Con bastante frecuencia escuchamos afirmar que la actual debacle financiera se debe al espíritu de especulación de los participantes en los mercados de financieros. Los economistas al estudiar la especulación, optan por referirse a su manifestación denominándola como una “ola” o “burbuja especulativa”, con el propósito de acuñar un concepto operacional e inequívoco. Definen la burbuja (bubble) como un alza súbita en el precio de una mercancía, activo real o financiero, en un proceso continuo en el cual el aumento inicial genera expectativas de subidas futuras y de la atracción de nuevos compradores. Los especuladores montados en la ola están más interesados en la ganancia transaccional (comprando barato y vendiendo caro) que en el bienestar intrínseco del bien o del rendimiento real del activo. El gran reto al análisis y al pronóstico económico consiste en distinguir predictívamente, entre una burbuja especulativa, que al explotar desenlaza en una crisis profunda y prolongada o un boom (auge económico) que se disuelve en una leve y corta desaceleración de la actividad financiera o económica. El conocimiento acumulado hasta el momento sobre las burbujas especulativas, sólo permite un examen “autópsico” del fenómeno ocurrido, siempre demasiado tarde. El proceso de burbuja comienza con un ánimo de euforia especulativa de los vendedores y compradores de un activo que induce una espiral creciente en su precio abriendo una brecha expansiva entre éste y el valor verdadero del activo. El afán de especulación estimula a nuevos compradores a demandar el activo para aprovecharse de una ganancia rápida y fácil. De esa forma continúa inflándose la burbuja especulativa hasta que el precio sube a unos niveles tan irrealmente elevados que tiene como final obligado, el estallido de la misma. Comienza entonces una ola de ventas desenfrenadas para salir del activo, generándose una espiral descendente de precios bajos, independientes del valor intrínseco del activo. El colapso económico resultante en el mercado de este activo se propaga, en ocasiones, a otros, ampliando local o internacionalmente, su extensión y gravedad. Hasta el momento, el desafío planteado a la economía no se ha satisfecho plenamente y la aplicación de medidas preventivas y correctivas de las burbujas especulativas es incierta, insuficiente, tardía y, a veces, contraproducente. La dificultad de la economía en identificar, analizar y pronosticar el fenómeno no ha sido impedimento a la manifestación de olas especulativas en algunos mercados financieros o reales en un momento histórico. Sus síntomas y amplia consecuencias repercuten, con intensidad variada, en la actividad económica e incide en el bienestar de la gente, las empresas, las organizaciones y las instituciones local e internacionalmente cuando desenlazan en un desplome económico. La historia moderna occidental recuenta varias burbujas especulativas de gran magnitud, y profundas repercusiones en las economías de alto desarrollo comenzando con la llamada Burbuja de los Tulipanes en Holanda en 1630. Los acreedores de la enorme deuda pública de Inglaterra en 1711, con el consentimiento de gobierno inglés, fundaron una corporación, “Company of the South Sea”, para financiar dichos empréstitos a cambio de la otorgación de un supuesto derecho monopolístico en el comercio con las colonias españolas de Sur América. La exageración de las oportunidades de ganancias de la empresa formó una burbuja de especulación en el precio de la acciones de dicha corporación que arruinó miles de personas y negocios; estremeció las finanzas del gobierno inglés; y perturbó el comercio mundial entre las potencias europeas. Contemporáneamente han ocurrido burbujas financieras, como la iniciada con la desenfrenada alza especulativa en los precios de las acciones mercadeadas en las bolsas de New York que culminaron con su derrumbe en octubre 1929. Dicho evento se considera el inicio de la Gran Depresión de los años treinta cuyo infortunio económico se extendió mundialmente. En las últimas dos décadas, el mundo se ha visto impactado por graves burbujas especulativas. Entre las de mayor renombre están la ocurrida en Japón en su mercado de viviendas y de acciones en Japón entre 1986 y 1989, cuya secuela se extendió hasta 2003. Trillones de dólares se esfumaron y la gran competitividad posbélica de la poderosa industria japonesa fue menoscabada por la crisis resultante. Debemos mencionar la burbuja de las acciones de las empresas asociadas con Internet (dot-com bubble) por su impacto y visibilidad en Puerto Rico. Esta ola especulativa ocurre entre 1995 y 2001 inducida por el auge de la nueva tecnología informática y el copioso flujo de capital de riesgo disponible. El colapso del sector de internet al estallar su burbuja especulativa desapareció $5 trillones del valor en el mercado de compañías de tecnología informática en dos años y medio; desempleó masivamente personal de alta calificación; y para algunos expertos, impulsó la burbuja presente del mercado hipotecario originada en Estados Unidos. Ante la presencia insistente de las burbujas especulativas y la impotencia del análisis económico para identificarlas y pronosticarlas, la investigación se debate entre dos paradigmas metodológicos. El de la teoría neoclásica que establece que bajo su modelo las burbujas no existirían bajo las condiciones de una asignación eficiente de recursos, un funcionamiento eficiente del mercado, una conducta racional y perfectamente informada de los compradores y vendedores de un activo. Los defensores de este enfoque exigen una definición precisa del concepto de burbuja. Las alegadas burbujas históricas pueden ser explicadas como desviaciones del comportamiento esperado bajo los supuestos básicos del modelo neoclásico. Una alternativa al anterior modelo es el enfoque de la economía conductista. Desde esta perspectiva se niega la vigencia de los supuestos básicos neoclásico de racionalidad y conocimiento perfecto de los participantes en el mercado. Los conductistas postulan que el comportamiento económico está determinado por múltiples factores psico-sociales e institucionales que interactúan en distintas circunstancias. La explicación conductista de las burbujas especulativas es que éstas son el resultado de un proceso de retroalimentación psico-social en que los vendedores y comparadores de un activo observan un alza en su precio y se forman la expectativa de aumentos futuros del mismo hasta que se esfuma el espejismo de la continuidad infinita del proceso. Mientras los economistas continúan en la incertidumbre de su debate metodológico y en la eficacia de sus remedios para conjurar las crisis, las realidades de la inestabilidad de los procesos económicos ocasionadas por las burbujas especulativas, o su homólogo, propagan su secuela de miseria, inequidad económica, el derroche de los recursos productivos y desorganización social. ¿Podrá la organización económica del Siglo XXI con su modernidad tecnológica, su alcance global, el rezago de muchas de sus instituciones y el estado de conocimiento económico, enfrentar la aparición recurrente de estas crisis? He ahí, uno de los retos que tiene la humanidad.
*Los autores son profesores de economía en el Recinto Universitario de Mayagüez, de la Universidad de Puerto Rico.