El loco del chándal. El violador de la Vall d’Hebrón. El segundo violador del Eixample. A estos violadores masivos se ha enfrentado María José Varela a través de las leyes y la justicia.
Es abogada especialista en los derechos de las mujeres y de la infancia, además de profesora y psicóloga. Siempre tuvo claro que quería dedicarse a defender a la mitad de la población cuyos derechos son más vulnerados, algo que ha hecho fervientemente a lo largo de su carrera profesional.
En los años 80, emprendió un viaje en tren para acudir a una charla sobre género donde conoció a otras abogadas con sus mismas inquietudes. Fue el germen del Congreso Estatal de Mujeres Abogadas, que pusieron en marcha poco después para analizar la respuesta que las leyes dan a los derechos de las mujeres, y aportando tras cada reunión una detallada propuesta de reformas que presentan a las instituciones. El periplo en tres décadas ha dado importantes frutos, pero el trabajo de estas juristas continúa hoy siendo igual de necesario que entonces.
El primer Congreso que celebraron en 1987 estaba centrado en violencia de género. ¿Por qué?
Era lo que más nos preocupaba. La violencia de género estaba en absoluta invisibilidad. En aquél momento rompimos con el silencio y logramos muchos cambios. Se exigía que la mujer violada demostrase que se había resistido, el único delito en el que se pedía a la acusación que probase su conducta. Pedí al Tribunal Superior de Justicia que se suprimiese ese requerimiento y lo aceptó. Fue un gran éxito y eso nos hizo estar eufóricas. El Congreso era algo novedoso y había muchos periodistas interesados en él. Nuestras peticiones se han ido consiguiendo gracias a que se las presentamos al Parlamento a través de diputados de diferentes partidos interesados en los derechos de la mujer.
También discutieron entonces acerca de las tecnologías reproductivas.
Nos llamaban paranoicas, pero con el tiempo hemos visto que se han cumplido todos los peligros que mencionábamos. Defendíamos un debate de la sociedad civil porque creíamos que las tecnologías reproductivas eran una forma sofisticada de violencia sobre la mujer porque perpetúan el discurso de que las mujeres han de ser ante todo madres y porque vemos que importa más el éxito del procedimiento que la salud de las mujeres. Creo que es una nueva cosificación de la mujer. En este ámbito no se ha tenido en cuenta ninguna de las modificaciones de las leyes que propusimos.
¿Cuál es la modificación más importante que han conseguido?
Diría varias: la reforma del tipo de violación y abusos sexuales, la introducción del impago de la pensión como delito y el registro de los casos de violencia en el ámbito familiar como tal, ya que anteriormente se registraba como una lesión más.
¿Cómo era la violencia que sufrían las mujeres en los 80?
Había mucha violencia económica. Sin llegar a equipararnos con los hombres, hoy la mujer está presente en el mundo laboral. Incluso en muchos casos ellas trabajan más que ellos. Entonces era diferente. Vimos que la situación económica de la mujer influye a la hora de denunciar, pero no tanto como aparenta: la violencia afecta tanto a las ricas como a las pobres. Las mujeres ricas no querían dar la cara por el estigma, pero las pobres no tenían nada que perder. La violencia de género plantea un problema emocional, que en el caso de las mujeres pobres se agrava con el “¿y ahora adónde voy?”.
Aunque hoy el regreso de la mujer a sus casas, perjudicadas por las reformas laborales, supone también un duro obstáculo para la denuncia. Y las instituciones, ¿cómo trataban a las mujeres?
Fatal. Yo he llegado a sacar a mujeres medio desmayadas del juzgado porque tenían que estar en la misma sala que su agresor y no les ofrecían ni una silla. Esta situación cambió sobre todo gracias a la prensa. Pedimos celebrar los juicios a puerta abierta y los periodistas contaban la vergüenza que era aquello.
¿Se ha superado ese machismo en las instituciones?
Es la misma música con distinta letra. El trato a la víctima no es tan horroroso como lo era antes y el discurso formal ya no es machista, los abogados ya no dicen cosas como “normal que le pegara, le pidió tres veces que bajara el volumen de la televisión”, pero se absuelve a los acusados por falta de pruebas. El modelo de educación es machista y las sentencias son igual de malas te toquen jueces hombres o mujeres.
¿No cree que además hay un factor de autocensura en el caso de las juezas por temor a que se las acuse de favorecer a otras mujeres?
Sí, hay cierta autocensura.
Las formas de violencia sobre la mujer han evolucionado. ¿Qué ocurre con la custodia compartida?
Hemos pasado de que la potestad –y no patria potestad, que es un término sexista- sea sólo del hombre a que sea compartida y ahora la disputa es por la custodia. Sabemos que las separaciones conllevan efectos económicos a veces duros, pero los pisos son pisos y los hijos son hijos. Si la pareja pacta la custodia compartida sin necesidad de abogados, ningún problema, pero no cuando lo exigen en un contencioso. El término “custodia compartida” conduce a equívoco, parece muy bonito, pero en el fondo es una coacción que funciona porque las mujeres prefieren reducir la pensión que meter a los hijos en medio. Algunos hombres están tratando de recuperar el control sobre la mujer a través de la custodia compartida. En este sentido, la situación de las mujeres que se divorcian es peor ahora que entonces.
¿Hemos avanzado en el derecho penal?
