Cuando los problemas se acumulan uno encima de otro los americanos suelen decir “when it rains it pours”, lo que en castellano se traduce a que “cuando llueve es a cántaros”. Así es la cosa en el gobierno de Luis Fortuño. Como si no fuera suficiente con la crisis económica mundial, en cuestión de semanas surgió una epidemia de influenza, se revolcó Villas del Sol, renunció el presidente de la Universidad de Puerto Rico y unos policías con ínfulas de gladiadores interrumpieron -al son de macanazos- el jangueo universitario. En medio de esta migraña descomunal, aparece un video de una reunión comunal en la cual Jaime González, director ejecutivo del proyecto Riviera del Caribe, se va más allá de lo políticamente incorrecto. Para más hablar, si no fuera porque lo vi, jamás lo hubiera creído. Los puertorriqueños estamos acostumbrados a funcionarios de gobierno que hacen de un memorándum un soneto y nos enredan en metáforas de arcoíris. González no encaja con ese prototipo. “Vamos a hacer unas tiendas, que alguna de las tiendas tendrán productos que no los van a poder comprar, pues ‘such is life’ (así es la vida). No todo el mundo ha sido tan agraciado. Pero no hay exclusión aquí de nadie”, sostuvo ante la presencia de los vecinos de Ceiba. “Y el que no tiene ni siquiera 50 chavos pa’ comprarse un límber por lo menos puede disfrutar de caminar libre de costo por esos paseos peatonales frente al mar y ver los cruceros llegar y ver a los pasajeros, los pasajeros con chavos, bajarse del crucero y verlos meterse en las tiendas y verlos comprando cosas caras y al que le cree eso complejo, pues lo siento mucho por ustedes, porque la vida es así, no todo el mundo nació tan agraciado”, continuó González. No alcancé a ver los rostros de los ceibeños a los cuales el director dirigía su monólogo, pero imagino que al igual que el mío, reflejaron asombro. Sin embargo, es posible que no fuera por las mismas razones. Mientras que con toda probabilidad ellos se ofendieron, a tal punto que el representante de ese distrito se vio en la necesidad de pedir la renuncia del funcionario, yo no reaccioné de igual forma. Francamente, siento algo de admiración por el director. Me explico. Jaime González se atrevió a decir cosas que nunca imaginé que saldrían de la boca de alguien involucrado en la política de este País. Echando a un lado su evidente falta de tacto, hay que reconocer que no estaba mintiendo. Es verdad que la revitalización de los terrenos de Roosevelt Roads no será para el disfrute de todos los puertorriqueños. Y que, como el mismo Gonzáles dijo, el muelle será para “dar acceso a esas personas más agraciadas que usted y yo que tienen unos yates de 50 pies que atracan aquí y están par de horas’’. Por eso no puedo ofenderme con las expresiones del director, porque están fundamentadas en una realidad de la cual él no es responsable. Además, sospecho que su motivación no era menospreciar a los allí presentes, sino expresar un sentido de frustración muy personal. No puede ser fácil dirigir un proyecto y estar consciente de que no está dentro de sus posibilidades disfrutarlo plenamente. En todo caso, antes de juzgarlo, hay que reflexionar sobre lo siguiente: siempre nos quejamos de que los políticos y sus secuaces nos mientan a la cara, pero en este caso no fue así. González habló de una verdad según su punto de vista y ese, después de todo, es su derecho. Que si esa es la política del gobierno de Luis Fortuño es otro asunto para otro análisis. Lo que concluyo sobre este particular es que el director nos dio un golpe bajo, señalando nuestras esperanzas vanas y nuestros complejos de inferioridad y si nos molesta, es porque la verdad duele. El autor es estudiante de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico.