En la comunidad Las Carolinas están quienes después del huracán María aprendieron a entender su país desde la solidaridad y la autogestión. Esa es la historia de Carmen Lydia Texidor y Rosario González; dos mujeres que, al percartarse de los daños causados por el pasado fenómeno atmosférico, tuvieron la iniciativa de convertir una escuela abandonada en el segundo Centro de Apoyo Mutuo de Caguas.
“Una de las cosas que nos motivó fue que no teníamos luz. Pensamos en las personas que no podían conservar su comida en la nevera; vimos esa primera necesidad”, expresó Rosario González.
Todos los días, a partir del 20 de septiembre de 2017, Carmen Lydia le preguntaba a su vecina Rosario cuándo iban a entrar a la escuela. Tenían el interés de limpiarla y comenzar a repartir comida. Así las cosas, hasta que el 6 de noviembre de 2017 cocinaron su primer almuerzo, gracias al donativo inicial que les hizo el Centro para el Desarrollo Político, Educativo y Cultural (CDPEC), con el que compraron una estufa.
La idea de rescatar una estructura abandonada para el beneficio de su comunidad surgió de la experiencia que tuvo Carmen Lydia al trabajar como voluntaria en el Centro de Apoyo Mutuo del pueblo de Caguas, una iniciativa que también surgió del CDPEC, la entidad sin fines de lucro que hizo posible los comedores sociales universitarios.
En una ocasión intentaron deshauciar a las gestoras del proyecto. Las personas que llegaron a lo que antes era la escuela María Montañez Gomez decían que “ya la habían comprado, que se les había sido asignada”, explicó Rosario. Sin embargo, la gente de las Carolinas decidió recoger firmas y llevarlas al Capitolio para que el Centro de Apoyo Mutuo de Las Carolinas se quedara en ese espacio. Hasta el momento no han recibido más visitas.
“Ya ellas estaban aquí, yo llegué para apoyarlas en su movimiento y aquí me he quedado”; expresó ‘Tati’ Rodríguez, quien es parte del equipo de mujeres que preparan –voluntariamente– la comida en el espacio físico de lo que era la escuela.
‘Tati’, al igual que Rosario, es una mujer retirada; pero al ver las necesidades de las personas que le rodeaban, no quiso quedarse en su casa.
Al inicio, cocinaron para un mínimo de 200 personas diarias. Estaban quienes podían llegar al Centro, pero también se beneficiaban envejecientes y personas encamadas que no podían llegar y recibían la comida en su hogar.
“Antes de María yo no conocía mucha gente, después del evento –y de este proyecto– fue que comencé a ver sus necesidades. Hay mucha necesidad de trabajar con la salud mental de la gente; a eso sí le atacó fuerte la situación de María”, expresó Carmen Lydia.
“Y los niños… ellos también se sienten afectados, pero nadie les pregunta”, añadió la gestora.
El origen de un campamento necesario
A pesar de que después del huracán María el voluntariado del primer Centro de Apoyo Mutuo (CAM) de Caguas se enfocó en cubrir la necesidad del hambre, más tarde vieron que habían necesidades emocionales y de salud que no estaban siendo atendidas. Entre esas necesidades se encontraba prestar atención al sentir de las niñas y los niños que se beneficiaban del comedor social.
Fue así como, entre los miembros del CDPEC, decidieron crear un campamento de una semana. Sin embargo, lo que sus integrantes y voluntarios no imaginaron fue que el proyecto emularía en la comunidad de Las Carolinas.
“El campamento fue una excusa para poder hablar con los niños temas que son complicados, porque si a nosotros –como adultos– se nos hace difícil entender por lo que estamos pasando, imagínate a los niños”, expresó la líder comuniaria Adriana Santana Cotto.
El motivo siempre fue atender la niñez con actividades concretas que reforzaran dos valores fundamentales: la solidaridad y la autogestión, al mismo tiempo que promovían una alimentación –en su mayoría– vegetariana.
“Lo primero que se les explicó a los niños fue que pasaron por una crisis y que comieron mucha comida enlatada. Se les explicó que iban a sembrar debajo de la tierra porque –si llegaba otro huracán– así no se llevaría nada”, compartió la líder.
“La semilla está en ellos… poco a poco fueron entendiendo. Comenzaron a comer habichuelas y viandas, porque las sembraron, vieron el proceso y tomaron conciencia”, añadió con una sonrisa dibujada en su rostro.
