En la obra creativa de Petra Bravo y sus acompañantes, la coreografía parece surgir en el instante. Cada movimiento es una sorpresa, cada paso parece urgente, como si fuera arrancado desde las entrañas. Cada imagen es el descubrimiento de un nuevo mundo, articulado desde un sentido de impulso vital que parece surgir involuntariamente desde las piernas y la melodía.
Y a esa geometría de los cuerpos, a esas líneas inesperadas, a esa estética bella en su crudeza, se le añade un contenido temático que fortalece el concepto. En este caso, se profundiza en los conflictos de género, desempleo, política y cultura.
Visita la fotogalería de Ricardo Alcaraz
Un desfile de baile, máscaras, poesía y música en vivo configuró el cierre del taller de Hincapié impartido por la veterana coreógrafa y bailarina Petra Bravo, en el cual estudiantes de Escritura creativa, Drama, Música y otras disciplinas, se juntaron para crear desde adentro y descubrir los límites desconocidos de su cuerpo, a partir de la danza experimental.
“Nos enseñaron (en el taller) a no solo bailar, sino a responder al movimiento de otros, a no bailar desde la rigidez ni meramente de la técnica, sino a sentir el baile como si naciera de adentro”, explicó Luis Gabriel Sanabria, estudiante de Drama quien tomó el taller durante el semestre.
Catorce piezas de danza o de “exploración del movimiento” se presentaron en el Anfiteatro Julia de Burgos como resultado de un semestre de aventura creativa. Fiel a su estilo, la obra de Petra Bravo y sus estudiantes formuló un constante reto a lo clásico y un quiebre con lo aprendido, lo que condujo a esas nuevas vías de disponer de los cuerpos y encontrarles nuevos secretos.
Cuatro piezas cortas que la compañía de danza experimental Hincapié presentó el pasado mes de julio en Cali, Colombia, compusieron la segunda parte del espectáculo, en el que los coreógrafos y bailarines Cristina Lugo y Norberto Collazo expusieron también sus concepciones.
1
El público esperaba afuera. Todavía no había empezado la función. La lluvia provocó derrumbes, y algunos invitados todavía no habían podido llegar. “Entiende. La tierra se saborea la lluvia y afloja. Este es el problema de esta Isla, uno nunca sabe cuándo se va a caer”, dijo entre risas Petra, como llaman cariñosamente a la primerísima coreógrafa, que destila poesía tanto en sus palabras como en su coreografía.
El espacio teatral del Julia de Burgos estaba vacío. “Colóquense ahí para ver el ritmo”, le soltó a un grupo de muchachas subidas en tacos, que formaron un grupo y empezaron a bailar, contoneando las caderas. La luz con su verde, violeta y rojo se derramó contra el piso y los cuerpos. “Esa caída es mágica”, alzó las manos Petra, que vestía un chal rojo que le caía a la altura de las rodillas, que, como su maraña de pelo, volaba mientras ella caminaba.
Quedaba tiempo para unos últimos calentamientos. Corrieron por el espacio, mientras el público aguardaba. “Este taller ha resultado especial”, se le escapó a Petra, que contemplaba a los jóvenes que invadían la escena. Avisaron que ya es momento de empezar. “Ahora que me estaba saboreando el espacio”, río. Entraron los espectadores, pero todavía parecían escucharse las estampidas de los bailarines contra las escaleras del Julia de Burgos.
2
Comenzó la función. Entre segmentos coreografiados por Petra Bravo, Norberto Collazo y Juan Seller, y ejercicios creativos de la autoría de los mismos estudiantes, se produjeron diversas piezas, que se regían sobre la base de ejercicios de danza experimental, siempre manteniendo el espíritu de impulso vital del movimiento.
En el taller de Petra, no hay lugar para el miedo ni las inhibiciones. Al menos así lo piensa el estudiante de Drama Javier Moreno. A pesar de tener experiencia en el baile de salón, Moreno confiesa nunca haberse enfrentado a un estilo de danza así. “Esto ha sido un descubrimiento, un reto, he podido trabajar con mi cuerpo y moldearlo”, compartió Moreno.
