“Gracias Señor, por habernos enviado el SIDA. Todos los tecatos y maricones de New York, San Francisco, Puerto Rico y Haití te estaremos eternamente agradecidos por tu aplomo de Emperador del Todo y de la Nada (y si no me equivoco, de Católicos, Apostólicos Romanos). Los heterosexuales del centro de África, creo, que son ignorantes al no reconocer quel SIDA le ha permitido entrar a la modernidad sin prejuicios, aunque ya sí saben que la falta de lluvia y de alimentos son tus justas artimañas de purificador y arquitecto de almas”.
–“Nobleza de Sangre”, Manuel Ramos Otero
Desde su origen en la década de los ‘80 hasta el presente siglo 21, el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) ha cobrado millones de vidas a lo largo y ancho del globo terráqueo. Hoy, en el Día Mundial de la Lucha contra el SIDA, a pesar de los amplios avances tecnológicos, científicos y médicos –uno casi de la mano del otro– el mundo no ha visto germinar alguna cura que ayude a eliminar esta enfermedad o, en todo caso, a prevenirla.
De manera que, ante la falta de una cura total, precisa y exterminadora del virus, junto con la extensa lista de ataúdes que moran bajo tierra a causa de este denominado “mal”; el SIDA históricamente ha adquirido una multiplicidad de mitos que en muchas, si no todas, las instancias carecen de veracidad.
Varios de estos mitos, que se desencadenaron a raíz del surgimiento de esta enfermedad, fueron trabajados por la escritora, ensayista y cineasta, Susan Sontag (1933-2004), en su texto El SIDA y sus metáforas (1989). La escritora añadió esta ‘nueva’ enfermedad al listado de pestes que a través de la historia azotaron al mundo. A diferencia del cáncer y la tuberculosis, por ejemplo, en el caso del SIDA, las personas se contagian con el síndrome a través de un organismo viral que produce un microorganismo diez mil veces más pequeño que la punta de un alfiler.
Sin embargo, las repercusiones del contagio con este microorganismo lo hacen ver de tamaños gigantes, si se toma en consideración que al adquirirlo éste podría llegar a ocasionar la muerte.
En este sentido, los imaginarios que acompañan a esta enfermedad establecen mayores efectos sociales, en materia de discriminación, estigma, exclusión y sobre todo miedo. De ahí, la importancia de entender una de las primeras metáforas o mitos que se disparan con el SIDA: la enfermedad como castigo divino. Sontag explicó que desde tiempos bíblicos –y probablemente hasta el presente para ciertos sectores– adquirir una enfermedad representa el resultado de un castigo de Dios por la manera que las personas viven o toman ciertas decisiones fuera de las normativas religiosas.
Precisamente, al transmitirse el SIDA mayormente de manera sexual, se suscita una oleada de recriminaciones, anatemas religiosos y denuestos moralistas.
Y es que, para la autora esta enfermedad viene a sustituir lo que en antaño representaron la sífilis y la lepra: enfermedades repulsivas. Con la sífilis se generó una de las metáforas que hoy por hoy todavía acompaña la significación del SIDA: “la de una enfermedad que no sólo es repulsiva y justiciera, sino que es invasora de la colectividad”.
Supone una enfermedad que rompe con las condiciones de un mal individual a uno de carácter grupal, mayormente de grupos de riesgo. En otras palabras, despoja al enfermo de cáncer de una carga de culpa y la traspasa al sidoso que es quien “busca” su enfermedad.
La visita de la peste
Un segundo aspecto metafórico que acompaña a las enfermedades a través de la historia, entre éstas el SIDA, es la conceptualización de estas pestes como un elemento extranjero o que viene de otro lugar. Por ejemplo, Sontag documentó en su texto que, en el caso de la sífilis se promulgó por mucho tiempo que esta enfermedad era de carácter fronterizo y que llegaba a Europa desde el Nuevo Mundo.
Por lo que, ya las pestes “no son enviadas del cielo, como se pensaba en la antigüedad bíblica y griega (…) en cambio los pueblos reciben la visita de las pestes desde el extranjero”. Naturalmente, este mito está acompañado por el hipertexto xenófobo y racista que apelaba a mantener las oligarquías europeas como el centro del mundo.
Asimismo, converge con esta postura otro de los mitos que acompaña al SIDA: la enfermedad viene del Tercer Mundo. Se atribuye el nacimiento de esta enfermedad en el continente negro –África– y que más adelante se difundió a Haití y posteriormente se denominó como una enfermedad del Trópico. Todas estas zonas denominadas –aún en la actualidad– como parte de un mundo bajo y poco modernizado; carente de vanguardias sociales, culturales, políticas, etcétera.
El SIDA como juicio social
La catástrofe epidémica del SIDA sugiere la inmediata necesidad de limitarse, de constreñir el cuerpo por el bien de la propia conciencia. Otra lectura que se rescata de las propuestas que esbozó Sontag en su texto es que más allá de observar el SIDA de manera negativa, temerosa y, por consiguiente, apropiada para el verdadero peligro; la enfermedad expresa el deseo de poner límites más estrictos a la conducta de la vida personal por parte de sistemas políticos que controlan el mundo.
El uso de las enfermedades como metáforas descriptivas de unos grupos sociales viene a fungir como señalamientos a colectivos transgresores y viciosos asociados al pecado o a los pobres. De ahí que por mucho tiempo se haya utilizado el SIDA para fustigar contra homosexuales, drogadictos o prostitutas. Ya que, si existe esta enfermedad en una sociedad es porque sus componentes no están regidos por las normas correctas que promuevan las clases altas o jerárquicas. Como estableció Sontag, la salud está vinculada con la virtud tanto como la enfermedad es asociada con la depravación.
Como resultado, el SIDA converge con discursos de sectores moralistas que utilizan los estragos de esta enfermedad para fomentar y perpetuar el miedo, la xenofobia, la homofobia, el racismo, la división de clases, entre un sinfín de aspectos que mutilan el bienestar social alrededor del mundo.
Por lo que, Sontag, exhortó –hace ya más de dos décadas atrás– a liberar la enfermedad de su carga de culpa y vergüenza, criticar las metáforas, castigarlas, desgastarlas, absteniéndose de usarlas, poniéndolas en evidencia, criticándolas y de esta manera: devastándolas.
*Este análisis comprende una reflexión que se desprende del texto El SIDA y sus metáforas (1989) de la escritora Susan Sontag (1933-2004).