Llega el verano, un aire cálido se pasea en un lejano desierto y en su andar levanta polvo, esporas y hasta insectos que arrastra consigo traficándolos a través de fronteras, continentes y océanos. En las islas Canarias se le conoce como Kalima; en este lado del mundo, polvo del Sahara, mas independientemente del nombre las consecuencias de este suceso climático son igual de tangibles. Cerca de 20 millones de toneladas de polvo del Sahara llegan anualmente al Caribe todos los años. El fenómeno en sí mismo “no es nada reciente, ha ocurrido por cientos y cientos de años” aclara el investigador Roy Armstrong. Sin embargo, el calentamiento global y la actividad humana han contribuido a un incremento en la desertificación del norte de África, y a mayor cantidad de zonas desérticas, mayor cantidad de polvo. Por décadas, la última semana de junio y la primera de julio son el periodo de mayor intensidad. Mas este año ya en la primera semana de mayo se reportaron cantidades de polvo similares a las semanas pico, si bien tradicionalmente es a finales de este mes que a penas comienzan a llegar las primeras oleadas de polvo. Estas oleadas acarrean con sí un incremento en enfermedades respiratorias, como el asma. También puede representar un aumento de hasta el 9 % en la incidencia de enfermedades cardiovasculares en la Isla, según se demostró recientemente en un estudio realizado en la Escuela de Ciencias Médicas. Aún así, no todas las repercusiones del polvo del Sahara son negativas, se ha encontrado que potencia la reducción de huracanes. Esto dado a que el polvo tiende a absorber rayos del sol, lo que calienta la atmósfera y crea aires secos. Según lo explica Armstrong, estos aires cálidos “inhiben los vientos ascendentes que (son los que) movilizan la actividad ciclónica”.