La estudiante de Escritura creativa, Gabriela Mendiguren, indica que el taller la ayudó a conocer los límites desconocidos de su cuerpo, a reconocer su movimiento natural y lograr más de lo que pensaba. “Aprendí que a partir de la incomodidad y la fealdad, sale algo bello. Lo bello de lo feo”, añadió.
A partir del lenguaje de los cuerpos, se formularon también debates sobre género. En la interpretación de “Majestad negra” de Luis Palés Matos, declamado en una grabación por Harry Rexach del disco Tacuafan del Taller Afroantillano, la poesía invadió los cuerpos de un grupo de mujeres, que se menearon acorde a los constructos sociales de lo que es ser mujer. En la pieza corta “Siete mujeres”, la ambientación sonora de palabras del libro Antología de la poesía de Jaime Sabines, repite hasta el asfixie: “No quiero paz, quiero mi soledad… sordomuda, sordomuda”; y a la par, cuerpos que se unían en murmullos, que se expulsaban violentos contra el piso, que se retorcían emitiendo sonidos de pájaros y anfibios.
Además, también se hicieron guiños al proceso artístico, en piezas que hablaban desde la incomodidad, la incapacidad de tocarse y la interacción con el público. Las luces, diseñadas por Cheryl Robles, acompañaban la atmósfera emocional de la escena y a veces eran una obra de arte por sí solas. Y así, uno a uno fueron desfilando los cuerpos que se expulsaban con rabia y se abrazaban con miedo, la mezcla con artes marciales, la percusión como sustento musical, las bailarinas oprimidas, estancadas en el suelo, arrastradas por los hombres. Un fuerte aplauso despidió a los jóvenes que, con una sonrisa, bajaron la cabeza con cierto dejo de anhelo en la mirada. Como si quisieran seguir danzando.
3
La segunda parte del espectáculo constó de la presentación de cuatro piezas cortas que la compañía de danza experimental Hincapié llevó a tierra colombiana. Los veteranos de Petra despellejaron su piel y la dejaron incrustada contra el escenario, en una experiencia de desnudo total. “Eso fue intenso”. “Sin palabras”. Ahí, algunas de las expresiones que nacían de los asientos cercanos.
La primera pieza, coreografiada y conceptualizada por Cristina Lugo, era una interesantísima propuesta que brotaba desde el interior de la psiquis. Versaba sobre los estados mentales de la autora en su proceso creativo, “intento de lidiar con los límites autoimpuestos que no contradigan su arte en constante cambio”. Se experimentó con el juego de luces rojas, verdes y blancas, cegadoras, que servían de escudos contra la fuerza demoledora y desencarnada de Lugo, que a su vez respondía a la humillación, el asfixie y la vulnerabilidad.
En la segunda, de la autoría de Norberto Collazo, el bailarín vistió una falda y con eso se movió al compás de la música. En la tercera, coreografiada por Petra, tres bailarines, Coral Alemán, James Thomas y Zamari Boucet, ruedan encima de carritos circulares, se intercambian las máscaras, se cubren el rostro, luego de entrar en el juego del rodar, sin destino y sin propósito, como “los políticos y sus plataformas de palabras rodando por ahí cada cuatro años”.
Y como broche de oro, la pieza final “Ron y anís”, que unió a los primerísimos bailarines de Hincapié, Cristina Lugo, Norberto Collazo, Steven Rodríguez y Marilis Pizarro, fue una conmovedora y escalofriante muestra del “cansancio rabioso” del discrimen por género y preferencia sexual.
Se fueron los espectadores con sus comentarios. Se cambiaron sus sencillas indumentarias los bailarines para proseguir su camino. Pero en el escenario teatral quedó la huella de ese piso que bien supieron saborear una danza que, en su búsqueda por la imperfección, nacía cada vez más de adentro.