Ante todo lo que está pasando en la Universidad de Puerto Rico, muchos nos preguntamos ¿por qué se hizo una huelga hace un año y no una huelga ahora? Sin duda alguna son preguntas que para poder responder tenemos que dar un vistazo a todo lo acontecido desde aquella Asamblea Nacional de Estudiantes el 5 de abril de 2017.
Para empezar hay que aclarar que la decisión de una huelga previo a un plan fiscal que no había sido aprobado, se tomó para crear los espacios y los preparativos para hacerle frente a un gobierno opresor que ha puesto por años en primer lugar la deuda, antes que la educación. En aquellos días se intentó cabildear por medio de los diferentes colectivos el que “el golpe, si era que había uno, fuera menos fuerte”. En el transcurso de la huelga los políticos nos tuvieron jugando al “ping-pong”, entre la izquierda y la derecha algunos se volvieron mancos y otros ambidiestros. Aunque públicamente hubo políticos solidarios, su gesta y acción por la Universidad del Pueblo quedaron obsoletas ya que su presencia se basó en cámaras televisivas o foros radiales, y no en políticas públicas o enmiendas a las certificaciones y leyes existentes.
Por otro lado, cuando hablamos de los estudiantes, pudimos ver tres perfiles que se repitieron en cada recinto. Primer perfil: los huelguistas que dieron por victoria la aprobación de ciertos acuerdos y abandonaron los portones creyendo que el aumento no le correspondería a esta generación. Segundo perfil: los huelguistas que sintieron que esta movilización era como nadar en contra de la corriente y mostraron su cansancio con un voto de fin de huelga. Tercer y último perfil: aquellos huelguistas que se quedaron en medio de todo con propuestas, vistas con la (in)justicia, marchas, megáfonos y soluciones en mano, teniendo muy claro que una lucha con portones abiertos (como muy bien dictaron las mociones de las últimas asambleas), era imposible.
Luego de capturar el ojo público –por lo controversial de sacar la cara por una sociedad que parecía estar decapitada– la huelga acabó, y los estudiantes al final fueron las víctimas prematuras del color azul.
Finalmente, el plan fiscal se aprobó, la leyenda pueblerina de un aumento de matrícula, se hizo realidad y una vez más volvemos a ver a miles Albizus Campos con acceso a las redes sociales. Nos hemos quedado tras la pantalla y el teclado. Olvidamos la camapaña #Tetoca, para tener que decir “#Nostocó la inmovilidad”; y para este fenómeno las excusas son múltiples. Algunos adjudican esta inmovilidad al impacto del huracán María pero, ¿realmente hubiéramos dado un segundo voto de huelga? La respuesta es no, al menos en este semestre académico.
Actualmente, el estudiantado de la Universidad del Pueblo está en modo de sobrevivencia. Nos tienen con la soga al cuello y si nos movemos un poco, nos ahorcan sin pena. Estamos contra la espada y la pared, a cada lado que miramos hay un plan, una reforma o una idea para acabar con nuestros sueños.
A un año de la huelga, he entendido que ya no basta con una huelga estudiantil, yo no daría el voto otra vez. Para poder ponerle fin a este atropello social y cultural Puerto Rico necesita una movilización multisectorial, detener lo que el gobierno quiere mover hacia el abismo. Que el pensionado salga de su sofá y el maestro del salón, pero también que el empleado de Autoridad Energía Eléctrica se baje del poste, que las denuncias por el mal manejo del Centro Comprensivo de Cáncer se acumulen hasta que destituyan a sus encargados, y que los policías se unan y dejen de atemorizarnos cuando lleguemos a la línea de piquete.
No podemos continuar mirándonos de reojo como si un sector fuera más importante que otro. Los que estamos en pie de lucha tenemos que levantar a los que están de rodillas. Hay que demostrar juntos que no necesitamos andar tras otros pies para salir hacia adelante y que nuestra estrella no es que no pueda estar entre las 50, es que simplemente es muy grande para estar ahí.