La muerte espera al más valiente, al más rico, al más bello. Pero los iguala al más cobarde, al más pobre, al más feo, no en el simple hecho de morir, ni siquiera en la conciencia de la muerte, sino en la ignorancia de la muerte. Sabemos que un día vendrá, pero nunca sabemos lo que es.
—Carlos Fuentes
El 23 de marzo del 2011, en una firma de libros en la Librería Gandhi, en México, le extendí a Carlos Fuentes un ejemplar de "Todas las familias felices" (2006). Me preguntó “¿para quién?”. “Para Bolivia” le dije. A su lado una representante de la Editorial Santillana comentó: “¿Para todo el país?” mientras Fuentes dibujaba una mapa de América del Sur para ubicar exactamente a Bolivia en el corazón del continente. “¿Le gusta mi mapa?”, me dijo al devolverme el libro.
Le pregunté si su amor por el cine, compartido con García Márquez, había influenciado su narrativa. “Me gusta mucho el cine, conozco bien la época de la década de 1930 a 1950, pero pienso que la literatura se basta a sí misma; la imagen literaria es más poderosa que la del cine, porque le permite al lector imaginar, en tanto que en el cine el espectador está condenado a ver lo que está en la pantalla”, respondió.
Fuentes murió en México el pasado martes 15 de mayo, a los 83 años, luego de toda una vida como escritor. Desde 1954, cuando tenía 26 años, publicó 25 novelas, 15 ensayos, 11 libros de cuentos, 5 obras de teatro y 2 guiones. En otras palabras, un promedio de un libro por año. No cesó nunca de escribir y de sorprendernos con un plan de obras que fueron componiendo el rompecabezas de la sociedad mexicana, y también latinoamericana. Era un mexicano universal, no solamente porque desde niño anduvo por todo el mundo, sino porque su literatura incorporó a México en la cultura del planeta.
Fuentes dividía su tiempo entre Londres y México. En ambos lugares tenía domicilio permanente. En México su agenda estaba siempre copada por relaciones sociales y obligaciones culturales, por una parte los amigos entrañables y por otra su participación en eventos, además de ser requerido constantemente por los medios de información para entrevistas. Dijo alguna vez que en esas condiciones le era muy difícil escribir en México, que la ciudad lo absorbía mucho porque tenía muchos amigos y familia: “los horarios son fatales”, las comidas empezaban a las 3 de la tarde y terminaban a las 6, se bebía demasiado, y se platicaba mucho también. En México podía escribir artículos de periódico y ensayos, pero no una obra de mayor envergadura. Para escribir novelas tenía que hacerlo en su departamento en Londres.
“Londres tiene varias ventajas – dijo alguna vez- primero tiene mal clima, y no invita a salir a las calles. Luego, la comida no es la mejor del mundo, mi esposa y yo cocinamos para nosotros en la casa. Y luego, los ingleses son muy reservados y distantes, una cita para cenar se planifica con dos meses de anticipación, es todo lo contrario que en México. En Londres nadie me conoce, entonces tengo todo el tiempo para trabajar tranquilo.”
Su régimen de vida en Londres tenía una férrea disciplina diaria. Fuentes se levantaba a las seis de la mañana para escribir hasta el medio día, hora en que salía a caminar por el Cementerio de Brompton, cerca de su casa, y a comprar los periódicos. Luego de comer con su esposa, le dedicaba tres horas “sólidas” a leer en las tardes.
Hasta el final de su vida escribió siempre a mano, nunca utilizó una computadora. “Escribir literatura de imaginación, de ficción, es una tarea sumamente solitaria, ya lo dijo Oscar Wilde, es 10% de inspiración y 90% de transpiración. Hay que sentarse a trabajar y esa es una tarea muy solitaria”.
Además de México y de Londres, una tercera ciudad ocupó una parte importante en su vida: París, donde decidió ser enterrado, junto a sus hijos, en el Cementerio de Montparnasse, donde también reposan los restos de Julio Cortázar y de César Vallejo, entre otros.
Aunque la literatura fue el campo de creación en el que desarrolló su talento, Fuentes tuvo un periodo intenso como caricaturista, y se consideraba muy bueno en ese oficio. El cine fue también una debilidad, y su conocimiento del séptimo arte era inmenso. La música fue otra de sus aficiones, le gustaba cantar. Hizo “una grabación de amigos” una noche de año nuevo, junto a García Márquez y a Julio Cortázar. De un lado de la cinta Fuentes y Gabo cantan corridos mexicanos, y del otro lado Cortázar canta tangos. Una rareza de colección que muchos quisiéramos tener.
Debo confesar que cuando le dieron el Premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa, tuve sentimientos encontrados. Me alegré, porque el premio reconoció a uno de los grandes escritores latinoamericanos, y me entristecí porque pensé que Carlos Fuentes –mayor que Vargas Llosa- tendría que esperar unos 8 a 10 años a que el premio completara otro circuito por el planeta, antes de caer nuevamente en nuestra región.
Ha sucedido tal cual. Ahora no podremos sumar el nombre de Carlos Fuentes al Nobel de literatura, aunque se lo tenía más que merecido. Su nombre honraría al premio sueco que lleva el nombre del inventor de la dinamita, que en ocasiones ha mostrado miopía y un precario sentido de las prioridades.
Se equivocan quienes dicen que Fuentes tuvo un “periodo revolucionario” y que luego se hizo conservador. En realidad mantuvo en su posición política una gran coherencia a lo largo de su vida, coherencia basada en su profundo respeto por la democracia, por las libertades individuales y colectivas y marcada por un sentido profundo de la ética. No se dejó encandilar por dirigentes que ofrecían más de lo que podían dar, y no dudó en criticar a quienes, a su parecer, actuaban de manera demagógica o irresponsable.
Cuando lo vi en la firma de libros, en marzo del 2011, estaba en forma, con toda su energía y lucidez. Fuentes siguió trabajando todos los días hasta el final. En una entrevista reciente con Francisco Peregil, de El País, realizada durante la Feria del Libro de Buenos Aires, anunció que había entregado a su editor su novela más reciente "Federico en su balcón", donde el personaje es Nietzsche resucitado, y que se aprestaba a continuar con "El baile del centenario", otra vez sobre la historia de México de principios del siglo XX, de la que ya tenía “muchos capítulos, notas y personajes”.
En la librería Gandhi le pregunté algo que hoy tiene una resonancia dramática: “Hay escritores que escriben libros y los publican, y otros escritores que escriben con un plan para desarrollar una obra completa. Usted es de estos últimos. ¿Cuándo concluye ese plan?”
No dudó un segundo: “En la muerte. Espero escribir hasta el final, no tengo otra cosa que hacer. Una obra no se completa nunca. Balzac no completó la suya, ¿por qué la voy a completar yo.? Siempre se quedan cosas en el tintero”.
El autor es escritor, cineasta, periodista, fotógrafo y especialista en comunicación para el desarrollo.
Fuente Bolprees