La voz en off anunció que tenía que abandonar el vagón de tren y parte de los horrores que leía en un libro, horrores que por un momento fueron más reales que la poca gente que había a mi alrededor. Llegué. El sol azotaba fuerte y parecía que quería quemarlo todo. Y en efecto, lo quemaba. O casi. Así empezó el día, con horrores imaginados y una universidad tomada. Era el primer día del paro que promete mantener cerrada la Universidad durante 48 horas. No había mucho barullo, tampoco gente. Reconocí a varios amigos, personas que veo mucho y no conozco, profesores, empleados del recinto. En fin, gente. Entre la gente existen los policías. Son eso de las 8 de la mañana. En grupúsculos varios estudiantes estaban reunidos, tocaban guitarra, sonreían. Todavía sonreían. Los portones permanecían cerrados, pero a todo estudiante que quisiera entrar le permitían el acceso, y hasta te abrían el portón, todo con mucha cortesía. Pero esto duró poco. Tampoco los tiempos están como para derrochar tanta cortesía. Luego sí cerraron el portón principal de la Universidad y ya no se abrió hasta tiempo después. Como si fuese una alfombra roja, pero utilizando papel de estraza, unos jóvenes, todos ellos con camisas negras –más tarde supe que eran estudiantes de drama–, escribían con pintura verde: “el arte es la mentira que nos permite comprender la verdad”. No sé qué tiene que ver eso con un paro, pero igual tienen razón. Todavía era muy temprano y la modorra se notaba. Pero a medida que las horas caminaban, más personas llegaban al portón principal, para saludarse, reír –todavía la sonrisa–, cantar consignas. A través de la ranura que dejaba al descubierto los ojos de varios universitarios encapuchados, iba viendo ya menos alegría en la mirada. Cargar con bates, palos y no precisamente para jugar pelota, no es señal de que las cosas anden por buen camino. En la Avenida Ponce de León algunos automóviles pasaban frente a la Universidad y hacían sonar frenéticamente sus bocinas, pero allí no había ninguna pelea de boxeo y las reacciones no sobrepasaban la atención de dos o tres buenos samaritanos lo suficientemente solidarios para lanzar un uhhh. Otro grupo de estudiantes con la misma pintura verde escribían a su vez: “lo maravilloso de aprender es que nadie puede arrebatárnoslo”. También tienen mucha razón, aunque yo a ese aprender, le añadiría una h. Luego de pasado un rato hubo una especie de reunión improvisada y todos en forma de círculo planificaban, de manera muy ordenada –cosa que me alegró gratamente–, las medidas a tomar ahora que el paro comenzaba. Hablan correctamente, aunque es mucho pedir que no se cuele algún chapulín colorado, (la incoherencia a veces también es necesaria para llegar a la coherencia, o al menos es el primer paso para alcanzar esta última) y lo único que exigían era un par de oídos; un par de pares, preferiblemente. Quieren representación en la mesa de diálogo para tomar parte de las decisiones que se toman a diestra y siniestra sin ser antes consultados. Ya desde hace un rato sobrevolaban constantemente dos helicópteros que, de a ratos se suspendían en el aire, quietos un rato como esos pajaritos que vuelan sin que parezca que vuelan. La cosa adquiría poco a poco su tono hollywoodense–pienso en Bad boys–. Los estudiantes permanecían reunidos cuando de pronto los hombres de azul adelantaron filas frente al portón principal, dejando a varios estudiantes, profesores, incluso padres de estudiantes sin posibilidad de acercarse al portón; en posición de sándwich. Adentro los estudiantes se sentaban en la calle unidos de brazos. Entonces los brazos de uno, de pronto eran los brazos del otro y alrevez. No hubo altercado alguno, y eso era un alivio. En el aire, igual había otro aire, ése que hace que se te trinquen un poco los músculos. Entonces, la lluvia. Así es este país. El cielo es bastante inestable, se manda solo. Sin embargo la lluvia no siempre cambia las cosas y todo seguía igual, incluso un poco más tranquilo. Así se sucedieron algunas horas y ningún conflicto que lamentar tuvo lugar. Demasiada tranquilidad a veces llega a molestar, pero en momentos como estos no. Es necesaria, casi un bálsamo. Como es de esperar el tono hollywoodense se intensificó. Es decir, que se puso en un tono más subidito de tono, más criollo. El choque, la fuerza de choque. Estos hombres asustan, y no es de extrañar que ante un espejo también se espanten ellos ante lo que ven. Al menos cuando andan disfrazados del modo que acostumbran a hacerlo. La cosa es que un escuadrón bastante amplio se paró frente al portón principal y tuvo lugar un altercado que dejó herido en los ojos hasta un compañero de trabajo que desde ese momento debe gustarle mucho menos la pimienta. Ya la luz del día se desintegraba y con ella la esperanza de lograr algún acuerdo. Satisfactorio, digo. Después de un tiempo sacaron a los hombres de azul y todo volvió un poco a la calma. Adentro, durante el día, algunos estudiantes exigían conversar, mejorar la educación, tomar las cosas enserio. Otros, no tanto. Como la cera de una vela se consumía el primer día de paro. De fondo, ante la panorámica se encontraba la torre, respirando. Erguida como único testigo. Ella ha visto mucho, ojalá tenga memoria y ganas de porvenir.