“La lectura de cualquier obra literaria es necesariamente un hecho único e individual que se percibe sólo en la mente y en las emociones de un lector particular”, dice Rosental, refiriéndose a la libertad del lector. De ahí podemos concluir que para una misma obra pueden haber muchos lectores con apreciaciones totalmente diferentes porque existen innumerables transacciones independientes que cada lector entabla con el texto.
Wolfgabg Kaiser sostiene que “la novela es la interpretación más compleja y amorfa de la literatura”, quizá por esa complejidad, donde se pueden desarrollar temas con variedad de enfoques, persiste esta forma de expresión literaria.
La novela de hoy, además de la fábula que desarrolla su tronco narrativo, tiene que tener otros atractivos que pueden ser ya psicológicos, sociales, filosóficos o puramente literarios, que logren atraer e interesar a ese lector único e individual al que hace referencia Rosental.
En consecuencia a los conceptos anteriores, la lectura de “El laberinto del pecado”, novela del escritor Víctor Montoya, nacido en La Paz-Bolivia, radicado en Suecia-Estocolmo, motiva las siguientes apreciaciones personales:
De entrada, la referida obra no tiene como tema ni intención mostrar o describir la mina, la vida del habitante víctima de la mina, el minero ni su búsqueda de reivindicación social o salarial, sus luchas sindicales en apoyo a los grandes conflictos del país, el paisaje adverso del entorno, sus costumbres o supersticiones… en fin otros aspectos más que ya fueron tratados por su autor en obras como: “Cuentos de la mina”, ”Huelga y represión” (por citar algunos ejemplos), como respuesta a esa imperiosa necesidad, a ese concepto real en el que tiene capital trascendencia lo sociológico y sus agudos problemas que en este caso, en forma vivencial o referida encontraba latentes en su país Víctor Montoya, sintiendo la responsabilidad de ponerlos de relieve denunciándolos en toda su crudeza.
Por el contrario, percibimos que desde el título, “El laberinto del pecado”, formado por las palabras: pecado y laberinto, y todo su campo semántico nos conducen a rastrear acciones y pasajes que configuran otra temática: el hombre en el gran enigma del sexo.
La sexología es la ciencia del viejo pecado mítico, tiene sus antecedentes más remotos en el Génesis. Los grandes símbolos humanos del eros son Adán y Eva, y junto a ellos el humanoide, la serpiente. Esta ciencia, durante años y aún ahora trata de explicar y elaborar teorías coherentes a cerca del comportamiento del individuo y sus relaciones en lo que concierne al misterio del sexo.
Desde tiempos primitivos hubo la necesidad de transgresión del deseo sexual, pero después de siglos de cristianismo nos han legado el pecado de la carne para esquivarlo, tolerarlo y hacerle frente. Al lado del amor civilizado, igual matrimonio, existe la otra forma, la sexualidad libidinosa que conocen todas las sociedades, proponiendo anatemas morales, códigos sexuales y un conjunto de prohibiciones que en muchos casos atentan contra los derechos humanos.
La sexualidad, como ha sido demostrada por el psicoanalista Sigmund Freud, no sólo es una función especial vinculada con los órganos genitales sino que se reconocen posibilidades y significaciones de orden transfisiológico y transpsicológico, es lo que llamarán los estudiosos “metafísica del sexo”.
Sea como fuere, es indudable que esta faceta ineludible de la vida desempeñó y sigue desempeñando en la humanidad, por un lado, una situación de recelo, de cosa velada, prohibida, oculta, pecaminosa; por el otro, “la pandemia moderna del sexo” ha quitado el velo al pudor, los manuales y orientaciones médicas han procurado, mediante la psicoterapia racional, superar los complejos íntimos de vergüenza y de pecado. Ahora hay una decisión saludable de hablar sobre este tema con naturalidad, previa una dosificación de acuerdo al contexto y al nivel etario.
No es ninguna novedad el afirmar que atravesamos tiempos difíciles, tiempos de desazón, de incertidumbre, de violencia. Tiempos incluso donde la existencia del mundo corre peligro, en ese estado de cosas hay una incontrolable tendencia al manejo y uso irracional de lo referente al sexo, sexualidad y erotismo. Ojo, al afirmar esto no estamos entrando al campo de lo moral, de lo bueno o de lo malo, sino al respeto elemental hacia esa capacidad de sentir placer a la que tiene derecho el hombre, la cual es desvirtuada con actos crueles como el incesto, las violaciones, estupros, sadismo y un etcétera tan largo como un tubo de silencio en cuyo final están los ecos del sexo como barbarie.
