La culpa es de las casas. En efecto, el origen de la crisis financiera se ha centrado en el mercado de la construcción, la compra-venta y el financiamiento, particularmente, de viviendas en los Estados Unidos alrededor del 2000. En un mercado tradicional, el constructor y el comprador de una casa acuerdan los términos de su adquisición y una entidad financiera les facilita crédito suscribiendo una hipoteca con un determinado margen, una tasa fija de interés y un vencimiento. La sofisticación de los mercados hipotecarios en las décadas recientes, ha creado múltiples capas de mercados complejos basados en esas hipotecas surgidas en las transacciones originales. Las hipotecas originales se empaquetan y convierten en activos financieros de los bancos, otras instituciones depositarias, compañías de inversión, firmas de corretaje, sistemas de retiros y otras empresas productivas. El propósito de estas entidades tenedoras, al adquirir estas inversiones, es mantener su efectivo excedente en una cartera rentable, segura y líquida (que se puede convertir en efectivo a la mayor brevedad). El crecimiento acelerado del precio de las viviendas en los Estados Unidos en los años noventa inicia un proceso especulativo o burbuja en el segmento financiero hipotecario. El precio, al responder al impulso especulativo, se divorcia del valor consuntivo intrínseco de la vivienda (su habitabilidad, su costo de producción, tasa de interés) y del rendimiento del activo financiero basado en su hipoteca. El precio distorsionado del activo financiero ha perdido dos de sus propiedades fundamentales: su verdadero valor y su capacidad de medir riesgos. Dichos precios se disparan en una espiral creciente y acumulativa. Como cuestión de hecho, entre 1996 y 2006, los precios de las viviendas reflejaron, en los Estados Unidos, un nivel de 70 por ciento por encima de la tasa general de inflación. Esa tendencia divergente en el precio generó una riqueza ficticia de $8 mil millones.
El activo financiero contaminado por la especulación ha estado propagando su virulencia a través del sistema financiero de los Estados Unidos y del exterior desde su punto de origen hacia la cartera de activos de empresas de diversas categorías y hasta las familias que directa o indirectamente invierten sus ahorros en dichos instrumentos. Llegado un momento, la burbuja financiera explotó por la desconfianza entre los protagonistas del mercado financiero especulativo de los activos basados en hipotecas debido a ciertos incidentes financieros como fueron varias bancarrotas espectaculares y la revelación de estafas en ese sector. Los activos infectados por la burbuja fueron perdiendo, parcial o totalmente, su valor financiero. Aquellas empresas operantes en la economía real, en distintos segmentos del mercado financiero privado, entidades financieras cuasi-públicas o gubernamentales que han mantenido en sus carteras los activos infectados comenzaron gradualmente a perder su liquidez y rentabilidad hasta tornarse insolventes y, en ocasiones, a enfrentar su quiebra. Cuando la crisis se difundió extensa y profundamente al punto que las empresas más sólidas no pudieron extender recursos financieros de salvamento a las empresas afectadas, el sistema financiero para su propia supervivencia ha tenido que depender de un suplidor de liquidez de última instancia como la Reserva Federal y la Tesorería de los Estados Unidos y, en el plano mundial, a las respectivas autoridades monetarias internacionales.
El mapa descrito de las repercusiones de la referida burbuja financiera se ha manifestado abiertamente con grave realismo en la economía estadounidense en los meses en curso del 2008, aunque las fuerzas iniciales se originaron mucho antes de esta fecha, quizás, desde el 2007. En un acelerado juego de traslado recíproco de riesgos financieros de empresas domésticas e internacionales, de privadas a públicas, de individuos a gobiernos, observamos cómo gigantes de las finanzas en Estados Unidos han sido afectados por la desconfianza, la insolvencia, el pánico y en casos graves, por la compra arreglada o la quiebra. El cúmulo de pérdidas reales pudiera ascender a trillones de dólares. Las consecuencias de este esquema de derrumbe financiero, sin embargo, tiende a revertir a la economía real de producción de bienes y servicios, vía la limitación del crédito y del pánico depositario. En efecto, la economía real de Estados Unidos ha comenzado a recibir las señales de este caos financiero, y los indicadores de producción industrial y de desempleo, recogen la virulencia del fenómeno. En septiembre de 2008, el Congreso de Estados Unidos aprobó la Ley de Emergencia de Estabilización Económica, en la que se asignan, entre otras medidas, $700,000 millones como recurso primario para la adquisición de los activos “contaminados”. A corto plazo, esta Ley contiene cuatro elementos que tendrán efectos inmediatos sobre la economía de Puerto Rico: las devoluciones de los arbitrios del ron habrán de aumentar en $4 por galón; el pago de desempleo federal se extiende por 13 semanas adicionales; la tasa contributiva federal para las empresas norteamericanas operando en Puerto Rico se reduce de 35 por ciento a 32; y el monto del seguro para los depósitos de cuentas bancarias provisto por la Corporación Federal de Seguro de Depósito (Federal Deposit Insurance Corporation –FDIC) fue aumentado de $100 mil a $250 mil. A largo plazo las implicaciones podrían ser más especulativas, reconociendo sin embargo, ciertos elementos: un sector financiero más concentrando en pocas empresas, pero con mayor nivel de reglamentación local e internacional; un reconocimiento de la importancia de las instituciones oficiales reglamentadoras de la actividad financiera; un mayor discernimiento de las políticas crediticias y de inversión en otros países y un esquema riguroso de discernimiento para la nacionalización o inversión de parte de las autoridades monetarias de los países en entidades financieras tales como Fannie Mae y Freddie Mac y AIG, entre otras. La consecuencia fundamental de la crisis financiera es su daño al mecanismo de precio en la organización económica de los Estados Unidos y en el resto del mundo. Ha quedado en entredicho la eficacia del mercado libre e irregulado para autocorregirse ante los ataques especulativos provocados por excesos del ánimo de lucro y la codicia. Remediar el caos ha requerido la intervención estatal en los mercados, planteando el dilema de salvar el sistema o dejarlo derrumbarse castigando a justos y pecadores. Se ha evidenciado que la glorificación del mercado sin reglamentación apropiada lleva la encerrona de la distribución injusta de los frutos económicos en donde se privatizan las ganancias y se socializan las pérdidas y los riesgos. _____