Tenemos un país fragmentado. La expansión urbana es evidente. Solo hace falta pasear por el expreso de la PR-22 de San Juan a Barceloneta para ver los pequeños cúmulos de casas que se extienden dispersos sobre el terreno.
Parecería que no hay consistencia. Es una ruptura con la vida citadina, como si en el proceso de planificación del País no se les hubiese consultado a los expertos de los beneficios económicos, sociales y geográficos de construir o repoblar los centros urbanos. Una buena planificación, por ejemplo, hubiese facilitado el proceso de reconstrucción que intenta realizar la Isla tras el paso del catastrófico huracán María en septiembre del año pasado.
“Hubiese sido más fácil reparar el sistema de energía eléctrica; más fácil brindar refugio; más fácil la educación, llevar comida, agua; más fácil ofrecerle los servicios a la ciudadanía. Es menos costoso cuando está todo concentrado; más costoso si está todo disperso”, aseguró el catedrático del Departamento de Geografía del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPR), Carlos Jorge Guilbe López.
Guilbe López hizo esta declaración durante un recorrido que realizó junto a un grupo de estudiantes y cuatro profesores del Departamento de Geografía por las zonas norte y centro de la Isla. En el viaje, en el que también estuvo Diálogo, visitaron el casco urbano de Arecibo, Barceloneta y una finca cafetalera en Adjuntas para ver de cerca los daños ocasionados tras el paso de María.
“¿Vale la pena seguir construyendo en terrenos agrícolas y terrenos rústicos o es mejor fortalecer la idea de repoblar los centros tradicionales urbanos?”, cuestionó Guilbe López al llegar a la Villa del Capitán Correa y divisar decenas de edificios vacíos.
Según los académicos, Arecibo tiene potencial para volver a convertirse en una ciudad urbana por su clima, la desembocadura del Río Grande de Arecibo y el puerto. El municipio llegó a tener hasta una aduana federal.
No obstante, el “sueño americano” –de tener una casa con patio y carro– se instauró en el ideal puertorriqueño y poco a poco las personas fueron abandonando las ciudades.
Para el catedrático Ángel David Cruz Báez, un factor que incide en la dispersión citadina es la comodidad de no tener que caminar.
“Mientras haya vehículos y la gente quiera transportarse en ellos va a seguir la expansión”, opinó el graduado de la Universidad de Wisconsin-Madison.
Sin embargo, “un país que ha ido envejeciendo no puede seguir dependiendo de los carros. Hay que caminar. La ciudad puertorriqueña ha cedido su belleza para darle espacio al carro. Este paisaje se repite en todo Puerto Rico. Ya no tenemos espacio para seguir construyendo. Vamos a hacer otra cosa, vamos a sembrar”, añadió Guilbe López.
Del campo a la ciudad dispersa
Lo que sucedió en Borinquen fue que, en los años 50, el primer gobernador electo de Puerto Rico, Luis Muñoz Marín, implantó la Operación Manos a la Obra que inició la industrialización del País y relegó a un segundo plano la agricultura.
Muchos boricuas, entonces, comenzaron a abandonar los campos e instalarse en zonas aledañas a la ciudad. Esto, se sumó a una ola de concreto que impulsó posteriormente el exgobernador Luis A. Ferré Aguayo y de la cual varios planificadores y desarrolladores aprovecharon.
Así, se fueron construyendo las urbanizaciones y los centros comerciales situados a las afueras de la ciudad. La práctica aún sigue vigente. Un ejemplo de ello es el Puerto Rico Premium Outlets en Barceloneta, construido sobre un aluvión y en la zona cársica del norte.
“Esto eran fincas de caña. La gente no asocia que esto antes era agrícola. Era el sustento de la isla”, apuntó Cruz Báez.
Por su parte, el profesor Amílcar Vélez resaltó las propiedades del suelo, que se caracteriza por la solubilidad de sus rocas.
Las construcciones desorganizadas y que responden al capital, más que al bien social, han provocado transformaciones geográficas que perjudican a los ciudadanos, según los profesores.
