Como parte del tercer festival de cine 'Hecho en Europa' que se presenta en Puerto Rico del 21 al 28 de marzo, se estarán proyectando en el Fine Arts de Miramar, los filmes La Voz Dormida de Benito Zambrano y 20 Cigarrillos de Aureliano Amadei. Ambas películas presentan de cerca (quizás demasiado cerca) los horrores de los conflictos bélicos, con una intensidad similar.
Antes de empezar, quisiera pedirle disculpas al lector por hacer la crítica de dos películas en una sola reseña, cuando verdaderamente sería justo que cada una tuviera la suya propia, pero tomando en cuenta que ambos serán proyectados en el festival, el hecho de que el que escribe vio uno detrás de otro en forma consecutiva y los elementos en común de ambos largometrajes, me he atrevido a hacer un análisis de ambas desde el punto de vista del dolor que presentan en la gran pantalla. Espero compensar mi atrevimiento dedicando parte del artículo a la crítica de ambas por separado.
Bipolaridad narrativa
Hablemos primero de 20 Cigarrillos. Esta película italiana, dirigida por Aureliano Amadei, está basada en el libro homónimo escrito por él mismo y que narra los hechos reales que sufrió durante la guerra en Iraq. El filme cuenta la historia del joven cineasta que viaja a Nasiriyah en 2003 para hacer una película acerca de la guerra en Iraq. Es ahí donde Amadei se convierte en el único civil sobreviviente de un atentado suicida al ejército italiano.
Lamentablemente no hay mucha más historia en este film. Con este párrafo no sólo he dicho la sinopsis del mismo, sino que posiblemente he contado la película entera. No es que haya sido mi intención, sino que no hay mucho más que contar. El film muestra el atentado y el doloroso proceso de recuperación de nuestro cineasta herido. Una vez presentada esa parte, termina, dejándonos un amargo sabor de boca por su tono exageradamente dramático.
Además, este tono resulta más terrible aún debido al trastorno bipolar que sufre la narrativa del film. 20 Cigarrillos salta intermitentemente de la ironía y la narrativa propias de la sátira punk al sufrimiento y el melodrama de la tragedia sangrienta. Por lo tanto, el espectador se podría sentirse perdido al no saber qué postura tener ante lo que está viendo. Por si fuese poco, el sentimiento de confusión que la película genera es empeorado por el mareo que produce la agitada cámara en mano durante todo el film.
Aun así, hay cosas que alabar de 20 Cigarrillos. En primer lugar, la actuación de Vinicio Marchioni como Aureliano Amadei. Lo otro digno de alabanza es quizás el haber corrido el riesgo de contar una historia de una manera distinta.
Los horrores del pasado
Entretanto, La Voz Dormida nos cuenta una historia que acontece en la España de 1940, bajo el régimen militarista del General Francisco Franco. El horror de las mujeres presas, torturadas y asesinadas durante esta dictadura es presentado en la gran pantalla mediante la historia de Pepita, una inocente chica cuya hermana embarazada está presa por formar parte de la oposición rebelde en contra del caudillo.
El film de Benito Zambrano tiene cosas excelentes como la grandiosa actuación de María León como Pepita y la igualmente impresionante actuación de Inma Cuesta como Hortensia. De igual modo, el discurso que busca hablar por todas aquellas voces dormidas y/o silentes que han callado el dolor de la dictadura franquista por años. Asimismo, los aspectos técnicos de la película están bien logrados, sobre todo la fotografía. Lamentablemente el audio pareciera tener dificultades de volumen, aunque no puedo asegurar que el problema sea del film y de la sala donde lo vi proyectado.
Ahora bien, el gran fallo de La Voz Dormida es el exceso, el tono melodramático y la redundancia. La forma en la que se nos reitera una y otra vez que los franquistas eran crueles e injustos, así como el hecho de que los rebeldes comunistas no se doblegaban ante la tortura y sufrían los peores horrores, se torna repetitivo y en algunos casos, exagerado.
