En el clima de confusión y temor que se vive Puerto Rico en estos días, es natural que mucha gente sienta que no hay salida de la situación en la que está el País. Pero sí la hay. La historia abunda en casos de países que han salido de situaciones más difíciles que la nuestra. Pero una cosa hay que tener clara: la ruta de salida no es fácil, ni se puede salir en corto tiempo. Los impacientes, los que creen en soluciones mágicas, los que quieren oír una fórmula que prometa un viraje económico en el próximo año, es mejor que no pierdan el tiempo leyendo esta columna.
La economía de Puerto Rico lleva mucho tiempo corroyéndose. El drama de la deuda pública, con el clímax de la degradación, no es la causa de la crisis que vivimos, aunque suene extraño. Es más bien un síntoma. Las raíces profundas de la crisis están en el deterioro progresivo de la capacidad productiva de la economía puertorriqueña, un proceso que viene en marcha desde hace varias décadas. La eliminación de la sección 936 contribuyó a acelerar ese proceso, pero tampoco fue "la" causa del problema.
En Puerto Rico se habla mucho de que el modelo económico de la Isla está agotado, que dejó de funcionar hace ya bastante tiempo, y es cierto. Ese fracaso del modelo tiene muchas facetas, y diferentes estudiosos del tema le dan énfasis a diferentes facetas. Por ejemplo, el economista Francisco Catalá —que por muchos años ha sido una voz que clama en el desierto en lo que atañe a nuestra economía— resalta correctamente cómo el andamiaje institucional de la economía puertorriqueña se ha ido desvirtuando hasta convertirse en algo totalmente disfuncional. Otros economistas le dan énfasis a la pérdida de competitividad de las empresas establecidas en la Isla y a la incapacidad de dos generaciones de puertorriqueños de crear una clase empresarial local capaz de llevar las riendas de una estructura productiva nacional. Todas estas facetas son caras de un mismo problema: Puerto Rico se ha convertido en un país en el que resulta muy difícil contestar la siguiente pregunta: ¿Qué produce esta economía?
Al consenso (porque ya no es debate) sobre el agotamiento del modelo, yo insisto en darle énfasis también a otra faceta. Hay dos ideas que nos ayudan a entender el problema, aunque, por supuesto, no constituyen una explicación completa ni exclusiva. La primera es que Puerto Rico adoptó, a mediados del siglo pasado, un modelo para la desglobalización (el período prolongado de interrupción de la globalización entre la Primera Guerra Mundial y la Guerra Fría; casi todo el siglo 20). La segunda es que ese modelo condujo a Puerto Rico a la "trampa del ingreso mediano", una especie de telaraña fatídica que ha atrapado a la mayor parte de los países que han tratado de desarrollarse en las últimas siete décadas.
El modelo que se adoptó alrededor de los años 1950 estaba diseñado para aprovechar las ventajas que ofrecía la participación en el sistema comercial y arancelario de Estados Unidos en un régimen mayormente proteccionista. Era un modelo diseñado para la desglobalización. Por eso no debería sorprendernos que haya resultado ser disfuncional cuando la globalización se impuso nuevamente como tendencia económica dominante en el mundo. Lo que se requería -quizás ya para mediados de la década del 70 y ciertamente para los 1980- era un cambio de estrategia. Pero no se hizo, y la economía puertorriqueña se fue enredando más y más en la telaraña de la trampa del ingreso mediano.
La trampa del ingreso mediano se refiere a la situación de muchos países -la mayor parte de los países en vías de desarrollo, de hecho -que tuvieron lo que parecía ser un proceso exitoso de desarrollo económico con altas tasas de crecimiento de la producción, el empleo y la productividad, en el contexto de una transformación rápida de su estructura económica, y lograron pasar de la categoría de "países de ingreso bajo" a la de "países de ingreso mediano". Luego, sin embargo, perdieron el impulso. Se estancó el avance de la productividad y se hizo progresivamente más difícil seguir transformando la estructura productiva y no lograron seguir la marcha para pasar de ser "países de ingreso mediano" a ser "países de ingreso alto". Se quedaron atrapados en la clase media de la economía global.
¿Por qué le ha ocurrido esto a tantos países? Básicamente, porque el tránsito del ingreso bajo al ingreso mediano es relativamente fácil. Lo que se requiere es movilizar recursos subutilizados en sectores económicos tradicionales (y de baja productividad) a sectores modernos de mayor productividad. La segunda transición es mucho más difícil porque conlleva asimilar las tecnologías más avanzadas y adquirir una capacidad endógena de innovación. Solo un puñado de países lo han hecho con éxito, pero ese puñado basta para demostrar que es una transición realizable.
Si se aplica este esquema conceptual a Puerto Rico (lo que solo se puede hacer esquemáticamente en este espacio), tenemos una economía que ha perdido su impulso inicial de desarrollo por profundas causas estructurales. La falta de crecimiento va erosionando la base contributiva (sin crecimiento de la actividad económica no pueden crecer los recaudos fiscales), el gobierno comienza a enfrentar una insuficiencia fiscal crónica, la deuda comienza a crecer más rápido que la economía misma (que determina la capacidad de repago de la deuda) y el resto no hace falta detallarlo.
La agenda de la recuperación: estabilizar, reformar, reconstruir
Lo que hace tan difícil la ruta de la recuperación es que necesitamos realizar tres procesos en secuencia y ninguno de ellos es sencillo. Primero, hay que estabilizar la economía. En nuestro caso, eso significa acabar de balancear el presupuesto del gobierno y detener la caída de la actividad económica. Luego, se necesita poner en marcha un programa de reformas, empezando con una reforma contributiva y una reforma de la estructura y el gasto gubernamental. Se requiere también una reforma del mercado de trabajo; algo que será bastante difícil y que puede requerir, además de arduas negociaciones entre sectores locales, también la participación del Gobierno de Estados Unidos. Habrá que reformar también la política industrial, buscando nuevas formas de promover sectores estratégicos que no sean una mera repetición de la estrategia de industrialización por invitación. Se trata, como ha dicho Catalá en un libro de reciente publicación (Promesa Rota: una mirada institucional a partir de Tugwell), de volver a la mesa de diseño institucional.
Por último, se necesita también reconstruir las bases productivas de la economía. Esto conlleva rehabilitar sectores que han perdido gran parte de su vitalidad en los ocho años de contracción económica, como la construcción y la banca comercial, pero, más aún, requiere identificar y potenciar nuevos núcleos de actividad productiva, y hacerlo sin caer una vez más en el error de promover la formación de enclaves, como lo fue la industria farmacéutica hasta hace poco y la industria petroquímica en los años 1970.
Nadie tiene la receta exacta para efectuar una transformación de esta envergadura, pero tampoco hay una escasez total de ideas sobre cómo actuar.
¡Proyectos, proyectos, proyectos!
Una estrategia de desarrollo no es una mera lista de proyectos (ni siquiera de los pretenciosos mega proyectos de los que tanto se esperaba hace dos décadas). Tampoco es una perorata de paradigmas, sinergias y otros tópicos y lugares comunes. Una estrategia de desarrollo tiene que tener un marco conceptual y una orientación estructurada que le de coherencia a las acciones y proyectos específicos. Pero también tiene que tener una lista de proyectos que sean realizables y puedan crear la masa crítica para desencadenar un proceso de crecimiento sostenido y sostenible.
En la condición actual de Puerto Rico, después de ocho años de contracción y con un gobierno maniatado por la estrechez fiscal, hay que darle prioridad a los proyectos. Hace falta poner en marcha, lo más pronto posible, inversiones estratégicas en procesos de producción que tengan alta visibilidad y fuertes efectos multiplicadores en el resto de la economía. El gobierno no tiene con qué financiar tales proyectos: la modalidad de las alianzas público-privadas tendrá que jugar un papel central en ellos. He ahí una innovación institucional que tendremos que hacer: aprender a aprovechar ese mecanismo como lo que es, una herramienta, y dejar de demonizarlo, como hacen unos, o idealizarlo, como hacen otros.
Este no es el espacio para detallar una lista de proyectos, pero sí compete mencionar algunos. En primer lugar, hay que rescatar las plantas manufactureras, principalmente farmacéuticas, que están por cerrar, para convertirlas en empresas de capital local dedicadas a la manufactura por contrato para el mercado interno y la exportación. Ésta bien puede ser la base de una manufactura puertorriqueña que siempre hemos querido tener y que no hemos logrado desarrollar plenamente. Segundo, hay que movilizar los recursos agrícolas de la Isla, y hacerlo en el contexto de una estrategia de autonomía alimentaria y como complemento de una industria manufacturera de procesamiento de alimentos. Tercero, hay que ampliar el alcance del turismo en nuestra economía. ¿Por qué Cuba puede hacerlo y Puerto Rico no? En el ámbito del turismo, hay que desarrollar una estrategia de turismo médico.
Además de lo ya señalado, hay que aprovechar grandes recursos de infraestructura que tenemos subutilizados: el aeropuerto de Aguadilla, la antigua base naval en Ceiba y el Puerto de Ponce. Un país que no puede echar a andar lo que ya tiene, difícilmente puede proponerse grandes inversiones que conllevan empezar de cero.
Ad astram per aspera
El lema Ad astram per aspera (A los astros, por los caminos difíciles) parece incongruente con la imagen de un banco, pero es precisamente el lema del Banco Gubernamental de Fomento. Quienes lo adoptaron, hace muchos años, seguramente no sospechaban que dejaría algún día de ser una fórmula retórica para convertirse en un imperativo de acción para una nueva generación. Por suerte, no hay que ir tan lejos como a las estrellas, pero los caminos -que los hay- son ásperos.
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El autor es profesor en el Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Sociales del Recinto de Río Piedras de la UPR.