Según un estudio realizado por personal del Consejo de Educación de Puerto Rico para el año 2015, se informó que las instituciones de educación superior (IES) estaban enfrentando grandes retos. Esto ante la merma en la población, la situación fiscal y presupuestaria, la emigración y el desempleo, entre otros factores. Este escenario se recrudeció con el impacto del huracán María en septiembre del 2017.
A partir de este evento, los retos fueron mayores ante la falta de los servicios esenciales. Comenzar a desarrollar una academia atractiva, compasiva y realista que aprendiera de la experiencia y estableciera planes de acción inmediatos para continuar con el semestre académico fue un gran proyecto.
Las instituciones de educación superior enfrentaron el impacto económico producto del huracán. Según un reportaje del El Nuevo Día en noviembre del 2017, se estimó que solamente el Sistema UPR tuvo pérdidas económicas de sobre $118 millones de dólares.
A esto se le suma el impacto en sus matrículas ante la realidad de que, según estimados, más de 200 mil personas han emigrado a los Estados Unidos desde el paso del ciclón en búsqueda de mejores condiciones de vida. Estas situaciones se añadieron a las ya difíciles condiciones económicas y sociales que atravesaban las instituciones de educación superior.
Gran parte de los que han emigrado son jóvenes productivos que, ante la disyuntiva de continuar estudiando aquí u obtener mejores condiciones de vida fuera de su terruño, optaron por lo segundo. Es justo esta población a la que se le puede ser más fácil tomar la decisión de emigrar y la más difícil de retener, sobre todo para las IES.
El huracán María colocó a las IES ante el reto histórico de reforzar sus planes de retención con el objetivo que el éxodo de puertorriqueños afectara lo menos posible sus números de matrícula. Esta realidad colocó a estas instituciones tanto públicas como privadas ante la incertidumbre, no solo de repensar en una academia bajo condiciones diametralmente opuestas a la costumbre, sino a cómo hacer que esa academia fuera atractiva para que el estudiantado regresara a la sala de clase y permaneciera sin importar las circunstancias de ese momento.
Fue así como se reinició un semestre académico atípico. Esa sala de clases tradicional -la que Valerie Walkerdine criticó en su Psicología del Desarrollo (1995), pero que es la forma como se establecen las salas de clase, incluso a nivel universitario-, fue transformada luego de María. Esa sala se cambió por patios, gazebos, carpas, donde la luz, el aire acondicionado y otras comodidades que se tenían en la sala tradicional no fueron necesarias para el proceso de enseñanza.
Fue un regreso a los tiempos antiguos como lo hacía Sócrates con sus discípulos donde no era necesaria tener una estructura física para enseñar. Esta forma de enseñar brindó el espacio para la espontaneidad que Walkerdine recalcó en su escrito.
El regreso de los estudiantes a las instituciones de educación superior se dio dentro de un ambiente de alegría y optimismo. Se pudo percibir un deseo de retomar la vida académica y valorar más las cosas realmente importantes que no guardan relación con la modernidad en que vivimos.
En un estudio realizado por García, Reyes, y Cova en el 2014 sobre las consecuencias psicológicas y sociales que presentaron los sobrevivientes del terremoto en Chile en el 2010, se concluyó que las personas que demostraron un mayor nivel de optimismo ante la catástrofe, el impacto del evento en sus vidas fue menor. Ese optimismo que demostraron los estudiantes que regresaron a las instituciones es evidencia que podemos continuar adelante no importa la adversidad y que cuando nos proponemos metas también nos enfocamos en alcanzarlas.
No obstante, superado el primer reto de regresar a clases ante circunstancias diferentes a las acostumbradas se acerca un segundo reto. Este reto tiene que ver con la permanencia de estos estudiantes en las instituciones hasta finalizar el año académico e incluso hasta alcanzar su meta final.
Es ahora donde, cuando quizás hemos regresado a la sala de clases tradicional, enfrentamos el reto de retener a este estudiante y convencerle de quedarse en el País para completar su meta académica.
Necesitamos convencerle de que el país lo necesita para levantarse y que su aportación es de suma importancia para tener mejores condiciones sociales, económicas, de salud, de todo lo necesario para tener una vida digna con mejores oportunidades. También, demostrarle que juntos podemos cambiar nuestro entorno y que podemos exigir más y mejores condiciones de vida; que su presencia es importante y que no hay mejor lugar para completar su meta académica que aquí.
Las instituciones de educación superior tendrán que aprender de la experiencia vivida y desarrollar mejores planes para establecer servicios que cumplan con las necesidades de estos estudiantes. Pero esos planes no pueden enfocarse solamente a la emergencia vivida en el País. Deben atender todo el entorno del estudiante, sus circunstancias particulares y los esfuerzos que este realiza para permanecer aquí y no sucumbir ante la tentación de irse de la Isla para obtener respuestas a sus inquietudes.
Necesitamos instituciones que tengan sus oídos en tierra, que comprendan y atiendan a su estudiantado; que se identifiquen con sus causas y que internalicen que una institución no es nada sin sus estudiantes.
La experiencia vivida por el huracán María nos brinda la oportunidad única de reflexionar sobre lo que hemos realizado en el pasado y lo que podemos hacer para mejorar nuestro futuro. Pero no es una opción para ninguno retornar a la trillada fase de la “normalidad” que teníamos antes de María. Porque si de verdad hemos aprendido algo en toda esta situación es que nuestra llamada “normalidad” solo era una falacia. Que esa “normalidad” solo nos trajo la realidad que viven miles de puertorriqueños y que se refleja en el estudiantado de nuestras instituciones.
Todos debemos haber aprendido algo. Las instituciones de educación superior no son la excepción. Ahora tienen ante sí la oportunidad de reevaluar todos sus planes y proyectos para enfocarse en el desarrollo de una academia más activa, con más injerencia en la sociedad y más consciente de las necesidades de sus estudiantes. Debe aspirar a convertirse en una academia que sea la voz que exprese la realidad que vivimos y que sea digna representante de sus estudiantes.
La autora es estudiante doctoral de la Facultad de Educación de la Universidad de Puerto Rico- Recinto de Río Piedras.