Durante dos horas y ocho minutos se cuenta una historia que muy bien podría haberse presentado en hora y media. Hay secuencias prolongadas completamente innecesarias. Por ejemplo, en el film ocurren varias ejecuciones de presos. Previo al momento de dar muerte a los condenados, se presenta todo el proceso de sacarlos de la prisión, tenerlos esperando y llevarlos al patíbulo. Toda esta secuencia se hace interminable cuando uno ya sabe cuál es el desenlace. El espectador está consciente de que no va a llegar ningún héroe a salvar a los que van a morir, por lo que postergar el momento para alargar el sufrimiento, es un recurso que resulta recargado y casi morboso, con el único fin de generar más drama, en un film que ya de por sí es trágico.
Otro defecto del film es la abundancia de clichés y lugares comunes típicos del género de los conflictos bélicos, como, por ejemplo, el grito de libertad antes de que el héroe sea fusilado. Una historia que ya se ha contado varias veces y que, a pesar de estar excelentemente realizada, no muestra un punto de vista original.
Pero el peor lugar común es la caricaturización maniqueista de los “villanos” del film. Es decir, ese punto de vista guiado por la dualidad inquebrantable en la que los “buenos” son totalmente inocentes, justos y llenos de amor, mientras que los “malvados” son perversos, crueles e inhumanos. Nadie osaría poner en duda la perfidia infame y las injusticias cometidas por los miembros de la Falange Española Tradicionalista y los miembros de la Iglesia Católica que la apoyaba, pero el énfasis y el subrayado que tiene La Voz Dormida (y en general los filmes que hablan de regímenes terribles como el nazismo, el stalinismo o incluso el capitalismo). Se intentó de algún modo tratar de reparar esta visión agregando sólo un personaje del bando franquista que obra bien, pero su actuación es demasiado pequeña en relación al resto.
La sublimación del dolor reprimido
Si nos ponemos a pensar, ambos filmes (La Voz Dormida y 20 Cigarrillos) pecan de exagerar en la forma en la que presentan el horror, el sufrimiento y el dolor de la guerra y los conflictos bélicos. También comparten el hecho de que ambos son narrados por sus víctimas.
En el caso de 20 Cigarrillos esta situación victimizante es obvia. Aureliano Amadei fue protagonista de este hecho en vida real y es notable su necesidad de contarle esta historia al mundo, primero mediante su libro y luego con la película. Quizás sea un proceso de catarsis o incluso de sublimación ante el dolor y el sufrimiento experimentado.
En el caso de La Voz Dormida, no es una de las víctimas quien escribe lo que vivió en carne propia, pero si esta hecha por españoles. Son los hijos de una nación que vivió el horror en su propio suelo y que aún hoy, llora por sus desaparecidos y la injusticia.
En una rueda de prensa, la escritora de la novela en la que está basada la película, Dulce Chacón, afirmó que su libro ha "levantado ampollas”, cosa que considera necesaria ya que según ella "las heridas cubiertas no se curan jamás".
Chacón dijo que en España "se ha cicatrizado en falso. No se puede olvidar cuando te obligan". No es fácil olvidar tampoco cuando los españoles han escuchado a sus abuelos y padres contar historias del horror vivido bajo la dictadura.
Viéndolo desde ese punto de vista, es comprensible quizás el hecho de que para estos cineastas no sea exagerado el dolor en pantalla. Es posible incluso que para ellos, el verdadero horror detrás de la historia real, no sea siquiera comparable al que el espectador presencia en el film.
Caso similar ocurre con los cientos de películas sobre el holocausto y la Segunda Guerra Mundial. Año tras año vemos la misma historia contada una y otra vez, por lo que algunos cinéfilos comienzan a señalar que la repetición les cansa. Pero el asesinato de millones de judíos es un hecho que hoy en día, luego de setenta años, sigue ocasionando dolor en ese pueblo y humillación para los alemanes. Del mismo modo, sigue dando material para infinidad de películas, algunas sumamente trágicas.
Asimismo, ya se han empezado a ver películas de horrores más recientes, como la guerra en Bosnia y Herzegovina, Iraq, Uganda y otros países en los que la guerra y los caudillos han aterrorizado a la población.
Pero para aquellos que, afortunadamente, no hemos vivido de cerca el horror, posiblemente nos parezca exagerado el tono de estos filmes. En todo caso, no creo posible que sanen prontamente las cicatrices de algunos de los horrores del pasado, sino que, por el contrario, a estas se le vayan sumando las heridas de los conflictos más nuevos como ha empezado a ocurrir. Todas estas laceraciones encontrarán espacio para la sublimación en la gran pantalla.