Sexo, sexualidad y erotismo, tema de actualidad cotidiana que sigue siendo controversial a pesar de haber saltado la barda de lo tabú. Esa dimensión placentera y dolorosa en la vida del hombre, no ha sido aún asimilada, mucho menos comprendida del todo por un buen porcentaje de la gente que tiene su mente codificada y ni qué hablar del docentado que está a cargo de la niñez y la juventud.
Y volviendo a “El laberinto del pecado”, es Manuel Ventura, personaje protagónico, hijo de minero, estudiante de tercer año de bachillerato que estudia más por obligación que por interés, heredero y víctima, no sólo de la trágica vida de la mina sino también de su orientación religiosa, de su entorno social, familiar y de sus necesidades humanas y naturales en las experiencias del sexo y el amor como destino, quien apuntala e ilustra el tema elegido.
Manuel Ventura, un ser conformista, un personaje que no define su identidad social (léase el pasaje donde él quiere que su amante, que es de pollera cambie su atuendo por el vestido, especialmente pensando en el hijo que van a tener), incapaz de salir o saltar del entornoque lo presiona. En lugar de tomar acciones concretas, sustituye la confrontación con el prójimo con una insubstancial lucha interior que no lo conduce a cambios significativos que lo pudieran liberar de las deformaciones de su contexto. No es un joven malo, contrariamente a lo que pudo haber heredado genéticamente, no tiene ímpeto, es el típico estudiante enfermo que se siente acosado y debilitado por las necesidades que le exige su cuerpo, incluso tiene algunos actos de ingenuidad. Manuel Ventura está muy bien dotado del órgano sexual, con el cual es capaz de llevar hasta el desmayo a la pareja en el encuentro coital (leer pág. 63), quizá ahí la razón para algunos de sus conflictos relacionados con eros.
Portada del libro 'El leberinto del Pecado'.
Siempre, a partir del pensar, sentir y accionar de Manuel nos aproximaremos al manejo del tema: sexo, sexualidad y erotismo desde sus diferentes orientaciones.
Veamos:
El acto sexual como agresión y violencia en el pasaje de la violación a las alumnas de un colegio en una fiesta. Esta experiencia les parece a los agresores un hecho de valentía. Así lo confiesan: “les recorrimos el cuerpo palmo a palmo, las llevamos en vilo a mi cuarto y las tumbamos sobre la cama (pág. 18).
Aquí está explícito el machismo, la falsa hombría y el código interior que dicta que ante la debilidad que crea la religión y la moral hay que fortalecer lo irracional. Es directo el diálogo que entabla Manuel Ventura con sus amigos, los violadores, cuando él no quiere secundar para guardar el secreto sobre el hecho. Los amigotes, lo acosan con preguntas incisivas: “¿Dónde estuviste el sábado por la noche? ¿Lavando platos o pelando papas?… Un hombre no está hecho para la cocina sino para ser macho.”… Las lecciones de moral que aprendiste en la iglesia, el colegio o en tu casa hazlas un rollo y métetelas donde mejor te parezca… Acabas de convencerme de que no eres un hombre, un macho, sino un cobarde, un marica”. La respuesta que les da Manuel Ventura nos confirma que ha tenido una formación sexual sino adecuada, por lo menos basada en el temor y el respeto hacia la mujer cuando dice: “No saben que ofender la virtud de una mujer antes del matrimonio, es pecado?
Sin embargo, para Ventura la palabra pecado y el no pecar no es un alivio que lo aleje de lo prohibido y le dé tranquilidad espiritual y mental, ni tampoco es el bálsamo que le procure sosiego ante esa urgencia de placer, por el contrario, sólo amordaza sus instintos: “evocó los sermones sobre la herejía, dispuesto a resistir la tentación y rehuir la lujuria… pero era tan grande su deseo de hacerse hombre que iba más allá de los remordimientos que le golpeaban el alma, y reducían la naturaleza de sus sentimientos a algo más vacío que la inexistencia. Él no podía huir de esa necesidad que trasudaba por todos sus poros, aún en lo que soñaba sabía que estaba pecando… El domingo fue a la iglesia a confesar su pecado, sin saber que la primera vez que uno se acuesta con una mujer es con uno mismo, con su propio cuerpo. Sin embargo, sabía que el sexo era algo sucio, algo vedado y, por lo mismo, algo inmoral”. De esta manera él no sólo es víctima de esa parafernalia religiosa sino también de la información chismosa y callejera que le hicieron creer que los hombres que tienen sueños eróticos pueden llegar a ser padres y que las mujeres pueden embarazarse por cualquier cosa, ya sea porque se las toma de la mano o se les da un beso, él: “soñó con la empleada doméstica hasta el límite de la pesadilla, en principio no hicieron movimiento alguno. Permanecieron de pie junto a la cama, sin hablar, pero mirándose ajenos al mundo, cara a cara… Él le clavó el fulgor que desprendían sus ojos y ella le reveló los secretos de su cuerpo…” Hay algún momento en que Ventura siente que el amor reivindica más allá de la culpa: “Cuando salió del laberinto de sus recuerdos… clavó la mirada en el ángulo del cuarto donde la empleada no estaba ya, salvo la temperatura de ese cuerpo hecha para amar… y pensó que sólo el amor es más fuerte que el pecado y la muerte” (pág. 34).
