez soporto menos el ruido, me desconcentra, y nadie hace nada para controlarlo. Hay normas, pero no se cumplen. Creo que hasta compiten por ver quién hace más ruido. No hay hora del día en que no lo haya”, dijo Barillas a (Inter Press Service).
La Ciudad de México (octavo lugar) y Buenos Aires (décimo lugar) figuran entre las ciudades más estruendosas del mundo, según el Índice Mundial de Audición creado por una organización alemana para 50 metrópolis. De acuerdo con esta publicación, las ciudades Guangzhou (China), Delhi (India) y El Cairo (Egipto) son las más atronadoras, mientras que Zúrich (Suiza), Viena (Austria) y Oslo (Noruega) se encuentra entre las menos ruidosas.
En 2012, la pérdida de capacidad auditiva en América Latina y el Caribe promedió 9%, mucho menos que en el área del sudeste asiático, con 27%, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). En la región, 2.6 millones de menores y 28 millones de adultos padecían esa discapacidad.
El Mapa de Ruido de la Zona Metropolitana del Valle de México, elaborado por el Laboratorio de Análisis y Diseño Acústico de la Universidad Autónoma Metropolitana y la capitalina Secretaría (ministerio) del Medio Ambiente, enseñó que la franja del centro al norte citadino presenta el mayor volumen de ruido.
Cinco delegaciones, de las 16 demarcaciones (municipios) de Ciudad de México (CDMX), son las más ensordecedoras, por la mezcla de ruidos de establecimientos mercantiles, industrias y fábricas, talleres, locales de fiestas y construcciones, y centros educativos y religiosos.
El proyecto Ruido CDMX, basado en mediciones ciudadanas mediante datos abiertos y nuevas tecnologías, encontró en diciembre de 2016 que el límite permitido de 55 decibeles (dB) se rebasa continuamente en avenidas contiguas a zonas residenciales, con el tráfico como el mayor originador.
“No existen una cultura ciudadana ni una idea gubernamental de que sea un problema grave. No se sabe que el ruido hace mucho daño, no hay estudios sobre sus efectos. Hay, además, una nueva cultura de hacer ruido en lo comercial, lo recreativo”, dijo a IPS el coordinador de Laboratorio de Análisis, Fausto Rodríguez.
Rodríguez inició el proyecto en 2009 y en 2011 quedó listo el primer levantamiento, sin que el gobierno lo haya actualizado.
La OMS atribuye al bullicio secuelas como estrés, dolor de cabeza, sordera temporal y permanente, insomnio, irritabilidad, agresividad y neuropatía.
CDMX, donde los umbrales diurnos de ruido se sitúan en 65 decibeles en el día y 62 durante la noche, cuenta con una regulación del ruido, basada en su origen, pero no se cumple. Mientras, la Ley de Cultura Cívica, vigente desde 2004, alude a la contaminación acústica como meritoria de multas, que van hasta $140.
Desde 2013, el gobierno autónomo capitalino recorre las principales calles para vigilar que se respeten los umbrales máximos permisibles de emisiones sonoras.
En la capital argentina cuecen ruidos
El nivel de presión sonora en la capital de Argentina está regulado por la Ley 1540 sobre el Control de la Contaminación Acústica, dictada en diciembre de 2004 por el parlamento de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Esta regulación clasifica a las distintas áreas urbanas según su sensibilidad acústica y establece los niveles de ruido permitidos en distintos horarios.
El mayor bullicio se permite en áreas “especialmente ruidosas”, que son las afectadas por infraestructura de transporte o espectáculos al aire libre. En el otro extremo están las llamadas “áreas de silencio de alta sensibilidad acústica”, donde hay hospitales y centros educativos.
“Lo que más sufro son los bocinazos constantes. Eso solo se va a acabar el día que la gente sea más educada”, dijo Margarita Scaturdio, dueña de un kiosco de golosinas y cigarrillos sobre la avenida Corrientes, a pocos metros del emblemático Obelisco. La vendedora atiende desde hace 20 años todos los días menos los domingos, desde las 7:00 a.m. a las 9:00 p.m.
Los momentos particularmente difíciles, según contó Scaturdio a IPS, son cuando suena la sirena de una ambulancia. “Si le dijeron que esta es la esquina más ruidosa de Buenos Aires no le mintieron. Yo tengo que gritarle a los clientes y ellos me tienen que gritar a mí, porque si no, no nos escuchamos”, relató.
