Antes de empezar, unos cuantos puntos. Primero, este escrito llega desde un punto de privilegio. De vivir en una estructura de concreto, con fácil acceso a vías principales y en una zona comercial en San Juan. Aquí, en comparación con otros lugares, no han sido privados tantos servicios. Comunicación con el resto de la isla hay y aunque la señal del celular va y viene, no se ha detenido del todo.
Es difícil imaginar como aquel 20 de septiembre de 2017, vísperas del aniversario del huracán George, tocaría vivir un suplicio mucho mayor en Puerto Rico. Hoy, a 16 días de aquella pesadilla, aún el país tiene un panorama más difícil y menos alentador. El huracán María pasó, y aunque los vientos y la lluvia ya no se sienten, las vidas perdidas, los árboles en carne viva, las mutilaciones en los edificios, los cristales rotos y el hambre y la sed nos recuerdan que el destrozo de María será difícil de borrar.
Caminar por Hato Rey es toda una aventura. Entre esquivar cristales rotos, brincar árboles caídos y protegernos de que alguna brisa vaya a arrojar alguna ventana o cable que haya quedado en un hilo de caer hace que las travesías citadinas no sean lo mismo. Aquella majestuosidad de edificios financieros imponentes con muchas luces, ha sido sustituida por construcciones maltrechas y ahuecadas, matizadas por luces de emergencia y el eco de plantas eléctricas de fondo.
Quizás lo fácil —desde el privilegio— sería enajenarse y obviar las kilométricas filas de autos esperando por gasolina o las tantas almas esperando por sacar un poco de dinero o encontrar algún maná en un supermercado custodiado por oficiales con armas largas. También sería fácil tratar de no prestar atención al constante sonido del paso de un helicóptero o un avión o de aquellas sirenas de emergencia que ante tanto silencio en la zona ahora aumentan sus decibeles.
Intentas cruzar la calle, pero lo haces muchísimo más precavido que de costumbre. En la ciudad hay conductores despavoridos, distraídos, y desesperados… Llegas a ver como casi le tiran el auto encima a alguien, porque la conductora estaba tratando desesperadamente de salir de un tapón, donde estaba gastando uno de los recursos más preciados estos días: la gasolina.
En estos días, este líquido ha sido uno de los detonantes del caos. La gente ha llegado a hacer filas de siete u ocho horas, solo para ver si logra o no echarle gasolina al carro. ¿Se imagina detenerse por horas ante el impecable sol caribeño esperando tener la suerte de obtener gasolina? Ni hablar del diesel.
Al mismo tiempo, todo lo que se ve y se escucha en las redes sociales y en la prensa son peticiones urgentes de diesel, para poder suplir edificios que lo necesitan para operar los elevadores o el sistema de distribución de agua. Si le añadimos que son edificios de más de cinco o seis pisos, donde viven mayormente personas de edad avanzada, la cuestión se complica más.
Extrañando cada segundo de aquella “normalidad”, es imposible no pensar que la vida de muchos ha dado un giro impresionante. Tratas de tener pensamientos optimistas y decirte a ti mismo que ‘todo va a estar bien’. Pero, otra parte de la conciencia se empeña en recordarte que todavía no estás de vuelta al trabajo, que no puedes “vivir en el carro” como antes, que hace falta mucho empeño para levantarse de la cama y que simplemente no sabes cuándo pasará la pesadilla.
Y recuerdas los gritos… muchos gritos desesperados por todas partes. Desde el huracán no han parado. Los primeros gritos llegaron desde la radio. Durante horas los familiares de residentes de Levittown en Toa Baja, pedían a gritos que alguien saliera a rescatar a los suyos para evitaran que se ahogaran durante la inundación. Hoy los gritos son de familiares pidiendo electricidad para pacientes cuya vida depende del funcionamiento de algún equipo que se suple de energía eléctrica. Hospitales, égidas, hogares de niños y viejos clamando por alimentos no perecederos, agua potable, gas y todo lo necesario para sobrevivir.
Escuchas a gritos opiniones en todas partes. Mientras algunos intentan estimar un valor por los daños, algunos justifican detrás del partidismo, del coloniaje o la burocracia el que la ayuda simplemente no llegue. Se ve mucho movimiento, mucho pasando a la vez, pero ese movimiento no ha logrado desaparecer las filas en los supermercados o en las gasolineras. Ese movimiento no ha callado los gritos. Ese movimiento no ha logrado suplir las necesidades de un pueblo.
Ni siquiera el pueblo volcado en colaboración ciudadana ha logrado hacernos olvidar esta crisis. Por favor, no nos olviden. Por favor, no nos olviden. Falta muchísimo por recoger, por construir, por crear.
Aún necesitamos mucho apoyo para poder levantar cabeza. Entonces, le encuentras sentido a los gritos. Gritar a los políticos, legisladores a quién sea que se movilice con más ayuda. Gritar por un país que urge de volver a operar. Eso. Gritar por un Puerto Rico que necesita volver a levantarse.