Las contradicciones económicas que hacen nata en la realidad chilena, parecieran confirmar las teorías que la euforia globalizante neoliberal y su ortodoxia, expulsaron de las universidades y borraron de los libros y del lenguaje político, académico y social.
Es necesario volver a entender la riqueza en relación con la pobreza y viceversa. Pensar la desigualdad no como un detalle o una posible contraindicación de nuestro modelo, sino que como un fenómeno intrínsecamente relacionado con éste y su éxito macroeconómico. Lejos de representar un modelo de desarrollo, el patrón de acumulación chileno, que ha posibilitado alcanzar elogiadas cifras en el ámbito macroeconómico, tiene como principal puntal a la desregulación laboral y la desprotección ambiental, junto a la baja carga impositiva al gran empresariado, en especial a la “inversión extranjera”.
Este patrón ha permitido que varios chilenos se empinen en las selectas listas de los mayores multimillonarios a nivel mundial y que las más grandes compañías multinacionales proyecten en Chile grandes negocios en todos los rubros. La simbiosis de un sistema profundamente liberal en lo económico con uno extremadamente conservador en lo político, asegurará además la estabilidad política en el marco de todas las garantías brindadas al empresariado en dictadura, ratificadas y ampliadas en la eterna transición.
Basta echar una miradita al centro sur para ver que el mentado crecimiento y dinamismo económico, aportados por el sector agroindustrial, forestal y salmonero, ha convivido con la pobreza y la pauperización de gran parte de la población; en especial en la región de la Araucanía que, concentrando parte importante de la producción forestal en sus territorios, continúa siendo la más pobre del país. Ir un poco más al sur y mirar lo que quedó después del auge de la empresa del salmón que tanto transformó los paisajes, las normas de propiedad y las relaciones socioculturales de la gente de la X Región, pero que en nada aportó a transformar su carencia.
Escuchar a la gente de Aysén, la región con mayor crecimiento económico regional del 2011, pero con una de las cifras más altas de desigualdad del país, donde los trabajadores tienen un ingreso promedio menor al nacional en un contexto de alto costo de la vida, que reduce de manera significativa la capacidad de compra de sus salarios. La región de Atacama, que durante los últimos dos años muestra un sostenido crecimiento que ha repercutido en un aumento de la actividad económica sobre el 10% y de la construcción en más del 30%, es también evidencia de la contradicción. Para cualquiera que desconfíe un poco de las cifras y que tenga ojos para mirar más allá del parque automotriz y la expansión del retail: Chañaral, Diego de Almagro, Huasco, Tierra Amarilla o el propio Copiapó; son comunas pobres o por lo menos de pobreza equipada, aquella maquillada por el acceso al consumo especialmente de mercancías tecnológicas para emular el american way of life, aunque sea mediante la compra de imitaciones chinas. En esta región cerca de 20 mil personas viven en situación de indigencia, mientras tanto que el porcentaje de los que viven en la calle es casi dos veces el promedio nacional.
Mapa de la Región de Atacama en Chile.
La pobreza de la región es y será proporcional a la desmesurada extracción de riqueza de las empresas mineras transnacionales y de sus asociados nacionales. Los salarios que reciben hoy los trabajadores y todos los asalariados de la minería (incluidos técnicos, profesionales, administrativos y gerentes), pese a ser elevados si se les compara con el sueldo mínimo, representan en Chile en general, menos del 7% de las ganancias del sector. La desigualdad entre lo que se llevan y lo que queda, se reproduce con más crudeza si tomamos el caso de los trabajadores de la región no directamente relacionados con la minería, los pescadores artesanales, los pequeños agricultores o los temporeros de la uva, que además de recibir ingresos muy por debajo del promedio regional ($613.392, el segundo más alto de Chile), tienen que asumir un alto costo de la vida, en especial en los alimentos y en el sector inmobiliario, inflados por los ingresos mineros.
El desarrollo de la región de Atacama, al igual que la de gran parte del norte minero de Chile, es definido como un desarrollo no durable. Esto no es dado únicamente por la vocación primaria exportadora de la economía, basada en la minería, sino que también y sobre todo por la importancia trascendental del capital extranjero en la economía regional. La nula diversificación de la producción y la ausencia de valor agregado a la exportación, repercuten en que la participación de los actores locales sea secundaria y pocas veces trascienda al trabajo o a la prestación de servicio.
El velo de éxito económico que actualmente cubre a la región, es aquel que le muestra como un enclave minero moderno, en que gran parte del equipamiento responde a las necesidades específicas del sector y a su sobre explotación del recurso, ligado a la entrada desregulada de capital privado transnacional y al alto precio del cobre. Pero ¿qué parte del velo quedará cuando la minería deje de mostrar el dinamismo que hoy muestra? ¿Qué quedará en las ciudades de la región, si gran parte de los servicios están pensados en la minería transnacional y son de propiedad de actores no regionales? La contradicción se profundiza si pensamos que el desarrollo regional no sólo no es durable, sino que tampoco es sustentable. Será esta la primera región del país que no tendrá agua para el consumo humano, además de tener gran parte de su litoral contaminado con las termoeléctricas y con los relaves mineros que se acumulan, como en la costa de Chañaral, desde hace casi ya un siglo.
Si Chile en general representa un caso perfecto de crecimiento empobrecedor, el caso de la región de Atacama, pareciera ser el mejor ejemplo para comprobar en tiempo real el auge y la caída de un modelo agotado, que no sólo se extingue así mismo sino que puede extinguir todo a su paso.
El autor es Antropólogo en Chile
Fuente EcoPortal