Como en otras ciudades latinoamericanas, la ley existe pero se cumple poco. De hecho, la norma ordenó al Ejecutivo bonaerense que confeccionara en el plazo de un año, y actualizara cada cinco, un “mapa” del ruido para identificar las zonas afectadas por el mayor nivel de contaminación acústica “y poder actuar consecuentemente”.
Trece años después, todavía no se terminó el primer mapa y se promete hacerlo para fin de este año. En consecuencia, no existen datos oficiales sobre la contaminación sonora en Buenos Aires, en cuya área metropolitana viven 13.5 millones de los 43.5 millones de habitantes del país.
El Consejo Económico y Social de Buenos Aires –que agrupa a asociaciones sindicales, empresariales y otras instituciones porteñas– y la Universidad de Palermo (UP) midieron el nivel de ruido en distintos puntos de la ciudad en el Estudio de la contaminación sonora en la ciudad de Buenos Aires, presentado en diciembre de 2016.
La conclusión fue que en casi todos los puntos se superan los límites permitidos.
La situación más grave se da en la esquina de calle Corrientes con la avenida 9 de Julio, eminentemente turística e identificada con el Obelisco. Allí se midió una onda promedio de 76.18 decibles, que supera la recomendación de la OMS y la ley bonaerense para zonas comerciales (70). De noche el volumen baja muy poco.
“En las locaciones medidas luego de las 10:00 p.m. se superan los valores admitidos por la Ley 1540 para esa franja horaria, que son de 60 decibles para zonas comerciales y de 50 para residenciales”, dice el estudio. En 9 de Julio y Corrientes, en horario nocturno, el ruido solo baja a 69.
La UP estudia desde el 2011 el umbral de estruendo urbano y detecta una “tendencia leve pero constante a la baja” en horarios diurnos. De hecho, en 9 de Julio y Corrientes había medido 78 decibeles en 2011.
“En Buenos Aires no existe ninguna política pública orientada a reducir los niveles de ruido. En consecuencia, las leves bajas que nosotros detectamos en los últimos años entendemos que pueden deberse a dos cuestiones: la gran renovación del parque automotor que hubo en años recientes de crecimiento económico y algún ordenamiento del tránsito por la proliferación de carriles exclusivos para colectivos”, explicó a IPS la investigadora Mónica López, de la Facultad de Ingeniería de la UP.
A pesar de sus niveles y estragos, la contaminación sonora es pobre objeto de estudio, lo que constriñe su acotación.
“Es tiempo de renovar el mapa, porque hay más vialidades, más autos. Parece que el ruido no es conscientemente un problema para los ciudadanos, es una normalización de la situación, lo ven como inevitable”, señaló.
Rodríguez planteó concienciación desde las escuelas sobre el ruido y sus efectos, planes y acciones para mitigarlo, estándares de construcción para aislar bullicio y estudio de impactos.
A inicios de 2018, el especialista espera publicar los resultados de una investigación en la que investiga 12 zonas en la ciudad y que incluye una encuesta a los habitantes.
La Procuraduría (fiscalía) capitalina Ambiental y de Ordenamiento Territorial ya reconoció que las quejas por ruido son la segunda causa de denuncias ante la institución, con 6,224 desde 2012.
Un portavoz del Ministerio capitalino de Ambiente y Espacio Público, que debe aplicar la ley a través de su Agencia de Protección Ambiental, informó a IPS que realiza inspecciones y que en el primer semestre de este año procedió con 63 clausuras de locales por ruido, 100% más que en el mismo período de 2016, y demuestra que el tema es prioridad.
Entre las políticas que se promueven para reducir el ruido, explicó, figuran la sincronización de semáforos, la obligatoriedad de la Verificación Técnica Vehicular para todos los automóviles de la ciudad, iniciada en 2016, y la utilización de pavimentos porosos.
También se incluye la construcción de carriles exclusivos para el transporte público y la peatonalización de calles, que en el corazón del centro bonaerense redujo el bullicio en 80%.
Respecto al mapa de ruido, aseveró que “estará disponible hacia fines de este año. Una vez finalizado, se aplicarán diferentes estrategias para disminuir los niveles de contaminación acústica, encarando las diferentes fuentes que la generan”.
Con el aporte especial de Daniel Gutman desde Buenos Aires.