Posiblemente, para muchos televidentes, Anthony Bourdain fue más un presentador de programas sobre gastronomía que un chef; aunque no cualquier presentador.
Su presencia larguirucha, esbelta, destacada por su cabellera plateada, degustando fastuosos platos en restaurantes de primera o cocciones callejeras en barrios pobres era imponente y enigmática. En los restaurantes, su mera presencia denotaba conocimiento y cultura culinaria; en los barrios, curiosidad, solidaridad, aprecio y respeto.
El éxito inmediato de producciones para televisión como Anthony Bourdain: sin reservas (2005-2012), The Layover (2011-2013) y Parts Unknown (2013 al presente), lo transformaron en personalidad mediática mundial que le hicieron merecedor del Peabody Award (premio que reconoce lo mejor de la radio y la televisión estadounidense) y siete premios Emmy.
De igual manera, en sus libros sobre el mundo gastronómico (Bone in the Throat (1995), Kitchen Confidential (2000), The Nasty Bits (2006), No Reservation (2007) y Medium Raw (2010), entre otros, reveló el quehacer en las cocinas de los restaurantes, exploró las filosofías y secretos de los cocineros más famosos del mundo y dio a conocer las historias de las comidas y sus ingredientes, entre otros temas.
Su presencia a través de libros, televisión, redes sociales y en conferencias en vivo estuvo singularizada por el sutil sarcasmo de quienes han visto y conocido mucho.
Además, siempre mantuvo un toque irreverente que lo diferenciaba, sin llegar a ser irrespetuoso. Sus programas levantaban expectativas sobre cómo comunicaría su evaluación de los platos que acababa de degustar y hasta qué punto mostraría reverencia en las plazas culinarias consagradas por la crítica especializada. Bourdain siempre supo cruzar esa cuerda floja con elegante sencillez, vasto conocimiento y claridad.
El reconocido chef, conductor de televisión y autor visitó Puerto Rico en varias ocasiones; la última, en 2017. En ese episodio documental poco estudiado en la isla, este sociólogo de la gastronomía internacional elaboró un excelente análisis sociopolítico y cultural adosado con su acostumbrado recorrido culinario por los diferentes estratos socioeconómicos de nuestra cocina.
En él, su don de gente vestido de informalidad y expresado con desparpajo nos abrazó con simpatía, aunque sin condescendencia. Tal vez, lo más imparcial que llegó a manifestar de esta visita fue: “Puerto Rico es muy fácil de amar”.
Seguramente, a juzgar por la amplia discusión de su muerte en los medios y las redes sociales, lo que nunca imaginó fue que era amado por tantos.