La penumbra desciende y los ciudadanos de Málaga, España bordean con su presencia la ruta por la que andará el Cristo Cautivo durante el lunes santo. Esta era la vez número 72 en que salía este trono tallado en madera policromada de manos atadas y con la mirada mutilada fija en el suelo.
Doscientos cincuenta y dos costaleros vestidos de negro, con guantes blancos se apoyaban en el hombro de su compañero delantero mientras cargaban en sus espaldas la monumental representación de la captura de Jesús montado en bases de oro y plata repujado.
Del otro lado, más de 40 mil personas en calles y aceras buscaban ser testigos de la procesión. Algunos llegaban con mirada de fe y otros simplemente con ojos de admiración ostentosa. Sin embargo, dentro de toda esta teatralización ocurría simultáneamente otra forma de ver y vivir las procesiones de Semana Santa.
Eran los niños españoles quienes dentro del tumulto veían todo aquel espectáculo como terreno para ser protagonistas de su propia obra. Algunos se integraban siendo músicos, tocando sus tambores de plástico y posicionándose en línea para acompañar a la Banda de Cornetas y Tambores de Nuestro Padre Jesús Cautivo mientras pasaba frente a ellos.
Otros, en cambio, vestidos como soldados practicaban su marcha y posturas rígidas que se rompían fácilmente cuando las ganas de tocar a algún nazareno llegaba a sus manos.
Y es que, los nazarenos, hombres vestidos con largas túnicas y encapuchados con un cono cubierto por telas rojizas, blancas o verdes eran los personajes favoritos de la fantasía que lucubraba por las mentes de los más pequeños.
Sólo bastaba un tirón a la vestidura del nazareno o mostrarle las manos anidadas para recibir aquellos materiales con los que construirían durante toda la noche nuevos mundos de imaginación y pasión. Sin darse cuenta, sus manos se llenaban de la cera cosechada por el calor del cirio y de inmediato la procesión parecía tomar un nuevo giro.
Los niños, caminaban moldeando esferas de cera. Una vez formadas, estas nuevas pelotas no vacilaban en presumir su vanidad con inocencia en las manos de los pequeños. Mientras otros les gustaba ensartarles un tarugo para elevar su planeta al firmamento.
A pesar de que las capas de cera eran del mismo color cada niño podía identificar cuál era la suya y decir si tenía tres volcanes, una cordillera, un lago o incluso algún Monte Calvario donde terminaría esta procesión del Jesús Cautivo.