Tan solo cinco días han pasado desde el pronunciamiento oficial del Gobernador de Puerto Rico, Luis Fortuño frente a la legislatura estatal. Luego de estipular su posición referente al interés de ponerle fin a la extensión del “jangueo” nocherniego pasada la medianoche, en la concurrida avenida Universidad, se enfrentaron estudiantes y “jangueadores” con la policía municipal de San Juan y efectivos de la División de Operaciones Tácticas de la uniformada estatal en una confusa melé urbana. El evento, ocurrido en la madrugada del viernes trajo consigo una serie de saldos graves, entre los que cabe destacar la herida que recibió la estudiante y residente de la Torre Norte, Michelle Padró, a causa de un disparo de gas lacrimógeno que la alcanzó frente a la residencia universitaria. Esta situación evidencia la seria polarización social que se vive en el País. El ya constante abuso de los cuerpos policiales hacia los ciudadanos, subraya las enormes carencias cívicas que tienen los encargados de la “ley y orden”. El testimonio, de aquellos que vieron los hechos protegidos tras las persianas de las residencias universitarias, certifica que hubo un exceso de violencia policíaca contra los estudiantes, quienes están en desventaja física y técnica ante una institución que instruye a sus miembros sobre cómo utilizar la fuerza bruta en favor suyo. Sin embargo, aquí podrían estarse pegando un tiro en el pie, pues la brutalidad no convence ni amedrenta, sino que destruye, aún más, la ya muy lacerada confianza que la ciudadanía tiene para con las instituciones policíacas. En tanto, es justo acotar que el estudiantado muchas veces pierde los estribos. Para algunos de mis colegas, la vida universitaria parece ser sinónimo de desenfreno, soslayando lo que aprenden en las aulas, ebrios de instintos pueriles que dan cuenta de una gran incultura y sordos ante el capital educativo y cultural al que tienen acceso a través de las instituciones de educación superior. Esta es una irresponsabilidad compartida por las partes en conflicto y da cuenta de la dicotomía que hay entre las afrentas sociales que vienen de las fuerzas de seguridad, versus la respuesta de la población civil: ambos se enfrentan a golpe de macana y botella “voladora”. Sucesos como los de ayer podrían servirnos como un llamado a una reflexión sobre el lugar que ocupa la mesura en todos los estratos sociales, a la sazón, responsables de la cordura nacional. Asimismo, el Gobierno tiene que detener la creciente demonización de los lugares públicos de encuentro social. Ojo. Las tangencias entre el discurso oficial, que apunta a una alarmante respuesta represiva ante el desgarramiento del tejido social, y acciones como las de esta madrugada pueden dar pie a teorías conspirativas fáciles de creer.