El tema es proceloso, lo sé: nada menos que acordar qué significa “bueno”, “malo”, “interesante”, “enriquecedor”, “aburrido” y demás adjetivos calificativos en el ámbito de la literatura. Como no me veo capaz de definir tales términos de una forma omnicomprensiva o, al menos, sin caer en la simplificación, sencillamente voy a saltármelo.
Pongamos por caso que todos estamos de acuerdo en que hay una serie de condiciones objetivamente medibles que hacen de una obra mejor que otra. Bien. Ahora viene la pregunta espinosa: ¿un clásico es un clásico simplemente porque acumula polvo valetudinario o porque posee esas condiciones objetivas? ¿Un clásico es bueno per se? Y si un libro gusta a una gran mayoría de gente, incluyendo a los expertos, ¿es libro deberá ser aceptado como bueno?
Mi respuesta es que no. Sospecho que tal afirmación, desde el ámbito de la literatura, podrá parecer una boutade o una afirmación aventurada, propia de quien no atesora demasiadas lecturas por bagaje. Bien. Ahora permítanme otra licencia: pongamos por caso que soy una persona muy instruida y leída, que seguramente he leído más libros que ustedes, tanto clásicos como contemporáneos, que he estudiado literatura y arte en profundidad, que incluso me puedo comparar a los expertos en dichos campos.
No voy a desvelar si eso es así realmente, porque no creo que sea ningún argumento válido. Solo quiero que lo supongamos para poder llevar a buen puerto lo que a continuación voy a exponer. Esto es: si fuera quien afirmo ser, ¿mis argumentos tendrían más peso específico para ustedes? ¿Podría decirse que al menos es un tema discutible? ¿Podría ocurrir que dos eminencias en la materia estén en completo desacuerdo en lo que concierne al título de este artículo como ocurre con frecuencia en otras disciplinas complejas como la economía?
Si continúan negando con la cabeza, sigan leyendo: desde las ciencias naturales no existen tantas desavenencias entre los expertos (al menos es asuntos sustanciales) como en las ciencias sociales porque las ciencias naturales son mucho más fáciles de sistematizar, medir, pesar, someter a falsedad etc. Es decir, hasta cierto punto (un punto bastante importante), en ciencias naturales se pueden afirmar verdades indiscutibles (y si alguien consigue discutirlas, es galardonado automáticamente con el Premio Nobel).
Sin embargo, en las ciencias sociales es mucho más difícil que eso ocurra porque el conocimiento resulta mucho más poroso. Las ciencias naturales tratan de las características de un bloque sólido; las ciencias sociales tratan de las características de un puñado de arena que se escapa entre los dedos (ignorando aún lo que se cuece en la arena del resto del mundo).
Es decir, que en ciencias sociales todo es más discutible, la verdad consensuada es más difícil de alcanzar, cuando se alcanza el consenso no tarda en perderse con el transcurrir del tiempo, hay diversas escuelas que proponen consensos distintos, apenas existe el conocimiento acumulativo. Insisto: no es problema de los expertos en ciencias sociales, sino de las propias ciencias sociales, que son rematadamente más complejas que las naturales.
El problema es que solo adviertes la complejidad de las ciencias sociales cuando estás profundamente versado en ciencias naturales (y esos especímenes no abundan). Las ciencias sociales, como la literatura, parecen más simples porque todo el mundo tiene acceso a ellas, porque incluso académicamente parecen más fáciles (de ahí procede lo de “si vales, vales, sino a letras”). Porque forman parte del tejido social. Porque pueden formar parte de una conversación en un bar. Sin embargo, difícilmente observaremos el mismo fenómeno si sustituimos la literatura por la física.
En la segunda entrega de esta serie de artículos, tras este extenso prólogo, nos meteremos completamente en faena.
El autor es escritor
Fuente Blog Papel en Blanco