Los sucesos del pasado jueves en la noche en plena zona universitaria de Río Piedras obligan, entre otras cosas, a pensar en las prácticas de ocio puertorriqueñas y la postura del estado hacia éstas. Mis comentarios no son necesariamente una apología al jangueo. Sin embargo, reconozco que es una reivindicación de la práctica antiquísima de ir de copas luego del trabajo, estudio o cualquier otra obligación cotidiana. De hecho, en la medida que la recreación se fue institucionalizando, es decir que se convirtió en la oferta de una variedad de instituciones, las visitas a tabernas, “pubs” (public houses es su nombre formal), bares, cafeterías, etc. se constituyó en una de las primeras prácticas recreativas urbanas y también en una de las más populares. Populares porque fueron y son estimadas por el público en general. Dicha práctica forma parte del ritual social de casi todas las sociedades del mundo, independientemente del nivel de desarrollo socioeconómico – se visitan los bares en el centro de París y en las favelas de Río de Janeiro. Esta práctica recreativa tiene menos que ver con el consumo de alcohol que con la socialización; después de todo quién tenga un interés serio en tomar alcohol le iría mejor comprándolo en el cash and carry y bebiéndolo en casa. Ir a los bares, pubs, tabernas es y siempre ha sido, una actividad social. Sin embargo, hay voces que condenan y hasta reprimen tal costumbre, particularmente en el caso de la juventud apta legalmente para consumir alcohol; la universitaria. Se denuncia la falta de espacios para la recreación en la zona universitaria y puede ser que sea cierto; después de todo Río Piedras vivió mejores tiempos como centro de ocio con una oferta variada de cines, clubes nocturnos y sociales, cafeterías, restaurantes, plazas y por supuesto bares. Ese centro de actividad social que fue Río Piedras también vivía de tarde y de noche precisamente por la oferta recreativa que existía; no como ahora que pasadas las seis de la tarde se convierte en tierra de nadie. El Estado tiene responsabilidad en esto y la Universidad también. La administración municipal y la central también, harían un gran servicio ampliando la oferta de espacios recreativos aquí y no me refiero a canchas públicas, pues parece que no hay sensibilidad para pensar en otra cosa. Que aprovechen la iniciativa de las APP para poner en manos sensibles espacios baldíos para transformarlos en lugares de encuentro y actividad cultural. Por otro lado, la Universidad puede ser un lugar ameno que invite a los estudiantes, a la mal llamada comunidad universitaria, a janguear en sus espacios de tarde y de noche también. Nuestro recinto, con pocas excepciones, parece más bien una oficina, un lugar del cual todo el mundo quiere huir después de clase. La Universidad dice tener la encomienda de formar un ser integral, capaz de contribuir a la sociedad del futuro. Esto, a mi modo de ver, implica necesariamente atender la educación para el tiempo libre como un proceso vitalicio de formación de valores, actitudes, conocimientos y destrezas para el ocio.
*El autor es profesor del Programa de Recreación de la Facultad de Educación, en la UPR-RP.