A los postulantes los ponen en fila delante de una puerta al mejor estilo cowboy que tiene el cuarto de autopsias y la abren de golpe en plena faena. Algunos vomitan y se desmayan. Otros superan la prueba de fuego. Del otro lado, en una camilla metálica, un cuerpo descansa en paz mientras una incisión desde el mentón hasta el pubis abre el camino al interior de sus tripas. El médico no pregunta si duele. Saca los órganos y también el cerebro, toma muestras para futuros estudios y vuelve a dejar todo en su lugar. Cose lentamente, se saca los guantes, lava sus manos y desayuna un café con medialunas que compró en el barcito de la calle Junín, a la vuelta de la morgue. Fernando Aguirre es médico abductor hace 22 años. Recuerda que la primera vez que entró en la morgue le temblaron las piernas y hoy participa de las 3000 a 3500 autopsias promedio que se realizan por año. Luego de recibirse, hizo el curso superior de medicina legal y deontología médica, se presentó a concurso y quedó con el cargo que tenía hasta hace unos meses cuando lo nombraron segundo jefe. Al comenzar la carrera pensaba en especializarse en cirugía o ginecología, pero el trabajo como empleado administrativo de la morgue para pagarse la carrera cambió su destino: se especializó en el estudio de la muerte, la Tanatología. Allí aprendió que una autopsia es una tarea técnica Cromañon, tragedia, Ibarra, Macri, morgue, AMIA, Lapa, Menem, Junior, forense científica a través de la cual, desde el punto de vista médico, se establecen las causas reales de la muerte de una persona. Este procedimiento sistemático es el que realizan a diario los médicos abductores, quienes llevan adelante la parte práctica de la autopsia y son los encargados de “meter mano”. Después será tarea del jefe forense comunicarle al juez a cargo si esa persona murió por alguna de las tres razones posibles: de forma natural, accidente u homicidio. La noche del 30 de diciembre de 2004, Aguirre estaba acostado en su casa mirando televisión cuando vio un incendio en un boliche del barrio del Once. Saltó de la cama y tardó media hora en llegar a la morgue. Una vez allí descubrió que el jefe del servicio estaba de vacaciones. No tuvo tiempo de pensar y se puso al frente del operativo de la tragedia de Cromagnon, la más grande en cantidad de muertes en la Argentina, superando los atentados a la Embajada de Israel, la A.M.I.A y la tragedia de L.A.P.A en la costanera, todos casos en los que Aguirre también participó. En tan sólo tres días le practicó junto a su equipo la autopsia a 194 cuerpos que murieron a causa de “una asfixia por un doble mecanismo”, menos uno que murió aplastado. La mayoría de esos cuerpos, todavía con olor a quemado, estaban en un estado deplorable no sólo por las condiciones en que perdieron la vida, sino porque el calor de diciembre aceleró el proceso de descomposición que comienza cuando una persona muere. Sólo la refrigeración retrasa dicha situación, pero la morgue judicial cuenta con 91 nichos que al momento del incendio estaban ocupados. Esto llevó a que el padre de una de las víctimas demandara a todo el equipo de la morgue acusándolo de “maltrato de cuerpos y mal desempeño de la función pública”. Aguirre asegura que esta rama dentro de la medicina no es para cualquiera: “te tiene que gustar porque lo que se ve, no lo ve a diario un médico de trinchera, de hospital o de consultorio”. Para realizar este trabajo hay que estar equilibrado psicológicamente y para eso son fundamentales los mecanismos psíquicos que son los instrumentos de defensa. Por eso el humor siempre está presente mientras abren un cuerpo, pero sin llegar al chiste fácil. Si los mecanismos empiezan a mermar o disminuir es el momento de retirarse, de abandonar la especialidad. Hubo gente del equipo de Aguirre que después de Cromagnon quedó con graves trastornos psicológicos y ya no pudo volver a su trabajo. Es queen este hecho, según Aguirre, “se quebró la ley natural que establece que son los hijos los que deben enterrar a los padres y no al revés”. Pero estar bien psicológicamente no alcanza en esta profesión, la condición física aparece como otro requisito indispensable. Es una actividad que requiere de mucha fuerza de brazos y piernas para manipular los cuerpos y sobre todo para el momento de la eviceración, que es cuando se tracciona el cuerpo sacando lo que se llama block toraco abdominal, que son todas la vísceras que después se vuelven a colocar. Y aunque la medicina forense no admite el machismo, las dos mujeres que forman parte del servicio necesitan siempre de un asistente para realizar estas maniobras. Los sentidos también son esenciales al momento de la faena, por el olor se puede determinar por ejemplo si una persona tomó un hidrocarburo. Aguirre recuerda que una vez al manipular el estómago de un cuerpo, este desprendió cianuro provocándole automáticamente el desmayo. Ahora, más precavido, asegura que los hidrocarburos aromáticos como la nafta, la bencina o el querosén tienen olor a almendras amargas y que cuando los siente ya intuye que se trata de un suicidio o envenenamiento. Aguirre afirma que la tragedia de Cromagnon cambió para siempre su vida por la trascendencia de lo ocurrido y espera que llegue el día donde tenga que hacer memoria para recordar esa noche. Atrás, muy a lo lejos, quedó la autopsia realizadaa Carlitos Menem Junior que duró más de seis horas; las víctimas de la envenenadora Yiya Murano o el día que encontró adentro de un cuerpo la hoja de la cuchilla con la que ese hombre había sido apuñalado horas antes en su departamento de Recoleta por un taxi boy. A los 54 años, y a seis de jubilarse, Aguirre ya piensa en dedicarse a la medicina asistencial y a su pasatiempo preferido que es la carpintería. Pero tiene la esperanza de que su hijo, estudiante de medicina, tenga en cuenta sus vivencias al momento de elegir su especialidad y siga así los pasos de su padre.