“… el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida”.
(Gabriel García Márquez, La soledad de América Latina)
“Mi trabajo es hacer guerra escribiendo cartas”, declaró una vez el Subcomandante Marcos. Como revolucionario, lo han puesto junto a Jesucristo, Bartolomé de las Casas, Simón Bolívar, y el mismo Ché Guevera. Ilan Stavans, en Unmasking Marcos, dice que es un erudito consciente de que él mismo es un mito cíclico, otro derrotado Sísifo en la historia. A sus espaldas, el caudillo de Chiapas lleva a un pueblo derrotado por la tiranía de los poderosos. Es el posmoderno Moisés sin tierra prometida; un caudillo más dentro de la línea genealógica de guerrilleros latinoamericanos que dijeron No la desigualdad, la opresión de los primermundistas y los estragos de la pobreza. Pero aparte de decir No a todo eso, no han podido hacer más que decir No.
Se movió a Chiapas en 1984 y allí sigue hasta el día de hoy. Lo pensaban desertor, lo sospecharon muerto, pero Carmen Aristegui anunció en CNN su reaparición el 26 de mayo de 2014. Reaparece, no para confirmar su identidad, sino para descartarla: el Subcomandante Marcos ha decidido no ser más el Subcomandante Marcos. Se llamará Galeano, como un homenaje al maestro asesinado José Luis Solís López.
Gabriel García Márquez, en su discurso “La soledad de América Latina”, acababa de proponer la creación de “la utopía contraria”, cuando el Subcomandante Marcos le escribe al reciente Nobel de Literatura, al menos dos veces según se constata, pidiéndole consejos. El acercamiento que hizo a García Márquez no quedaría en la correspondencia, pues una década entera después, en el 2001 el mismo Gabo y Roberto Pomb entrevistarían al defensor de los indígenas. En la entrevista sale a ver un hombre que se toma en serio el Quijote y Macbeth como manuales de política (ojalá muchos políticos tuvieran como cabecera a Cervantes y Shakespeare). García Márquez le pregunta su edad. El hombre detrás del pasamontañas contesta: 518, y todos ríen.
Hace casi veinte años, el enmascarado alcanzó niveles de milagro: estaba haciendo actos de presencia en todas partes. A través de la radio y de la televisión, su voz alcanzó la omnipresencia, amedrentando al gobierno de Carlos Salinas de Gortari, con sus planteamientos. Stavans señala que la máscara es un objeto de folklor presente en la cultura mejicana. La lucha libre, las fiestas de los muertos, las máscaras de mosaico de los aztecas. Como el mismo Zorro, la máscara representa una postura que reta a los poderes, cuando sale en defensa de “los miserables” invisibilizados. Lo interesante de este enmascarado es su arsenal inagotable: sus armas ofensivas de artillería fueron los faxes y los emails, sus bombardeos fueron los elocuentes comunicados que enviaba a los canales de televisión y al mismo presidente Clinton.
No es raro que le haya escrito a García Márquez, autor muy cercano al corazón de todos los latinoamericanos. Muchos buscaban por entonces su opinión respecto a las problemáticas políticas en auge. Por primera vez en la historia un autor (caribeño, no se nos pase) dignificó las letras hispanoamericanas, retratando en una épica obra la condición latinoamericana. Muchos de estos movimientos revolucionarios latinoamericanos arrancan desde el mismo sentimiento visceral, como lo hace ver el Subcomandante Marcos en uno de sus muchos discursos:
“Hermanos y hermanas, somos el producto de cinco siglos de lucha: primero la esclavitud, luego la guerra de independencia contra los Españoles, más tarde la lucha por evitar ser absorbidos por la expansión norteamericana, y luego la proclamación de nuestra Constitución y la expulsión de los franceses de nuestra tierra; y finalmente, después de la dictadura de Porfirio Díaz que rehusó aplicar las reformas a las leyes, en la rebelión, nosotros el pueblo, creamos nuestro propio líder. En esa rebelión, Villa y Zapata emergieron, pobres hombres como nosotros”[Stavans, Ilan. Unmasking Marcos. Transition, No. 69 (1996), pp. 50-63].Se presentó de una manera tan “down-to-earth”, como disidente y no conformista, que era forzoso poner atención a sus reclamos, y hasta llegar a caer enamorado de él, como sucedió con muchos. Asumió ser “la estrella” del nuevo frente Zapatista, y su identidad sin conocer empezó a obsesionar a los que escuchaban sus palabras. Llegó a escribir una novela policial a cuatro manos con Paco Ignacio Taibo II: Muertos incómodos, lo que corrobora su vocación literaria, el medio que escogió para su lucha.
Al revisar lo que se ha escrito sobre este heredero del Zapatismo, y al encontrar que hizo contacto con el recién fallecido autor de Cien años de soledad, no podía evitar pensar en el Coronel Aureliano Buendía que, en sus bélicas expediciones, lejos de Macondo, alcanzó la posición fama de ser un hombre con poderes de ubicuidad que lo declaraban victorioso en Villanueva, derrotado en Guacamayal, devorado por los indios Motilones, muerto en una aldea y otra vez sublevado en Urumita (140). Ambos guerrilleros alcanzaron la misma altura mítica, y sus declaraciones provocaban la misma conmoción popular.
Creo que hasta aquí, queda bastante claro que el realismo mágico que a tantos europeos embrujó y que dejó embebido al propio presidente Clinton, es algo muy natural en la historia de América latina. Lo que faltan son recursos convencionales – como muy bien lo declaró García Márquez – para describir de forma creíble la realidad latinoamericana y todos los feroces atropellos que se hacen a las minorías por las que el ahora Subcomandante Galeano, ha sacado la cara durante más de veinte años, sin dar la cara. Por eso cuando alguien como el Gabo y un Subcomandante de quinientosdieciocho años, se valen de la misma herramienta, para hacer oír esta cruda realidad, los bordes entre la ficción novelística y lo que se reseña para la historia, se pierden, y no hay ferocidad de imperios que pueda sujetar el mito por las riendas.
_____
El autor es estudiante subgraduado de la Universidad de Puerto Rico y parte del grupo de colaboradores permanentes de Diálogo Digital.