El sentimiento moral entre los puertorriqueños en torno al arrojo de los nacionalistas y la violencia que sufrieron ha impactado el ambiente social a través de las generaciones, un ambiente que recuerda que hay cosas importantes pendientes por resolverse. Quizá aquí radicó la decisiva contribución albizuista.
Distinto a suposiciones que siguen repitiéndose, de que la insurrección nacionalista de 1950 perseguía derrocar el gobierno colonial, el alzamiento buscaba ante todo llamar la atención mundial sobre la condición colonial de Puerto Rico, que el gobierno estadounidense y Luis Muñoz Marín —principal intelectual criollo del imperialismo norteamericano— intentaron encubrir con el invento del Estado Libre Asociado.
Parece que desde su llegada a la Isla después de su primer encarcelamiento, a fines de 1947, Pedro Albizu Campos inicia la organización de un aparato armado del partido dirigido a realizar un levantamiento.
Este alzamiento incluiría, óptimamente, secuestrar a Muñoz Marín para llamar más todavía la atención internacional; y el repliegue hacia las montañas de Utuado de los nacionalistas que sobrevivieran las confrontaciones en los ataques a instalaciones federales y policiacas y pudieran escapar y reagruparse.
La persecución de los combatientes en los montes —donde puede sobrevivirse con algún entrenamiento y conocimiento— mantendría vivo el drama nacional y ayudaría a la denuncia ante los pueblos de América y del mundo, sobre todo si se alargaba y se complicaba con nuevas protestas en otras partes del país.
Los nacionalistas tratarían de evitar, dentro de lo posible, la muerte de puertorriqueños, incluyendo policías. En cambio, durante los enfrentamientos que se produjeron la Guardia Nacional y la Policía masacraron nacionalistas viciosamente.
Parece claro que la Policía estaba al tanto de los planes insurreccionales, dadas las debilidades de la estructura clandestina nacionalista, creada en poco tiempo y contra mil dificultades, y susceptible a agentes encubiertos. La Policía madrugó a los nacionalistas, sobre todo al allanar un depósito de armas en Peñuelas que probablemente tenía importancia crucial.
En efecto, mientras los nacionalistas prendían fuego a instalaciones en Jayuya y otros pueblos, vecinos les pedían armas para unírseles, pero no las había; ni siquiera las había para muchos militantes activos en los planes de sublevación.
De todo lo cual se desprende que en Puerto Rico es posible una institución clandestina revolucionaria. Con mejor organización puede haber la cantidad indispensable de combatientes y armamento, y mayor rigor en la inteligencia y contrainteligencia.
La logística referente al armamento relacionó la insurrección del 50 con la población penal. Varios presos de la Penitenciaría Estatal en Río Piedras conseguirían armas para los nacionalistas; simultáneamente se planeaba una fuga de la prisión, que se realizó.
Este ángulo subraya el ingrediente de la cárcel en la cultura popular de Puerto Rico, un país preso, figurativamente, y donde múltiples opresiones sociales han formado una masa siempre grande de confinados, mayormente hombres jóvenes pobres, negros y mulatos. Entre los presos persiste una tradición de respeto especial a Albizu Campos y los nacionalistas, quienes también vivieron la prisión y en cierto modo la simbolizan.
Albizu Campos estaría siendo monitoreado por el FBI y la Policía desde poco después de llegar de Boston a la isla en 1921. (Desde principios de los 30 la Policía estuvo dirigida por un experimentado agente de inteligencia militar, Elisha Francis Riggs, a quien los nacionalistas ejecutaron en 1936.) Esta vigilancia arreciaría una vez Albizu Campos fue electo presidente del partido en 1930, y se haría mucho más agresiva después de que los obreros del azúcar le pidieron en 1934 que los representara durante una huelga de escala nacional.
La directiva del partido fue encarcelada en Estados Unidos rápidamente en 1936, después del famoso juicio de circo. Tras la insurrección de 1950 fue encarcelada de nuevo, ahora en la Isla, junto a cientos de independentistas, militantes y puertorriqueños más.