“Cambiaron la zona inundable. Ahora comenzó a inundarse el pueblo de Barceloneta, zonas que antes no se inundaban. No hay tal cosa como desastres naturales. Hay desastres sociales. La naturaleza debe funcionar y para que funcione los valles se tienen que inundar. Con los huracanes la Tierra se limpia”, explicó la profesora Banery Mujica.
Además, la experta en geografía física criticó las construcciones en la zona caliza norteña, pues contienen reservas de aguas vitales para el país.
Por esta razón, Guilbe López fue enfático en recomendar que los puertorriqueños deberían repoblar los cascos urbanos y dedicar los terrenos rústicos a la agricultura.
“Cerramos la agricultura, pusimos Wal-Mart y Sam’s y ahora cerraron”, denunció el geógrafo. En días pasado el Wal-Mart de Barceloneta –construido en la misma zona de los outlets– anunció el cese de operaciones.
Hay que incentivar y liberar la agricultura
Tras el paso del huracán María, la Asociación de Agricultores de Puerto Rico estimó que la producción agrícola que se produce en el país bajó de un 15% a un 7%. Significa que el 93% de lo que consumen los puertorriqueños, en estos momentos, es importado.
Otro dato que la Asociación ha resaltado es la pérdida de cerca de 18 millones de árboles de café. Esa entidad estimó que la producción cafetalera tardará entre cinco y diez años en recuperarse. Un árbol tarda unos cuatro años en producir.
“Casi no hay café en Puerto Rico. Perdimos el ingreso del café, de las chinas, todos cayeron al piso”, reveló Israel González, dueño de Sandra Farms, en Adjuntas. Además, es productor de plátano y cacao.
En septiembre pasado, el agricultor perdió un rancho; el techo del almacén; la plantación de plátanos, la de chinas, la de cacao; y unos 500 árboles de café. “Todavía hay árboles muriendo. Si el daño fue severo se van a morir comoquiera”, aseguró en la tercera parada del recorrido.
Las bajas en los ingresos –pues proyectaban producir 190 mil quintales– hicieron que solo pudiera retener a un solo empleado. Sin embargo, González se mantiene optimista.
“A pesar de todas las contrariedades, antes y después de María, compitiendo un poco más con los grandes saldremos adelante. Tenemos la calidad y hay mucha demanda”, expresó.
Para este año, se estipuló como meta producir 200 quintales de café. Además, apostará por el mercado de las naranjas.
Aún está en espera del comportamiento de los árboles, pues afirmó que muchos están pasando por episodios de “estrés” y que las más de 20 pulgadas de lluvia que cayeron en la zona han aumentado los niveles ácidos del suelo. “Lavaron el suelo. Fue tanto que noto que las hojas del café se ven amarillas, significa que la tierra está ácida”, comentó.
Sin embargo, a González le preocupa la regulación gubernamental sobre la venta de café porque el estado solo paga un precio establecido y son los agricultores los que deben producir de acuerdo a lo estipulado.
“Aquí en los 80 el gobierno se metió a controlar el café. Los sistemas económicos que se controlan no funcionan. Quiten eso”, reclamó.
De acuerdo con el agricultor, Puerto Rico mermó su producción cafetalera cuando el estado comenzó a reglamentarlos.
“Si Puerto Rico pudiera volver a producir 320,000 quintales de café en las montañas, que es la zona más pobre, y venderlo a un promedio de $20 la libra estaríamos hablando de una industria cafetalera de entre dos y tres billones de dólares”, lamentó.
Actualmente, la demanda en Puerto Rico ronda los 321,000 quintales. El año pasado solo se produjeron 35,000.
“¿Cómo una sociedad puede seguir adelante si dependemos de la comida fresca que viene de afuera? Eso no es un modo de vivir”, sentenció.
Pero don Israel va a él. Aunque se preguntó en varias ocasiones si era viable continuar con la finca, el amor por la tierra puede más.