La campaña de Benny Hinn había sido prevista en el Choliseo en el 2009. Lo había visto en la página web con meses de antelación. Pero al parecer Hinn no aceptó las condiciones o el dineral que le requería la administración del Choli, y le pidió ayuda a Wanda Rolón. Yo tenía dieciocho años. Acudí con un amigo muy entusiasmado por la segunda visita del famoso televangelista a la Isla. Me había leído todo lo que Hinn había escrito y allí estaba dando mi paso de fe.
Hinn es como un Jefe de Estado en el mundo del pentecostalismo, y pide ciertas comodidades sin las cuales no visita cualquier lugar fuera de su colosal mansión con vista al Pacífico. Los autos en donde se mueve tienen los cristales ahumados y hasta el altar de la iglesia de Toa Baja sufrió unas modificaciones pedidas por el mismo Hinn (agradezco a la propia Rolón que, despreocupadamente, dijo este detalle en una intervención). Nunca lo olvidó mi memoria de elefante.
Solamente así Hinn acepta salir al escenario, casi siempre vestidito de blanco en trajes bien ajustados, hechos exclusivamente para él por Bijan, que rondan o pasan los 6 mil dólares cada uno.
“Fire on your life!”, ese es el grito heavy metal esperado. Hinn grita y empiezan las grandes dionisiacas: la gente se cae y se revuelcan como aves heridas. Cuando más se me hizo patente el teatro de los mercaderes fue en el segundo de los tres días de aquella campaña, el sábado. No es la primera vez que Rolón se ve cuestionada en los medios públicos por gente que saca a la luz esta fructífera práctica comercial. La Apóstol se ha defendido diciendo que ese dinero es para el almuerzo y los materiales de estudios que se le entregan a los que participan de esos adiestramientos. Lo cierto es que pagamos $25, y ni materiales ni almuerzo hubo. Solamente tener el acceso a la iglesia a esa hora de la mañana para volver a escuchar al pastor Hinn.
Entonces, encima de que los doscientos presentes esa mañana habíamos pagado para un pase de admisión, le entregaron el micrófono a un tal Todd Coontz, a quien nunca olvidaré por ese nombre de sapo. Benny Hinn se largó, seguramente a recostarse en su habitación presidencial, sin mezclarse con la multitud como hacía Cristo. Presentaron a Coontz como un señor a quien Dios había ungido con una “unción especial” que liberaba las finanzas. Así como lo está usted leyendo: un hombre capaz de pedirle a Dios, con acceso directo, que la gente vea un incremento en sus fortunas personales como por obra y gracia del Espíritu Santo.
Ese tal Todd empezó a decir que Dios le había dado ese poder especial para desatar inundaciones de dólares, y con esa retórica añadió muy a lo Blancamán, el vendedor de milagros, que si usted quería esa unción, hiciera un acto de fe en aquella hora. El acto de fe implicaba sembrar $200 o más (¡o más!) a la obra del Señor para que viera la prosperidad en su vida como nunca antes la habías visto.
Mi amigo, a quien yo le había pagado la entrada, quería dar $20 ya que no podía ofrendar el mínimo. Le dije que no se dejara coger de soquete, pero lo noté ansioso. Mi amigo sentía que si no lo hacía, aunque eso implicara quedarse en la prángana de largos desiertos sin ingresos, estaría dejando pasar una oportunidad divina, y el vasallo de Hinn seguía dale que dale con la insistencia de que sacaran ese monto de dinero y lo sembraran así, sin dolor, como quien siembra yerbajos.
Ellos piden eso como si no valiera nada. Pero sus zapatos de cuero y sus gabanes carísimos demuestran todo lo contrario: que $200 son una cantidad muy significativa para ellos. Después de todo, muchos de ellos se han dedicado a la “obra del Señor” a tiempo completo y esos constituyen sus únicos ingresos.
Allí, aquel día, me convencí de que todo era una barata ilusión montada sobre sutiles esfuerzos humanos. Hasta el día de hoy no deja de sorprenderme con qué falta de culpa y con qué gran sonrisa Wanda Rolón y toda esta mafia de televangelistas han hecho otra aparatosidad a la que se atreven llamar fe cristiana. Me parecía ver a Cristo, otra vez, gritando “¡Ladrones!”, gritando a sangre “¡Ladrones!”, mientras volcaba las mesas de los cambistas. Pero sucedió sin que yo pudiera detener aquel desmán increíble. Estaba en un lugar en el que ninguno de mis gritos o protestas serían oídos. En todo caso, me buscaría que los fornidos guardaespaldas de Hinn me echaran del templo en un dos por tres.
