La mangosta de la India (Herpestes auropunctatus) es un carnívoro de color marrón y de hasta dos pies de largo. En Puerto Rico, la mangosta fue introducida a finales del siglo XIX para tratar de controlar la sobrepoblación y el daño causado por las ratas, sobre todo en los cañaverales.
Aparentemente, las mangostas no recibieron el memo de que venían solamente a comer ratas y ampliaron su dieta. El impacto que la mangosta ha causado en poblaciones locales amenazadas de aves, reptiles y anfibios ha sido ampliamente documentado.
Como si fuera poco, la mangosta es vector de enfermedades que podrían afectar a las personas, tales como la rabia, una enfermedad viral que ataca el sistema nervioso y el cerebro, causando la muerte en varios días si no es tratada correctamente. Otra enfermedad transmitida por la mangosta es la leptospirosis, una infección bacteriana que compromete los riñones, el hígado y podría hasta causar meningitis y la muerte.
La adaptabilidad, dieta variada y compleja estructura social de las mangostas le dan una flexibilidad asombrosa para sobrevivir. Es esa flexibilidad la que ha hecho que varias estrategias implementadas por los gobiernos estatales y federales para controlar la mangosta no hayan sido totalmente exitosas.
La científica Diana Guzmán Colón estudió la población actual de mangostas en el Bosque Nacional El Yunque y sugirió posibles estrategias para capturar y eliminar esta plaga.
Para mejorar los esfuerzos dirigidos a controlar la población de la mangosta, los científicos necesitan saber cuántas mangostas hay en un hábitat específico, cuáles son sus patrones territoriales y de movimiento, y qué lugares frecuentan. Ya que esta información no se conoce con el detalle necesario, el trabajo de científicos como Guzmán Colón resalta debido a su importancia.
Guzmán Colón recientemente completó un estudio científico donde usó la técnica de “marcar y recapturar” para identificar los micro-hábitats preferidos de la mangosta en el Bosque Nacional El Yunque y estimar su población.
En la técnica de “marcar y recapturar”, se capturan cierto número de mangostas, se les coloca una etiqueta metálica de identificación en la oreja y se sueltan. Unas semanas después se colocan trampas nuevamente, capturándose otro grupo de mangostas, algunas de las cuales ya tendrían la etiqueta metálica. Un algoritmo estadístico le permite a Guzmán Colón estimar la población total de mangostas a partir del número de animales capturados ambas veces y cuántos ya tenían la etiqueta metálica y se recapturaron.
La investigadora seleccionó cinco áreas del bosque con diferente tipo de vegetación (bosque de tabonuco, Dacryodes excelsa; bosque de palo colorado, Cyrilla racemiflora; bosque de palma de sierra, Prestoea montana; bosque enano; zona costera del Corredor Ecológico del Noreste). En cada uno de éstos, colocó 25 trampas de tela metálica y atún como carnada, a una distancia de 25 metros entre sí. Luego de 5 días revisó las trampas, anotó los resultados y preparó las trampas otra vez. Este proceso duró tres meses, entre mayo y julio del 2012.
El análisis estadístico concluyó que la población de mangostas en la zona costera es de 12.2 individuos por hectárea, mientras que en las cuatro zonas de bosque la población promedio fue de 2.4 mangostas por hectárea, casi cinco veces menor. Una hectárea equivale a 2.5 cuerdas.
Este estudio es importante ya que, además de recomendar que los programas de captura y erradicación de la mangosta deben concentrarse en la zona costera, los resultados sugieren que no deben ignorarse los bosques de palma de sierra y los bosques de palo colorado, donde se capturaron una cantidad significativa de mangostas. Como no se capturó ninguna mangosta en el bosque de tabonuco, entonces no valdría la pena colocar trampas en esa zona.
El trabajo de Guzmán Colón es un primer paso para conocer mejor la población de mangostas en Puerto Rico y cuáles son sus hábitats preferidos. Entre sus planes, la científica considera ubicar trampas a otras zonas del este de la Isla y colocarlas durante todo el año en vez de sólo en el verano.
Otro proyecto en ciernes podría ser matar las mangostas que se capturan en la segunda vuelta y examinar el contenido de sus estómagos, lo que permitiría observar qué están comiendo las mangostas. Si se confirma que las mangostas sí se están comiendo a alguna especie amenazada, entonces procesos más agresivos para eliminar la mangosta deberían considerarse.
Por el contrario, si se observa que las mangostas se están comiendo los desechos de comida que las personas descartan durante su visita al Bosque El Yunque, entonces habría que implementar un plan de orientación a los visitantes del bosque para reducir los desperdicios comestibles.
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El autor es Catedrático Asociado en Física y Educación Científica en Morehead State University y miembro de Ciencia Puerto Rico (www.cienciapr.org).