El nacionalismo, pues, “no tuvo tiempo suficiente” de organizarse y despegar propiamente, ni en los pocos años de los 30, ni en el escaso tiempo entre 1948 y 1950.
Sabiéndolo, Albizu Campos cuenta para el levantamiento, incluso el levantamiento abortado e improvisado que hubo, con la valentía de sus militantes y las relaciones familiares y compueblanas de estos; y con que el sacrificio voluntario de sangre que harían permanecería en la memoria colectiva puertorriqueña, en fin, en lo nacional-popular (según el concepto de Antonio Gramsci esbozado en el artículo anterior).
Se denunciaría a nivel internacional la situación colonial y se desafiaría la invisibilidad de Puerto Rico, mediáticamente confeccionada por el gobierno de Estados Unidos. Más aún, el recuerdo moral y el sentimiento popular serían terreno de futuras germinaciones políticas, ya para adelantar la descolonización de la Isla, ya para servir de estorbo permanente a los planes colonialistas que viniesen después.
La poesía de Hugo Margenat —escrita poco después de 1950 y publicada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña en 1974 bajo edición de José Manuel Torres Santiago— recoge no sólo la mística del heroísmo y el sacrificio autoconsciente de los nacionalistas, sino incluso el sentido político-estratégico de la insurrección. Una línea dice: “Es preciso caer levantándose”. Es decir, caer pero continuar, ser derrotados y a la vez permanecer, morir y seguir vivos en la realidad política.
Nuevas circunstancias
El sentimiento moral de los puertorriqueños, generalmente callado, ante los dramas del nacionalismo —que el gobierno ha instruido al pueblo olvidar y rehuir— probablemente seguirá circulando entre la vida social isleña y diaspórica, incluso en la actividad electoral.
Como sugiere Gramsci, la cultura es política. Lo nacional-popular es también sujeto. La gesta nacionalista afiló su dimensión política. El país sigue dominado pero la tensión persiste, y la cuestión nacional se mezcla con las luchas de clases.
Sin embargo es poderoso el neoliberalismo que desde fines del siglo 20 persigue la disolución de los pueblos, precisamente de esa energía de las clases populares que tiende a la solidaridad social implicada en la nación.
El núcleo duro del sistema imperialista mundial —Estados Unidos y Europa occidental— está en declive y en reiterada crisis económica y moral. Pero le queda bastante tiempo todavía, según se ve, por ejemplo, en el claro dominio que tiene Estados Unidos sobre América Latina.
El sistema imperialista viene siendo contestado por países relativamente desarrollados que no se fundan en el capitalismo imperialista, notablemente China Popular —cuya constitución incluso aspira al socialismo—. Un nuevo balance internacional puede favorecer a los países más subordinados y pobres. No es veloz, sin embargo, el ritmo de todo esto.
Está por verse cómo lo nacional-popular puertorriqueño se relacionará con las nuevas circunstancias, digamos la integración socioeconómica y demográfica de Puerto Rico a Estados Unidos, y en qué medida se mantendrá el sello político asertivo e irreverente que el nacionalismo luchó por impartirle.
La corriente independentista que más hábilmente incorporó el legado albizuista estuvo representada por el Movimiento Pro Independencia (MPI) y su sucesor desde 1971, el Partido Socialista Puertorriqueño (PSP). El PSP acercó la idea de la liberación nacional a las masas populares y trabajadoras como nunca antes, pero dejó de existir en los años 80.
No fueron masacrados ni encarcelados sus militantes, sino que por voluntad propia decidieron disolver el partido. Fue un hecho asombroso que hay que ubicar en la integración gradual de la Isla a Estados Unidos y el poder cultural e ideológico del capitalismo.
Pero el mercado es contradictorio. Por un lado tiende a disolver los pueblos y los estados-naciones, y por otro a fortalecerlos. Los coloca bajo el dominio de los países imperialistas, y a la vez estimula —muchas veces— sus fuerzas productivas, sus culturas populares, su deseo de identidad y su necesidad de libertad política y económica.
Este doble y contradictorio carácter produce tendencias simultáneas al olvido y al recuerdo. En este confuso universo se debate el subyacente impulso de la insurrección nacionalista de 1950.