Para que las niñas y los niños del campamento entendieran la solidaridad y la autogestión, primero hubo que aprender a pronunciar cada palabra. A pesar de que al inicio les costaba, luego comenzaron a entender su significado por medio de actividades concretas.
Tomaron talleres de pintura, máscaras, reciclaje, bomba, poesía y liderazgo. Además, hubo un taller de siembra que se llamó “Rescatando espacios comunes”, uno de ingeniería en el que aprendieron a crear un sistema de riego, uno de periodismo que se llamó “La voz del pueblo”; y uno de cómo crear pantallas con telas, ese último se llamó “Autogestión de la belleza”.
El campamento de Las Carolinas acabó hace poco más de una semana. Sin embargo, hubo quienes lograron germinar sus propias semillas. Ese es el caso de Alondra Conde, Mardelis Pagán y Analiz Conde, unas niñas de 12 y 15 años que se han propuesto establecer una carpa de comida en su urbanización para comprar lo que mamá y papá no puedan costearles.
“Lo que queremos es autogestionarnos para ayudar a nuestros papás mientras tenemos tiempo libre y nos divertimos” explicó Pagán.
“Y aprender a sobrevivir nosotras mismas, sin tener que depender toda la vida de nuestros padres”, añadió una de las hermanas Conde.
Al preguntarles cuál fue su mejor experiencia en el campamento, las niñas coincidieron en una conversación que tuvieron el primer día con una de las líderes comunitarias.
“Adriana nos preguntó qué quisiéramos hacer cuando grandes y qué nos preocupaba”, explicó Pagán.
“Nos preocupa nuestro futuro, el País y el Gobierno… si [algo] va a cambiar de aquí a que yo me gradúe. Espero que sea mejor… pero si está peor, sería preocupante para mí”, anadió la niña.
“Ver que hay un corillo de personas que se encargan de que jóvenes y niños crezcan y se vayan formando en solidaridad, me llena un montón”, manifestó la estudiante de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, Paola Ortíz Castro.
Para la estudiante de sociología, quien trabajó como voluntaria en el campamento ofreciendo el taller “Autogestión de la belleza”, proyectos como el CAM no solo ayudan a construir un País más unido, sino que también funciona como un espacio de sanación para la sociedad.
En un salón vacío, ubicado en el interior de lo que era la escuela María Montañez Gomez, ‘Kique’ Cubero García imparte un taller de periodismo para las niñas y los niños del campamento. Les enseña cómo hacer preguntas para luego salir a la calle y conocer las experiencias, vivencias y emociones de las personas que fueron afectadas por el huracán María.
–Las cosas no son en blanco y negro solamente– les dijo Cubero García al explicarles cuán importante es entender la diversidad.
–O sí– protestó un niño.
–No…– respondió el tallerista, –tú tienes colores… tienes muchos colores–, enfatizó.
“Los niños reciben un bombardeo de valores contrarios a la solidaridad y autogestión todos días. Entonces, si eso es lo que reciben, tenemos que continuar sembrando esa semilla de solidaridad todos los días”, apuntó Cubero García.
A pesar de que el campamento terminó a finales de junio, la visión de Carmen Lydia es que el CAM de las Carolinas continúe sirviendo a la comunidad. Ella quisiera que todos los días hubiese un taller diferente para el beneficio de los niños, jóvenes, adultos y envejecientes.
“Yo quisiera continuar con esta labor, especialmente con la que se ha hecho con los niños. Quiero que se repita lo poquito que hayan sentido. Hay que darle seguimiento a esa enseñanza. Tuvimos un campamento diferente y ellos aprendieron a ver la realidad del País”, sostuvo la gestora.
Quienes han trabajado de manera voluntaria, quisieran que el proyecto continuara llenándose de manos voluntarias. Hacen falta personas dispuestas a colaborar, ya sea con donaciones de alimentos, enseres, o trabajo voluntario. También hacen falta profesionales de la salud que orienten a la comunidad sobre la prevención de enfermedades y drogadicción. Asimismo, buscan personas que dispuestas a ofrecer cualquier taller que favorezca a la comunidad.
“Es una labor que espiritualmente te ayuda y físicamente también, porque te sientes útil, te sientes bien. Puerto Rico necesita ayuda. Nos estamos hundiendo en el lodo y no nos estamos dando cuenta. Todavía hay quienes se aferran a cosas que no son realidad”, criticó Rosario.