En Etiopía, las redes sociales son un arma de doble filo, capaces de llenar una necesidad acuciante de mayor información, pero también de incidir en un contexto delicado que podría derivar en un desastre mayor.
Sucede que miles de personas siguen desplazadas por la violencia étnica que estalló en septiembre y que dejó entre 200,000 y 400,000 personas sin hogar en las provincias vecinas de Oromía y Somalí.
Tanto las personas desplazadas como las que las ayudan sostienen que se aviva el malestar entre comunidades con fines políticos.
Entre los responsables se encuentran desde personas influyentes del gobierno regional y federal hasta taxistas etíopes en Washington, que tuitean insultos y agravios de carácter étnico desde sus teléfonos celulares.
“El federalismo no es el problema, la gente hace lo que le dicen en las redes sociales”, opinó Abdishakar Adam, viceadministrador somalí de un campamento donde residen somalíes que escaparon de la provincia de Oromía.
Desde 1995, Etiopía aplica un modelo político particular de federalismo según distribución de los grupos étnicos para atender a una población heterogénea, unas 100 millones de personas que hablan más de 80 dialectos.
El modelo sirvió para mantener la estabilidad y generar un enorme crecimiento económico, pero con grandes costos.
Un gobierno autoritario y la falta de libertades civiles mantienen la estabilidad, mientras el crecimiento económico apenas tocó a millones de etíopes pobres, y en cambio benefició a una muy pequeña élite arreglada con el gobierno.
Ese contexto en la llamada República Democrática Federal de Etiopía, considerada una de las economías de mayor crecimiento del mundo, alimenta el resentimiento y las frustraciones.
La situación llegó al punto en que desde que estallaron las protestas por mala gestión del gobernante Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (EPRDF), a fines de 2015, entre el pueblo oromo, el mayor de este país y que concentra a 35 por ciento de la población, los disturbios no se detienen.
La comunidad amhara comenzó también a protestar en 2016, que junto con los oromos representan 65 por ciento de la población.
La duración sin precedentes de las protestas y su alcance hizo que las divisiones étnicas características de este país se volvieran más frágiles y susceptibles.
“El problema es que muchas de las cosas consideradas chusmerío cuando se escuchan por ahí, cuando se leen en las redes sociales, se dan por hecho”, indicó Lidetu Ayele, fundador del opositor Partido Democrático de Etiopía.
La diáspora etíope
Las sucesivas olas de emigrantes generadas por las décadas de conflictos en este país crearon una vasta diáspora en el exterior de unas dos millones de personas. La mayor comunidad etíope en el extranjero se encuentra en Estados Unidos, donde viven entre 250,000 y un millón de etíopes.
Esas personas, como era de esperar, siguen los acontecimientos en su país con suma atención, y reniegan del actual gobierno autoritario, adoptan la televisión satelital y recurren a Internet para incidir en el acontecer político local.
Muchos etíopes huyeron de su país tras sufrir a manos del gobierno autoritario y tienen suficientes razones para que se vaya.
Las protestas se consideran una vía para derribar al gobierno, por lo que crece el movimiento de la diáspora como escritores, blogueros, periodistas y activistas que inciden en los acontecimientos que ocurren en su país.
Con las restricciones a la libertad de prensa y el bloqueo frecuente de Internet, la diáspora activa se convirtió en una fuente de información gracias a sus contactos en el país, que inunda Twitter y Facebook con vídeos y fotografías de las protestas en contra de la versión oficial de los hechos o de la de periodistas extranjeros confundidos por la falta de libre circulación.
“La diáspora no crea las noticias, informa lo que le llega de manifestantes y de organizaciones que operan bajo condiciones duras en Etiopía”, indicó Hassan Hussein, escritor y académico del estado estadounidense de Minnesota.
“Si quieren algo es que retorne la calma para sus seres queridos que quedaron allí”, acotó.
Pero hay otro uso de las redes sociales.
Tras los enfrentamientos entre la policía y manifestantes en el festival oromo Irricha, en octubre de 2016, que dejó más de 100 personas ahogadas y aplastadas por la estámpida, las redes sociales se encendieron denunciando que un helicóptero había disparado contra la multitud en pánico y que volaba en círculos lanzando panfletos deseándole a la gente un feliz festival.
Activistas en el extranjero llamaron a mantener “cinco días de rabia”. No queda claro qué efecto pudo tener, pero a la semana siguiente, empresas extranjeras, edificios gubernamentales y centros turísticos fueron blanco de ataques en la región de Oromía. Tras lo cual, el gobierno decretó el estado de emergencia por seis meses.
La medida se extendió y recién en agosto de 2017 se levantó el estado de emergencia. Pero el 12 de septiembre, un enfrentamiento en la oriental ciudad de Aweday, que dejó 40 personas muertas, desató más violencia étnica y desplazamientos masivos.
Jawar Mohammed es un conocido activista oromo y opositor que vive en Estados Unidos y lleva adelante una gran campaña en las redes sociales. Para muchos etíopes es una inspiración, pero para otros, tanto en Etiopía como en el extranjero, es una persona muy peligrosa.
“Viven en una democracia segura y se sienten libres de decir lo que quieran para crear el caos en Etiopía”, opinó Sandy Wade, exrepresentante de la Unión Europea en Adís Abeba durante las manifestaciones.
Los canales satelitales de la diáspora en Estados Unidos, como Oromia Media Network y Ethiopian Satellite Television, tienen información original decente. Pero son férreos opositores del EPRDF, así como sus programas y los artículos que difunden sus seguidores en las redes sociales.
Muchos de ellos son contrarios a los tigriñas por su convicción de que una élite tigriña dirige el EPRDF y es responsable de la corrupción, de las desigualdades y de todos los males del país.
Los tigriñas solo representan seis por ciento de la población del país, pero la mayoría son muy vulnerables en el actual contexto de agitación sectaria.
En medio de la tragedia, la rabia, la intriga, las comunicaciones interrumpidas y las dificultades para viajar, es difícil para los periodistas, diplomáticos extranjeros y el ciudadano etíope promedio comprender qué sucede realmente.
Por lo tanto, las redes sociales ofrecen una ventana para navegar entre el ruido y la confusión. Pero también pueden servir para fines más nefastos, en especial en el marco de la volátil situación de Etiopía, donde hay tanto en juego.
Como ha sucedido en la turbulenta historia de Etiopía, los ciudadanos de a pie, por lo general pobres que apenas subsisten, son quienes soportan las peores consecuencias de las actuales maquinaciones políticas mientras los distintos grupos de interés compiten por el poder, muchos sin mirar el costo humano.
Y Etiopía no es el único caso. Las elites políticas de muchos países africanos parecen especializarse en ese modus operandi. Pero la enorme influencia de la diáspora etíope sí es única y no fue valorada hasta que se hizo demasiado tarde.
Los etíopes se ríen con facilidad, pero también se enojan con la misma facilidad. El resentimiento y el rencor descomunal bulle bajo la superficie del país esperando salir.
Y hay grupos de jóvenes desempleados que no tienen esperanzas ni perspectivas de futuro. Eso ya derivó en conflictos en otros países africanos.