El erotismo designa al amor apasionado, unido al deseo sexual. El erotismo connota y denota todo lo relacionado con la sexualidad y no simplemente con el acto sexual físico sino con todas sus proyecciones, abarca el género, la intimidad, la reproducción y la orientación sexual.
Con respecto a la orientación sexual se percibe en el texto las tentativas inconscientes del ideal hermafrodita como retorno al andrógino. El poeta Rilke, en un admirable texto, augura la unidad sexual y dice: “Los sexos son acaso más allegados que lo que se puede pensar y la gran renovación del mundo consistirá sin duda en esto: el hombre y la mujer libertados de todo sentimiento falso, de toda aversión no se buscarán más como contrarios, sino como hermanos y hermanas, como próximos, y se unirán en tanto que seres humanos”.
Así, se aborda el lesbianismo, quizá primero como estereotipos exteriores que dan lugar a preconceptos sobre la identidad sexual, veamos lo que sus compañeros piensan sobre Clarice: “Es distinta a las demás. Nunca sale de los pantalones vaqueros, ni de los zapatos con cordones, y lo más extraño es que Paloma Linares, la marimacho, es su única amiga”.
“Paloma y Clarice yacían en la ladera del río, sujetas a un amor lésbico, apretándose la una contra la otra, busto contra busto, vientre contra vientre… Se exhaló un grito de placer puesto que la boca de Clarice se trocó en pétalo y espina a la vez”.
De igual forma está la homosexualidad, en el personaje del profesor de ciencias naturales, primero como vulgaridad natural en el contexto juvenil: “Gamarra es un mariconazo, que aumenta calificaciones a cambio de un polvo”.
Y en la conducta de Ventura esta orientación sexual es concebida como un acto inmoral, fuera de lo correcto, conceptos que son producto de la formación ortodoxa que recibió. Veamos lo que sucede cuando se tropieza con un homosexual: “El hombre le enseñó una sonrisa reluciente y, guiñándole el ojo, se interpuso entre él y la puerta, deteniéndolo en seco… Quiero hallar la felicidad contigo, como respuesta Manuel Ventura sintió que un hálito de fuego le ardía en las venas. El hombre cuya actitud afeminada le recordaba a su profesor de ciencias naturaleza le alargó la mano ruda y velluda y le dijo con voz de sirena: Te he mirado largamente papito. Eres tan bello, tan bello”. Como respuesta Manuel lo cogió de los brazos, lanzándolo de espaldas contra la pared.
En el tratamiento de este tema, está el otro lado, el de la tolerancia: “Los homosexuales son también humanos y tienen los mismos derechos que nosotros, aunque no den hijos para la guerra ni almas para el paraíso…”, dice uno, en cambio otro sostienen que: “No. No. Yo los juntaría a todos y los mataría sin asco”.
La mentalidad actual va cambiando poco a poco su discurso respecto al asunto. Por la historia sabemos que ya en siglo XVI los conquistadores arrojaron a decenas de indios homosexuales a los lebreles, pero cada vez hubieron más que se rebelaron en defensa de sus derechos sexuales.
La novela de Víctor Montoya nos sumerge en la problemática sexual que es tan actual al punto que está siendo considerada como parte de las políticas de Estado en Bolivia. No hay que dejar de mencionar que el tema está expresado con recursos literarios que le confieren arte a la obra en su conjunto.
El final de la historia de Manuel Ventura nos deja un sabor triste, porque en algún momento de la lectura nos pareció sentir que el amor lo reivindicaría y lo alejaría de ese destino de dolor y muerte, y no es así. La muerte de su amante, al instante de dar a luz al hijo de ambos, está narrada con tal intensidad y dramatismo que nos sacude intensamente, nos obnubila y confunde entre lo real y lo onírico.
Es probable que un análisis más detenido mostrara la existencia de otros aspectos que sean objeto de estudio. Hasta aquí creo que hemos sido fieles al tema elegido. Estamos seguros que es un gran acierto esta nueva edición realizada por Escritores Unidos y el Grupo
Editorial Kipus. Obra que debería ser leída en los colegios con una orientación profesional y de responsabilidad, pensando siempre en que nuestra juventud sigue siendo nuestro divino tesoro.
La autora es profesora, narradora y ensayista cochabambina.
Fuente Bolprees