“Admirar el poder nuclear”. Esa frase del ex-presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en una conferencia del G8, el 5 de julio de 2008, ganó aplausos por parte de los científicos al igual que críticas provenientes de los ecologistas. Ambos grupos están de acuerdo en un factor común; los primeros, conocen de las consecuencias de fomentar la energía nuclear, pero son los segundos, los que protestan para que se tome acción contra los desperdicios radioactivos que estos generan. Según reporta la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés), cada 18 meses las plantas nucleares deben remover y reemplazar el uranio utilizado como combustible. Éste, debido a la constante fisión que ocurre en los reactores, se desgasta y por tanto, se convierte en basura nuclear. Pero el gran dilema que enfrentan los países que han adquirido uno de los elementos esenciales para la construcción de una bomba atómica, es encontrar un lugar adecuado para depositar estos residuos. “Todos los vertederos hoy existentes son inseguros, verdaderas bombas de tiempo”, aseguró Asaf Durakovic, director del Centro de Investigación Médica sobre el Uranio. Desde barriles en el fondo del mar hasta naves espaciales que permanezcan lejos de la Tierra, son de las pocas ideas que no han podido ser implementadas por el costo económico y ambiental que conlleva. Es por ello, que la Comisión Reguladora de Energía Nuclear en conjunto con el Departamento de Transportación de Estados Unidos están trabajando en un vertedero que sirva de hogar para enterrar las 2,000 toneladas métricas que producen anualmente la considerada, “energía limpia del futuro”. Aunque esta opción tiene una base más concreta que las anteriores, no resuelve la incógnita más importante: ¿qué pasa con el uranio y el plutonio desgastado, si se estima que tardan cientos de años en perder por completo su poder reactivo? La respuesta es sencilla para Estados Unidos: no tratarlos.
En uno de los terrenos aislados de los casinos y la figura de Elvis Presley de Las Vegas, Nevada, se encuentra una loma, lista para la construcción. Bush, predecesor de Obama, aprobó el 23 de julio de 2002 la creación de un depósito nuclear permanente en la Montaña Yucca, a la que el Departamento de Energía (DOE) considera podrá abrir sus puertas en el año 2012. El material, de baja o alta concentración, será enterrado en una red de túneles subterráneos en esta tierra desértica para aminorar cualquier impacto negativo a la civilización. El proyecto, que ya ha gastado más de $9 billones aproximadamente, se espera que alcance un total de $96 billones cuando finalice el Programa en el 2033. No obstante, con la crisis económica, el 2009 no se augura como uno prometedor para continuar la inversión. Ya que, a pesar de que Obama ha asignado $3.2 billones al DOE para la creación y el mantenimiento de fuentes alternas al combustible, ésta agencia no tiene en sus planes trabajar en la basura radioactiva sino en construir 24 plantas nuevas. De acuerdo a Durakovic, aún cuando 40,000 toneladas de combustible son liberadas por estos reactores, hay una cifra más alarmante. Medio millón de metros cúbicos de estos residuos de alto nivel son suscitados por las armas nucleares. Armas, que Obama, en su discurso de Praga, llamó a eliminar su producción y proliferación. Desde el 1998, la Montaña Yucca está en controversia, cuando inicialmente fue propuesta como posible vertedero nuclear. Organizaciones en pro del ambiente, como Greenpeace, han alzado su voz en protesta, considerando a estos residuos, demonios indómitos de la energía nuclear. Actualmente, tres cuartas partes de los desperdicios nucleares permanece en depósitos temporeros distribuídos en 50 países, la mayoría pertenecientes al Tercer Mundo. La realidad es que enterrar los materiales desgastados es mucho más económico que tratarlos químicamente para lograr que sean reusables. Al final, una baja actividad sísmica en el área permanente es recomendada para evitar la reacción de estos elementos, que pueda implicar pérdidas millonarias y sobre todo, humanas. En este aspecto, para tranquilidad de los estadounidenses, la Montaña Yucca cumple con la promesa.