Nos encontramos frente a una gran oportunidad para el sistema alimentario: podemos seguir consumiendo muy poco o demasiado, incluso alimentos que no son adecuados y de forma poco sostenible a costas del ambiente, la salud y la estabilidad política o podemos cambiar el curso de las cosas.
Arreglar el sistema alimentario ayudará a resolver los mayores desafíos de la humanidad como la creación de puestos de trabajo, reducir las emisiones contaminantes y mejorar la salud.
Es preocupante que las últimas investigaciones muestren que tras un declive prolongado, el hambre otra vez aumenta en el mundo, con 815 millones de personas en 2016 con una subalimentación grave o crónica, por encima de las 777 millones registradas el año anterior.
Otras 2,000 millones de personas sufren de una deficiencia crónica de micronutrientes, también conocida como “hambre oculta”, cuyos efectos generan daños para toda la vida. Y lo que es absurdo es que otras 2,000 millones de personas tienen sobrepeso o son obesas.
La inseguridad alimentaria incide en lo que se volvió uno de los problemas más complejos del mundo, el de la migración forzada.
Este año, el Día Mundial de la Alimentación, que se celebrará el 16 de este mes, se concentrará en las migraciones y en la importancia de invertir en la seguridad alimentaria y en el desarrollo rural para que la gente no tenga que desarraigarse y emprender travesías a menudo peligrosas hacia lo desconocido.
El siglo XXI resulta ser una época de desplazamientos humanos masivos. Las personas abandonan sus hogares y sus tierras a un ritmo mucho mayor al de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Conflictos, hambre, pobreza y un aumento de la ocurrencia de eventos climáticos extremos son fenómenos que favorecen la inestabilidad y las migraciones forzadas.
En 2015, hubo 244 millones de migrantes en el mundo, 40 por ciento más que en 2000. Entre 2008 y 2015, unas 26.4 millones de personas estaban obligadas a abandonar sus hogares cada año por desastres climáticos, y 65.3 millones huyeron perseguidos o por conflictos.
Es posible cambiar el curso de los acontecimientos y se requerirá de un enorme esfuerzo tanto de gobiernos como de la sociedad civil, sector privado y académico.
Por ello, urge realizar investigaciones e involucrar de forma rigurosa a científicos, quienes mejor conocen las condiciones en las que las privaciones son mayores y qué énfasis se necesitará.
Asimismo se puede aprovechar la transformación genómica, los grandes datos, las comunicaciones, los mercados y la comprensión de la nutrición para beneficiar a las personas que más lo necesitan.
Es imposible exagerar la importancia de la agricultura y el agronegocio como motores del crecimiento y promotores de la estabilidad.
En tanto que el mayor empleador individual del mundo, la agricultura ofrece un modo de ganarse la vida a 40 por ciento de la población mundial, 78 por ciento en los países en desarrollo, por lo que los avances en ese sector tendrán un poderoso efecto multiplicador en las economías nacionales y en la prosperidad de las comunidades locales.
En mi primer año en el Consultative Group for International Agricultural Research (CGIAR), tuve el honor de ser testigo directo de algunas de las iniciativas inspiradoras y destacables emprendidas por científicos en nuestros 15 centros de investigación en todo el mundo, quienes están comprometidos la búsqueda y el intercambio de innovaciones para que los logros en la agricultura se traduzcan en economías rurales exitosas.
A fin de alimentar a una población que, según los pronósticos, superará los 9,000 millones de personas para 2050, nuestros científicos implementan mejoras pioneras en los cultivos, los animales y los árboles para elevar su rendimiento, su valor nutricional y la eficiencia en el uso de recursos, así como construyen la resistencia de las plantas a la sequía, a la mayor salinidad y contra las enfermedades.
Cada año, unas 200 variedades de nuevos cultivos con características mejoradas se distribuyen en el mundo a través de socios de CGIAR con los que trabajamos para impulsar la transformación en el terreno.
Por ejemplo, investigadores de CGIAR diseñaron un instrumento de diagnóstico para la pleuroneumonía caprina, una enfermedad mortal que genera grandes pérdidas económicas en la producción caprina de África y Asia.
En grandes zonas de Asia meridional y sudoriental, unas cinco millones de personas pudieron preservar sus frágiles modos de ingresos gracias a una variedad de arroz tolerante a las inundaciones, mientras que en 13 países de África subsahariana, la adopción de un maíz tolerante a la sequía habría generado unos 395 millones de dólares de beneficios.
Las variedades biofortificadas, como la mandioca, el maíz y el boniato fortificados con vitamina A, así como frijoles y el mijo con hierro y el arroz y el trigo con zinc son complementos a dietas carentes de micronutrientes, lo que causa daños irreparables, en particular en los primeros 1,000 días de vida de niñas y niños.
Los últimos estudios, sin duda, subrayan el número de personas con hambre, lo que indica que vamos en dirección contraria, pero hay grandes posibilidades de revertir esa tendencia.
La ciencia puede producir, y lo está haciendo, soluciones para hacer frente al hambre y a la pobreza, por lo que es fundamental apoyar a la innovación y la investigación para aprovechar los avances científicos y hacer frente a los desafíos locales.
Para 2030, las acciones de CGIAR y sus socios permitirán que haya unas 150 millones de personas menos hambrientas, 100 millones de personas pobres menos, por lo menos 50 por ciento de ellas mujeres, y 190 millones de hectáreas de tierras menos degradadas.
Eso se traduce en verdaderas perspectivas de frenar la ola de personas pobres y subalimentadas, dándoles esperanzas de un futuro decente sin abandonar su hogar.
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La autora es directora ejecutiva del Consultative Group for International Agricultural Research (CGIAR).