Comenzó como otro video más de esos millones que se suben a la web. Se fue regando: Youtube, Facebook, emails… La capacidad viral del Internet se apoderó de él y, siete meses después, lo que era un proyecto relativamente anónimo, esparcido gratuitamente por un colectivo de artistas en su mayoría puertorriqueños, terminó en Madagascar. Sí, Madagascar, la islita esa al sureste de África a donde escapan los animales de una conocida película animada; pero también la nación isla donde hace poco hubo un golpe de estado con su acostumbrada lista de desastres: muertes, protestas, suspensión de todo tipo de actividades que rigen la vida cotidiana. Una de esas actividades era un festival de cine nacional, y tiempo después, cuando se reanudó el evento, aquel cortometraje de origen puertorriqueño se coló en medio de las películas malgaches (provenientes de Madagascar). Cuando Aris Mejías, protagonista del corto y una de las principales propulsoras de este proyecto, se enteró de ello por vía de un amigo, le creó cierta duda. ¿Por qué habría de presentarse una película puertorriqueña en un festival de cine malgache? “Pues porque el corto habla de opresión y lavados de cerebros, precisamente lo que hemos vivido aquí”, fue, según ella recuenta, la respuesta de su amigo al otro lado del planeta –resulta que después de todo ni somos tan distintos, ni estamos tan lejos. Esta aventura intercontinental de la producción “Los unos y los otros” dio inicio al conversatorio “Diálogo en el arte” auspiciado por el periódico Diálogo a partir de su más reciente edición “Arte y globalización”. En éste participaron Walter Otero, galerista, y Mariana García, periodista cultural, junto a Ozzie Forbes y Aris Mejías, ambos actores y parte del colectivo que creó “Los unos y los otros”. La actividad fue moderada por la periodista Ana Teresa Toro quien no pudo evitar observar “cómo este trabajo ella (Aris Mejías) lo soltó por ahí y caminó solo”.
Eso es precisamente lo que está sucediendo actualmente: el arte ha encontrado en la web una gran plataforma. Las obras de los artistas pueden ser vistas no sólo en exposiciones en galerías o museos sino a través de blogs, revistas onlines y las mismas páginas virtuales de las galerías, explicó García. El arte contemporáneo, en particular, que ya comienza a proponer lo que se podría clasificar como “arte digital” o arte hecho desde y para la Internet, se ha apoderado de este medio. Esta gran accesibilidad del Internet como medio crea a su vez la inquietud en algunos de “que ya no existen los grandes cedazos” como señalara la periodista cultural; sin embargo, “siempre ha habido mal arte, en todas las épocas, y es el cedazo del tiempo el que quizás nos ayuda a no tener que memorizarnos esa otra mitad (la del mal arte)”, sostuvo García. Mas esperar a que el tiempo decida no siempre es justo; sólo basta con recordar a Vincent Van Gogh, hoy un aclamado pintor pero en su momento lo que se diría “un muerto de hambre”. A partir de figuras como éstas se romantiza mucho al artista, tanto que surge la frase de que algo se hace “por amor al arte” para significar una exclusión de la ganancia monetaria. Pero el arte tiene un valor económico; el Internet en su accesibilidad no sólo ha “democratizado” el flujo de contenidos (artísticos), como señalara Forbes, sino que también ha permitido descubrir nuevos públicos a quien vender, nuevas tendencias que comprar. También se ha vuelto tanto ícono como sistema de un nuevo tipo de capitalismo, un “capitalismo líquido” como señalara Manuel Clavell, editor de Desafío, la revista cultural de Diálogo. No será evidente, pero esos videos que, como “Los unos y los otros”, transitan por la web “gratis”, no lo hacen inocentemente. Se vuelven productos a partir de los cuales los portales aumentan sus visitas (o en el caso de Youtube, justifican su existencia) para luego cobrar dinero en publicidad y anuncios. Hay un intercambio de valores y ganancias; resulta entonces, como observara Clavell, que la compra y venta no se da sólo cuando hay billetes. Mejías está consciente de ello: el video que protagoniza corrió sin un precio puesto, pero no es lo que se dice “gratis”, “este trabajo se hizo como una inversión invisible (…) me interesa una retribución que sea económica o social”. Es decir ese corto que ha recorrido mares y continentes se vuelve tanto discusión y propagación de un mensaje como exposición y fama, reconocimiento que a su vez puede traer otras cosas como becas y ofertas de trabajo o financiamiento del gobierno o la empresa privada, precisamente esas instituciones que, por no correr tan rápido como el Internet, “se quedaron atrás” y no aceptaron el producto al principio, pero cuya validación aún en el mundo de Youtube es importante. Un artista con respaldo económico es un artista que puede crear más, no sólo en términos cualitativos sino también en términos cualitativos. Hay más tiempo para pensar y retarse en vez de recaer consistentemente en la fórmula con la que todos venden.
Y en Puerto Rico la fórmula que vende en el mundo del arte solían ser los famosos flamboyanes rojos en la montaña jíbara o las adoquinadas calles de San Juan. Mas para Otero, cuya galería se ha destacado por vender arte contemporáneo, es posible concienciar al comprador puertorriqueño sobre otro tipo de arte. Entiende que, contrario a lo que se podría pensar, en Puerto Rico hay un mercado considerable de arte, “mucho más que en otros países y estados” cuando se toma en consideración nuestro tamaño. De hecho, argumenta, actualmente existe un “boom en el que el arte se ha puesto de moda, que no tengo que ser un coleccionista para comprarlo”. Esto es favorable, pero presenta algunos retos para el arte contemporáneo que disfruta de ser un arte que no es fácilmente digerible o decodificable, o en palabras menos rebuscadas, un arte que para muchos no se “entiende”. Pero hay esperanza. “Yo creo que en Puerto Rico hay compradores de arte, pero los galeristas hemos sido un poco desesperados…yo no soy una institución educativa, pero si yo quiero coleccionistas educados tengo que sembrar la semilla”, dijo Otero. En algunos casos, mencionó, ha estado trabajando hasta cuatro años junto con los coleccionistas que asesora para formar una colección de arte contemporáneo porque “si tienes a alguien que le gustan los flamboyanes y las calles de San Juan no le puedes tirar así porque sí un video de arte”. Hay que contribuir a que los compradores pasen por un proceso de educación en que vayan entendiendo el valor del arte contemporáneo y sus posibilidades, añadió. En esto el Internet y sus redes globalizadas pueden ayudar: cualquier comprador puede ver y descubrir cómo el arte contemporáneo vende en otros lados. De la misma forma, productos y obras puertorriqueñas que no encontraron un respaldo aquí por ser consideradas “difíciles” pueden encontrar una salida en otro lado. “Yo fui a ver si me podían poner mi corto en los Caribbean Cinemas y me dijeron: ‘¿Quééé?'”, recuenta Mejías. Experiencia que la lleva a concluir: “el Internet te puede dar una respuesta inmediata que no puede la institución”.