Se levantaron allí más de treinta personas respondiendo a la retórica del predicador, y si por cada una recogían lo que estaban pidiendo, vaya usted a calcular cuánto se embolsillaron en el nombre del Señor. ¿Nos hacen pagar para entrar aquí y luego nos acosan para dar una ofrenda de ese tamaño?, me pregunté en mi asiento, atónito.
Ah, pero esto es si el Señor te toca, insisten, si es que eres lo demasiado sensible para responder al miedo que te sobrecoge cuando estás en un lugar en donde pueden jugar con tu credulidad para llevarte a dar esa ofrenda que, en estrictas cuentas, no ayuda para nada al ofrendante, pero sí ayuda mucho a Wanda Rolón cuando va en primera clase en American Airlines o al beauty en donde la convierten en una rubia despampanante.
Por eso insisten en la fe, por eso insisten en una matemática sobrenatural que ni Hume pueda desentrañar y en esa retórica inacabable de cosas invisibles. Por eso recurren a la metáfora de la semilla. Mientras el input sea una semilla sin valor, el cerebro no asimilará que lo están conduciendo a que entregue algo que no es semilla. En fin: la vida de calles empedradas de oro se la merecen por ser siervos de Dios aquí y ahora, no después, no en el más allá. Así trafican a Dios, como lo vio agudamente Neruda, como una concha vacía de molusco.
Ese día me di cuenta del horrible chirrido de las poleas tras bambalinas. Hinn nos entretuvo un rato, embobándonos con su opio retórico sin que faltara “la venta de indulgencias”. Dame dinero y yo te daré la plenitud de Dios. Lutero jamás sospechó que a estos extremos iban a llegar sus noventa y cinco tesis.
Ese día me bastó para decepcionarme de que me engañaran de la peor forma: con mi consentimiento, insultando mi sentido común natural, la matemática básica que aprendemos pronto en la vida, que no todos los ladrones son feos o vienen armados. ¿Quién no puede darse cuenta que Wanda Rolón es una grandiosa narcisista? Por eso ve en sus publicaciones su cara bien maquillada y su pelo rubio artificial bien despuntado. Toda una representación que uno se pregunta qué tiene que ver con el pobre predicador aquel que no tenía ni donde recostar su cabeza.
Por eso en la emisora Nueva Vida (97.7 FM) le cortan la llamada a los que se atreven a hacer algún comentario sobre alguno de estos rimbombantes pastores. Todos son una mafia concertada, unida en un interés económico, y cuando son atacados sus intereses se protegen, no aceptan mayéuticas y censuran inmediatamente al disidente que les destroza la burbuja de vidrio en la que están habituados a vivir. Son vendedores en lata de la espiritualidad, como lo expone muy bien Terry Eagleton en El sentido de la vida: “Incluso la religión se convirtió en un negocio lucrativo con telepredicadores que timaban a un público devoto, ingenuo y pobre, sacándoles el dinero que tanto le había costado ganar”.
No hace falta ni siquiera acercarse a las páginas furiosas de Nietzsche para ser anticlerical. Basta abrir los ojos, allí adentro, para pasarse al lado de los antípodas. El fin de esta cofradía es perpetuar la longevidad del sistema que les permite vivir en ese mundo de Pascal en el que, como bien lo sentó Nietszche, solo puede seguir existiendo por un reiterado suicidio de la razón.
Allí supe que Cristo estaba lejos de toda aquella gente que se lucraba en su nombre. Cristo en la cruz, como en un poema de Borges, no le fue dado ver que existirían estos bribones perfumados usándole todos los días para pagar el mantenimiento de sus alfombras. Yván Silén, en su caótico ensayo del tema que fue publicado en "El Maricón o los Señores de la Noche", tuvo al menos un instante de lucidez al señalar muy bien que “la explotación espiritual y económica del prójimo se ha tornado “lícita”. Jesús ha dejado de sonreír. La Iglesia le ha robado la risa. La Iglesia ha traficado y pervertido la sonrisa de Dios”.
Aquí, el documental que muestra la explotación cruel y comercial del dolor humano de estos mafiosos, cuya anfitriona criolla es Wanda Rolón: