Cada vez son más los estudiantes universitarios que se acercan al Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico a “celebrar la muerte” a través de la admiración del renombrado cuadro El Velorio, de Francisco Oller, contradiciendo así la creencia popular de que los jóvenes no se interesan por el arte y la cultura nacional. El Velorio, creado en el año 1893 por el pintor puertorriqueño Francisco Oller y Cestero, se encuentra actualmente en el Museo de la Universidad de Puerto Rico del Recinto de Río Piedras. Esta obra que es descrita por el también artista, Antonio Martorell, como “la obra más importante que se ha pintado en este país, ya que es un cuadro seminal y enciclopédico”, muestra una crítica social a la tradicional celebración del Baquiné. Una encuesta realizada por el Museo de la Universidad en el año 2006, en la que se entrevistaron a 100 universitarios, reveló que un 76 por ciento de los estudiantes encuestados había visitado el Museo, mientras que el restante 24 por ciento no lo había visitado aunque algunos sí tenían conocimiento del mismo. El oficial de seguridad del Museo por los pasados ocho años, Gregorio González Nieves, adjudica el creciente interés de los estudiantes del recinto riopedrense por el arte y en especial por la obra El Velorio, en parte a la motivación de los profesores que en ocasiones han utilizado el Museo como salón de clases y “promueven en ellos la curiosidad y el interés por el patrimonio y la cultura”. González comenta que el pequeño espacio de la sala de exhibición y la vida atareada de los universitarios que tienen que diversificar su tiempo entre estudio y trabajo, podría ser una limitación para que aun exista un por ciento del estudiantado que no ha visitado las exposiciones. Por su parte, la directora de Educación del Museo, Lisa Ortega, declaró que pese a las concurridas visitas que recibe la sala de exposiciones, pocos universitarios conocen que la misión formativa e histórica del Museo del recinto se ha visto empañada desde el año 1998. La primera razón fue el cierre debido a una remodelación que incluiría reemplazo del sistema de aire, cambio de vitrinas y sustitución del sistema de iluminación, entre otros, pero nunca se llegó a concretar debido al comienzo de la construcción del Tren Urbano en el año 1999 a pocos pies del edificio. Se interrumpió entonces el proceso de mejoras del Museo. La excavación subterránea realizada para la cavidad del tren causó que los terrenos de los predios del Museo más cercanos a la construcción, descendieran, las paredes se agrietara, la edificación fuera punto para el vandalismo y se utilizara como hospitalillo. Ortega añadió que la costumbre y el desconocimiento han hecho que los caminantes que se pasean por frente a las escalinatas del Museo ignoren por completo cual es la función de ese edificio abandonado aledaño a la estación del Tren Urbano. El ala desaparecida contaba con tres salas independientes que se subdividían en arte, historia y antropología. Debido a este problema de logística, la labor encomiable del Museo ha sufrido grandes agravios, ya que los servicios que ofrecen como: visitas guiadas, foros, conversatorios, talleres y exposiciones, se deben limitar a una cantidad reducida de personas lo que dificulta la difusión ya que las facilidades se reducen a solo una sala. El inconveniente del espacio es tal que las famosas momias egipcias se encuentran apiñadas en la recepción del área administrativa. Si bien los estudiantes universitarios han demostrado reconocer que el arte enaltece la cultura por medio de sus visitas al Museo y la participación activa en las distintas actividades que promueven, ¿cómo es que ante esto el Museo de la principal institución universitaria del País se ha visto coartado y reducido a un pequeño espacio por los últimos 12 años y nadie ha hecho ni dicho nada? Mientras tanto seguirán ensartando al lechón por la cabeza y la cultura yacerá ignorada en la mesa al centro de la estancia, cuando alrededor todos beben, tocan y cuchichean. Ante esto, “nadie se atreva a llorar, dejen que ría en silencio” igual que en El Velorio. La autora de este texto es alumna de la Escuela de Comunicación de Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico.