Como periodista especializado en temas culturales disfruto, por demás, esas conversaciones con escritores que permiten fortalecer al creador en mí. En realidad, no puedo —y tampoco quiero— desvincular mi proceso creativo de esas aleatorias tertulias con el autor de turno.
En tales circunstancias saltan a primer plano preguntas y reflexiones que luego en silencio, escucho y vuelvo a escuchar, a quien intenta apalabrar aspectos de un oficio que puede parecer algo sinuoso, inaprensible. Aunque para mí, a fin de cuentas, más que vocación, esto de ser escritor es un modo de vida.
Aquí, y a modo de ritual por el comienzo de un nuevo ciclo en Diálogo Digital, comparto con ustedes el preámbulo de estas Crónicas urbanas, las que simultáneamente horizontalizan al periodista con el creador, al observador con el malabarista. No se diga más; escuchemos algunos de estos creadores.
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Yo te diría que un buen escritor es aquel que escucha mejor y refuerza su poder de observación. Y es así, no de otra forma, que puede entender cómo habla un personaje, cómo se dicen las cosas. En esa misma dirección: ¿qué fue lo que hizo [Eduardo] Lalo recientemente? Caminó por toda la ciudad.
Stefan Antonmattei, autor de Temporadas
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Foto por Joa Rodríguez / Joa Photography
Yo siempre quise viajar. Y todavía me falta. El enfoque de mi maestría no fue literario sino antropológico, vinculado a las Ciencias Sociales y a la Historia. De modo que viajar era parte esencial. Necesitaba ser empírica. Estuve cinco años en México y esos cinco años en México fueron mi doctorado. Fue como una decisión de cambio de camino, en un momento donde lo esperado era seguir el doctorado. Con esa experiencia retomé mi educación. Hubo dos etapas importantes: Las poetas del megáfono, en el Centro de Investigación, Capacitación y Apoyo de la Mujer (CICAM), en Ciudad de México, una casa de pensamiento feminista. Y la segunda es Chiapas, donde me voy con Ambar Paz a trabajar en Taller Leñateros. Chiapas y el DF son mundos apartes, empezando porque Chiapas es Maya, campo, y el DF es Azteca, ciudad.
Creo que estar conectado con la tierra potencia el usar la palabra en su capacidad medicinal. No se puede perder de vista que no toda la gente tiene la palabra, y la palabra siempre es mágica. El acto de enunciar transforma la realidad. Por lo tanto, si uno, en ese uso de la palabra, se asume también como sanador. Entonces la palabra tiene la capacidad de impactar, de hacer un cambio necesario, ese cambio que hace falta en la sociedad.
Nicole Cecilia Delgado, autora de El eco de las formas
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¿Qué es esencial para escribir? No escribas pensando que a otra persona le va a gustar lo que estás escribiendo. Hay que ser independiente, por así decirlo. No escribas pensando que vas a tener un padrino, que tu obra le va a gustar a cierto escritor que a ti te gusta. Es importante, por otro lado, practicar todos los días. Escribe. Y cuando no estés escribiendo, piensa en lo que implica el mismo ejercicio de la escritura. Analiza lo que significa el proceso de creación. Y, sobre todo, no tengas miedo.
Juan Luis Ramos, autor de Reyerta TV
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Yo siempre he mantenido diarios, y lo hacía desde chiquita porque me gustaba escribir, pero el primer poema formal se dio una noche, en medio de un sueño. Sucedió que me levanté con esos versos encima y decidí escribirlos. En aquel momento tenía 17 años. Si comparo el verso con la novela, reconozco que se me hace más fácil escribir poesía, quizás por lo corto. Yo no tiendo a escribir poemas largos. Con los poemas cortos es más fácil volver sobre ellos.
Yarisa Colón, autora de Caja de voces
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Y en ese plano, un poco privado, digamos que es una de las cosas que hace que la poesía aparezca como algo tan raro en las escuelas. Y lo ven como un género difícil porque lo ven como algo elitista. Pero, ¿quién no necesita la poesía? En el plano psicológico, la gente lo más que agradece es una postal con unos versitos, y sociológicamente necesitamos esa seguridad poética. Nos sentiríamos menos si no hubiéramos tenido gente como Gautier, como Corretjer, que han escrito nuestra identidad, que lo han expuesto aunque no lo entendamos. Yo pienso que cuando hablamos de la poesía tenemos que ver que todo eso es parte de ella.
Joserramón (Che) Melendes, autor de La casa de la forma
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Nunca he tomado un taller de escritura creativa que no sea leer o tertuliar con personas que gusten de esos temas. No estoy en contra de los talleres o cursos de escritura creativa. Me consta que ambos recursos proporcionan herramientas importantísimas, pero desde niño he sido autodidacta en estos aspectos creativos. Quizás puedo estar equivocado por no haber tratado, pero siento que la Academia con sus reglas puede ser una camisa de fuerza, y lo menciono considerando que me gusta, digamos, invadir géneros, mezclarlos, doblarlos o expandirlos; eso es esencial para mi gusto.
Angelo Negrón, autor de Causa y efecto
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Hay una celebración exagerada del autor. Un autor sucede como parte de la sociedad que vivimos, como una persona que es un buen comunicador. Y es un buen comunicador como otro puede ser un buen mecánico, un buen panadero, como alguien que es un buen maestro. Cada cual tiene sus virtudes, pero entonces celebramos unas virtudes mucho más que otras, por ninguna razón válida. Y eso es lo que me encabrona, la cuestión de la farándula. Esa no es la idea, celebrar a la gente como si fueran superstars. No. Si te tocó escribir en la vida, te tocó escribir. Y debes de hacerlo, pero el compromiso debe estar con el trabajo, contigo mismo.
Rubén Ramos, autor de Wéilsong
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Para mí es esencial que la intuición o la necesidad de enunciar o denunciar prevalezca una vez haya terminado de escribir, que lo que escribo sirva para algo más allá de su forma estética, de ser una manifestación artística.
En No me quieras tenía una necesidad de manifestar una filosofía de ser mujer. En Autopsia grito un escrutinio al dolor y a la miseria en todas sus manifestaciones.
Anuchka Ramos Ruiz, autora de No me quieras
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El cuento, la brevedad, es una estructura espacial que me interesa. No solo porque hace necesaria la concentración y condensación de todos los elementos del texto, sino porque me siento más cómoda en ella. Hay una especie de garantía de expresión que creo me otorgan los relatos cortos. Me encantaría escribir poesía, quizás deba intentarlo.
Vanessa Vilches Norat, autora de Espacios de color cerrado
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Me gusta escribir en silencio. Siempre en la noche y luego de haber leído algo. Es como si tuviera que escuchar música, me acerco a la melodía de un autor y de ahí comienzo a escribir, cojo el ritmo, produzco lo mío. Me gusta estar sintonizada a esa melodía antes de sentarme a crear lo que quiero escribir. Pero yo no sé si siempre va a ser así, si en algún momento de mi vida no requiera de estar sintonizada a la melodía de una persona para poder escribir la mía.
Iris Mónica Vargas, autora de La última caricia
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Yo creo que Pedro [Pietri] era necesario para todo el mundo. Cuando los italianos buscaban a quien traducir del grupo, se encantaron con Pedro y sé por qué. Esa empatía sucedió porque el idioma italiano tiene ese juego de reírse de sí mismo… y en Pedro ellos encontraron ese espejo que convierte esa actitud, dentro de la conversación, en realidad.
Miguel Algarín, fundador del Nuyorrican Poet’s Café
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Para mí, que soy un investigador médico, como que me viene natural que haya alguien que investigue cosas en mis novelas. Y el personaje de Alcides Pérez en El vuelo del dragón, que llega al caso por accidente, porque se lo asignan, comienza a averiguar cosas y fue buscando ciertas avenidas que ni yo mismo sospechaba.
La novelística da para especular sobre los personajes, y entonces eso te va llenando una necesidad expresiva que no necesariamente se encuentra en la poesía o el ensayo.
Manuel Martínez Maldonado, autor Del color de la muerte
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Burlesca es un poemario pequeñito. Tiene unos 20 poemas tal vez. Y nace de mi experiencia con la violencia; juega mucho con lo lúdico y el humor para sanar. Y aunque acercarme a Burlesca duele, es muy doloroso, no puedo dejarlo porque pienso que además puede ayudar a otras personas. Aquí entra un poquito lo de la funcionalidad de la creación y, aunque algunos piensan que la literatura no tiene ninguna función, yo en cambio, creo que a través de los poemas de Burlesca puedo llegar a mujeres, a otras personas —jóvenes, adolescentes, niños— que quieren alejarse de esa violencia que afecta la dignidad humana.
Iris Alejandra Maldonado, autora de Burlesca
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Yo creo que el hecho de que soy hija única hizo que me acercara a la poesía como si fuera un refugio. En la poesía empecé fuerte, con Gautier Benítez. Recuerdo que repartieron en el residencial donde me crié, en Las Casas, unos pasquines con su historia, y me llamó la atención que ese poeta murió a la misma edad que falleció mi abuelo materno, a los 29 años por tuberculosis. Entonces me di a la tarea de buscar en la biblioteca de la escuela intermedia su poesía. Y me acuerdo que por las noches rezaba y pedía que quería escribir como el propio Gautier. Me da una ternura pensar en esa niña arrodillada, pidiendo semejante dote: ¡Ay, Dios! Gautier Benítez fue el culpable y el romanticismo, en relación además a lo poco que sabía de mi abuelo materno. Ahí fue que empezó todo.
Dinorah Marzán, autora de Olvido
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Las Historias del ir y venir es un proyecto en proceso. Nacen por mi experiencia de estar viajando desde Nueva York a Filadelfia, donde trabajaba. Una travesía en la que el tiempo me daba para escribir en el tren; tres horas son bastante para uno entretenerse. De ahí es que sale el título: Historias del ir y venir. Muchos de los cuentos de ese libro tienen que ver con situaciones que ocurrieron y cosas que me inventé durante esos viajes.
Mi manera de escribir siempre relaciona la poesía con el cuento, principalmente porque yo no estoy muy pendiente a la división de géneros literarios. Yo escribo, y escribo algo que me gusta y que entienda que a la gente le va a gustar.
Yo mismo no utilizo necesariamente el título de escritor. A mi modo de ver, las etiquetas hacen más daño que bien. A mí me gusta ser libre y la libertad a veces requiere que uno se desprenda de esas etiquetas. Desde muy joven valoro ese derecho de Ser y hacer lo que te da la gana. Por eso un día decidí que una forma de trabajar con mis sentimientos, con mi experiencia de vida, era escribiendo. Y escribo por eso.
Luis Rodríguez, autor de Versos clandestinos
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Yo escribía desde niña. En kínder me pidieron que escribiera un poema y lo hice casi como si estuviera improvisando. Te vas a sorprender, pero el libro más importante que había en aquella época en mi casa era la biblia. Y recuerdo que mi mamá leía sus cuentos y me hacía aprender hasta los versículos. Y creo que algo de eso se cuela hoy en mi poesía, ciertas metáforas y personajes pero desde otro punto de vista.
Lynette Mabel Pérez, autora de Mundo cero
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Yo digo que los escritores y los maestros son los que enriquecen el cofre de nuestra niñez, son los que mantienen las ventanas necesarias abiertas. Los niños necesitan de los escritores. Y yo he decidido escribir para ellos.
Comencé escribiendo para los niños, por mi sobrino-nieto, que quedó huérfano y me pidió que escribiera para él. Yo lo llevaba a conciertos y museos. En una ocasión lo llevé a la playa para que viera una puesta del sol —estábamos alto, al lado del mar. Él vio cuando estaba descendiendo el sol y empezó a decirme muy preocupado: “¡Magaly, Magaly, se va a ahogar!”. Y yo le dije: “No, mi amor. No se va a ahogar. Te voy a explicar”. Entonces le expliqué cómo es que el sol se va, cómo la Tierra va dándole la vuelta. Cómo se ve en otros países y va alumbrando otros lugares. Entonces me dijo: “¡Qué lindo, Magaly! ¡Escríbelo!”. Y como él sabía que yo era escritora, aquello para mí fue un mandato.
Magaly Quiñones, autora de La muñeca
El autor es comunicador, escritor y gestor cultural.