Las protestas y las manifestaciones son siempre un tema delicado y difícil de tratar. Sobre todo desde el punto de vista de su efectividad en pro de la causa que persiguen y el tono pacífico o, por el contrario, agresivo que adoptan. Los levantamientos de malestar que se han venido realizando en repudio de los hechos acontecidos en la avenida Universidad y las que se planifiquen en días posteriores, invitan a una profunda reflexión en torno a estos elementos. ¿Qué tan efectivas están resultando y cuál es el nivel de pacifismo que deben mantener dichos actos de protesta? Si aquello que se denuncia es precisamente la brutalidad y exceso de violencia policiaca en contra de los estudiantes pacíficos, me parece que lo sensato sería demostrar, por medio de manifestaciones bien estructuradas y planificadas concienzudamente que, en efecto, los jóvenes son personas capaces de mantenerse al margen de todo ímpetu y arrebato de agresividad. Planteado esto, me parece contraproducente que el tono de estos piquetes sea dado por la ofensa y los insultos contra los uniformados. Estas agresiones, algunas veces disimuladas parcialmente por la creatividad pero otras mucho más explícitas y burdas, son también una forma de violencia y no sólo envían un mensaje opuesto a lo que persigue la protesta, sino que da pie a que sus detractores señalen estas expresiones como evidencia de que los estudiantes no son ningunos santos. Tampoco podemos llegar a lo insípido y lo vacío. La idea de reunirse a beber juguito de manzana vestidos con camisa blanca, en la calle donde comenzó el problema fue una iniciativa loable, pero se disipó toda perspectiva cuando la mayoría de los presentes se comportaron como si estuviesen en una especie de verbena o fiesta “matiné” sin alcohol. La actividad pierde contundencia política si sus participantes no mantienen una actitud coherente a la razón fundamental por la que están ahí presentes. Para los políticos, esa conglomeración de gente no fue una protesta, fue un simple “jangueo” que aunque contara con la presencia de cientos de personas, no tiene más importancia para ellos que un martes de Galería. Incluso algunos de los que asistieron aceptan que la razón por la que lo hicieron fue “pa reunirme con los panas” o porque “no tenía nada más que hacer”. El 21 de octubre de 1967, en Washington, casi un millón de manifestantes se conglomeraron frente al Pentágono para protestar contra la guerra de Vietnam. Todos y cada uno de los participantes en dicha protesta pacífica sabían porqué estaban ahí y estaban comprometidos con la causa. Además de la contundencia que esto ya posee, varios jóvenes decidieron hacer la emblemática acción de enfrentar las bayonetas de los representantes de la ley con flores. Marc Riboud, el fotógrafo que capturó con su cámara a Jan Rose, la joven de diecisiete años que introducía la flor que llevaba en la mano dentro del rifle de un guardia, expresó en una entrevista para el diaro español El País: “Vi a esa muchacha con la flor intentando dialogar con los soldados. Era una escena extraordinaria, una chica de 17 años que les decía: ´Pueden aplastar esta flor pero somos hermanos, podemos hablar´. No era la chica quien temblaba frente a las bayonetas, sino los soldados”. En Portugal, en abril de 1974 se dio la Revolución de los Claveles, llamada así por el hecho más contundente de este movimiento: la marcha de las flores en Lisboa, caracterizada por una multitud guarnecida de claveles, que era la flor de temporada. Una vez más, no sólo cada uno de los participantes estaba comprometido con la causa, sino que pensaron en una forma rotunda de decir: “nosotros no somos los violentos”. No estoy expresando específicamente que para la próxima manifestación estudiantil los participantes lleven flores de maga en las manos (sería interesante, pero no es lo que persigo con este escrito). Históricamente hay miles de ejemplos de manifestaciones categóricas que han logrado llevar un mensaje claro a través de otros elementos que no sean flores. Rostros y manos pintadas de blanco, banderas negras, himnos y cantos al unísono. La lista es larga y diversa. A este pueblo no le falta ni creatividad ni personas que racionalmente puedan idear formas pacíficas de enunciar consignas. Quizás lo que falta es tener claro el objetivo de la protesta y que todos los asistentes estén conscientes de que están en una manifestación y no en una “fiesta de la calle” improvisada.