Hemos avanzado en menos cosas de lo que parece, porque en el papel hemos conseguido modificaciones pero falla la aplicación. Por ejemplo, si un desconocido viola a una mujer todo sigue su cauce normal, pero no cuando ha sido violada por alguien de su entorno. Los jueces no se creen que alguien de la familia haya violado a la mujer. Lo mismo ocurre con la violencia psicológica. Se duda de la veracidad del testimonio de las víctimas, pero no si denuncias que te han robado un bolso, caso en que tu testimonio es suficiente porque nadie piensa que estás mintiendo. Cuando la mujer realiza una denuncia por violencia psicológica es analizada bajo sospecha.
La ley queda sometida a la arbitrariedad de los jueces.
Sí, y en ello influye su ideología e incluso su biografía.
¿Cómo se explica que los delitos por violencia de género sean los únicos en los que hay más acusados absueltos que condenados?
En un reciente estudio se comprobó que el índice de condenas variaba de un juzgado a otro, que dependía de la valoración que el juez hacía de las pruebas y que había muchas más absoluciones si finalmente la mujer se acogía a su derecho a no declarar. Los jueces se centran en el testimonio de la víctima, pero en otros casos, como secuestro, si la víctima no declara se buscan más pruebas, como informes médicos o el testimonio de los familiares. Por otro lado, también hay que mencionar que los psicólogos se muestran muy reticentes a declarar. Existen muchos protocolos sobre cómo actuar cuando se presenta una mujer con lesiones, pero no se siguen.
¿Con qué herramientas contamos para denunciar y atajar esta tendencia?
A nivel individual las mujeres pueden recurrir la sentencia, pero la única solución es la formación de los jueces. Hace tiempo que venimos pidiéndolo porque los jueces están preparados en los derechos de los imputados pero no en los derechos de las mujeres. En Catalunya se están haciendo cursos de inmersión lingüística de manera gratuita para los jueces en sus horas de trabajo y con ello suman puntos en su baremo. Si esto mismo se hiciera con cursos sobre violencia de género tendría un importante impacto, como ya se ha demostrado en Costa Rica. Todo esto ya está previsto en la ley de violencia de género y se va haciendo alguna actividad, pero resulta insuficiente. Tenemos datos, por ejemplo, que los juzgados de Barcelona son los que menos aplican las medidas de protección de la víctima, pero esto no motiva ninguna reflexión. La falta de concienciación es el principal problema.
Con el aborto damos enormes pasos para atrás. La reforma de Gallardón supone volver a los años 80 en los derechos sexuales y reproductivos de la mujer.
Yo lo que digo es que puedes estar de acuerdo o no con que las mujeres aborten. Puedes incluso intentar convencerlas por todos los medios para que no lo hagan. La sociedad civil puede debatir el aborto todo lo que quiera –de hecho, es algo que pedimos en su momento y sólo la Iglesia se mostró abierta a hablar-, pero que no lo introduzcan en el código penal porque entonces estamos convirtiendo a las mujeres en criminales.
En el XXV Congreso de Mujeres Abogadas celebrado el mes pasado en Barcelona han pedido la libertad vigilada para los agresores sexuales que no se hayan rehabilitado. Después de la derogación de la doctrina Parot, ¿no es esto una suerte de doble condena?
Cuando pedíamos la orden de alejamiento para maltratadores nos decían lo mismo. Yo he llevado la acusación de los principales violadores masivos de Barcelona y sé que no todos se rehabilitan. No estoy a favor de la cadena perpetua revisable porque supone la pérdida de la esperanza y de la credibilidad en las herramientas con las que contamos para rehabilitar, pero en cambio sí me parece bien que si un señor no se ha rehabilitado dispongamos de otras medidas para proteger a la sociedad. Una de las víctimas del loco del chándal me pidió si podía conseguir una foto actual del agresor y me parece lícito tenerla porque así podemos actuar de una manera u otra si nos cruzamos con él. No conozco antecedentes en España de linchamiento a un agresor, pero sí de agresores reincidentes. Sin embargo, cuando no pagas una factura, sin necesidad de que medie la justicia, pueden incluir tu nombre en una lista de morosos con el perjuicio que ello conlleva. La libertad vigilada es una pena accesoria para personas que hayan sido condenadas por delitos sexuales y cuyo informe de la institución penitenciaria evidencie que no se ha rehabilitado.
¿Por qué la violencia de género está aflorando cada vez más en edades tempranas?
Creo que el movimiento feminista ha fracasado en el modelo de relación que propone entre personas de diferente sexo. Las mujeres jóvenes están más dispuestas a verse como objeto de deseo de los hombres que como compañeras en igualdad de condiciones.
Hay quien lo achaca a la falta de referentes en los padres y las madres.
Culpabilizamos mucho a los padres pero ellos no son los responsables de todo. A los padres se les escapan muchas cosas, educar en valores no es sencillo y vivimos en una sociedad patriarcal que nos bombardea constantemente con mensajes de violencia.
Han asistido pocas mujeres jóvenes al Congreso Estatal de Mujeres Abogadas. ¿Echa algo en falta en las nuevas generaciones?
La militancia. A diferencia de ahora, antes éramos muy feministas y tratar temas de género requiere mucho compromiso.
¿Algo de ellas que eches en falta en las veteranas?
Su visión equilibrada: ellas saben mejor que nosotras qué funciona y qué no. Nosotras somos muy utópicas.