Es muy recurrente pensar, especialmente en los movimientos anti-sistémicos, que el derecho se presenta como el contrapoder que detiene y revierte la revolución. Esta idea nace de la imposibilidad creativa de pensar en que otro derecho es posible. Las diversas experiencias en la Comuna de Vieques demuestran y dieron paso a un pequeño laboratorio social en donde se activaron las glándulas constituyentes de ese otro derecho que no se agota en el derecho constituido, es decir, en el derecho como mera norma jurídica de origen estatal. Vieques, entre otras cosas, nos ha servido de pie forzado para repensar conceptos modernos tan tradicionales como lo son el derecho, el trabajo y la revolución. La Comuna de Vieques En Vieques, ciertamente, se conjugaron diversas formas de manifestar el descontento social propiciado por la presencia de la Marina de Guerra estadounidense en el suelo de dicho pueblo. Sin embargo, más allá del grito anti-militar, nos debemos preguntar si ese grito de rechazo fue más allá de la presencia militar estadounidense, y si ese movimiento de movimientos en torno a Vieques se presentó como fuente antagónica a la estructura hegemónica-colonial que representa el capital en nuestra sociedad. Después de todo, al menos en el contexto puertorriqueño, el estudio de la cuestión colonial no puede ser separado de su relación con el capital y el capital no puede ser analizado sin considerar su inherente condición colonizadora. ¿Cuestionó el movimiento en torno a Vieques (1999-2000) expresamente al capital? Como cuestión de hecho debemos responder categóricamente que no. La lucha en torno a Vieques, en alguna medida, ha sido subsumida por un discurso neo-nacionalista y su análisis circunscrito a la relación política entre Puerto Rico y Estados Unidos. La producción de los significados, saberes y de subjetividades que emergieron con dicha experiencia han permanecido, al menos en gran parte de la academia, inexplorados (con algunas excepciones). Estas formas de expresión y de acción en torno a Vieques coincidieron con modos legales e ilegales, pacíficos y no tan pacíficos que se adoptaron en el proceso. La ilegalidad pacífica de la desobediencia civil practicada en Vieques sugiere una combinación de lo pacífico del método con el acto insurreccional de violentar la ley. Se combinaron viejos y nuevos modos de acción social y de organización extra-institucional, dando paso a un nuevo tipo de habitus nunca antes visto en el contexto puertorriqueño. Se utilizaron métodos tradicionales como marchas de protesta y convocatorias realizadas por los tradicionales Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) y Partido Popular Democrático (PPD). Pero también se utilizaron innovadores métodos en el ámbito cultural, los cuales jugaron un papel muy importante en la creación de redes con una constante presencia en la radio, prensa escrita, televisión, en la industria musical y en el poderoso medio del internet. Es así como en aquél entonces emergieron diversidad de sujetos y actores sociales usualmente relegados a los tras bastidores del escenario de las resistencias sociales en el país, generando un nuevo tipo de proletariado social: grupos de mujeres feministas, profesionales, retirados, estudiantes, religiosos, coaliciones cívicas y comunidades viequenses; en fin, un nuevo proletariado compuesto en su mayoría por gente común. Todos estos modos del hacer constituyeron diferentes estrategias de irrumpir en la esfera de lo público, es decir, fueron las formas que adoptó la multitud puertorriqueña para hacerse carne y cuerpo. Los contemporáneos movimientos sociales y sus formas organizativas “varían desde grados distintos de horizontalidad e informalidad hasta formas jerárquicas más o menos flexibles, incluyendo mestizajes organizativos de todo tipo. Las formas de acción, legales e ilegales, violentas y pacíficas, instrumentales y autoafirmativas, defensivas e insurreccionales, nos hablan de universos heterogéneos reacios a las síntesis simplificadoras”, sugiere Raúl Zibechi. Trabajo y antagonismo La cuestión del hacer en la lucha en torno a Vieques plantea una nueva concepción del trabajo, no como aquella actividad asalariada e industrial, sino como actividad social. Bien ha señalado el filósofo italiano Antonio Negri que el trabajo en la actualidad ha sufrido radicales transformaciones que lo ubican cada vez más en la esfera de lo social, siendo la valorización de éste uno más subjetivo. La transformación del trabajo y de la fuerza de trabajo, o capital variable (Kv), establece su hegemonía cuando la producción comunicativa, del conocimiento y del saber se convierten en el rasgo común de la actividad social e irrumpen como fuentes de riqueza. El antagonismo que se generara en torno a Vieques respecto al capital se traslada enteramente al terreno de lo social. De esta forma, consideramos al capital como una relación social y por ende desmitificamos todo intento de tratar al capital como sistema autónomo respecto a lo social. Así, el capitalismo postmoderno en la subsunción real dictamina el modo de vida prevaleciente. Del mismo modo, la sociabilidad y la subjetividad producida en la lucha viequense, se presenta como antagónica a las relaciones sociales que se reproducen bajo el capitalismo. Sugiere el sociólogo Zygmunt Bauman que en nuestra contemporaneidad las relaciones sociales han sido sustituidas, dadas las condiciones de la subsunción real en el capital postmoderno, por relaciones entre ciudadanos de consumo que han interrumpido la relación comunicativa, de solidaridad y, en última instancia, la relación amorosa individual-colectiva. Sugerimos, sin obviar inherentes contradicciones, que lo antagónico respecto al capital, en el caso ante nos, es la producción de lo común de acuerdo a los modos de relacionarnos, de cooperación, de solidaridad y de comunicación que emergieron en la Comuna de Vieques. Después de todo, como afirmara Carlos Marx, si el capital es el gobierno sobre el trabajo, el trabajo social y biopolítico que se generó en la comuna le fue antagónico a éste. Lo que es común en la Comuna de Vieques es la producción de vínculos sociales adversos y antagónicos al modelo de reproducción social capitalista en la subsunción real. La producción de vínculos sociales son “…diversos modos de hacer emancipatorios – indica Raúl Zibechi – [que] se asientan en, y tienen en común, la creación y producción de relaciones sociales de nuevo tipo, no capitalistas, basadas en la reciprocidad, la autonomía, el hermanamiento, la autogestión y la convivencia comunitaria”. La producción de signos, lenguajes, símbolos, es decir la producción biopolítica, siguiendo la huella de Foucault, durante los eventos relacionados en torno a Vieques, supone la emergencia, más allá del llamado consenso nacional, de la producción de lo común; singularidades unidas por un nexo comunicativo, que en Vieques se forjó gracias a la producción subjetiva de la colaboración, cooperación y afectos forjados mediante la desobediencia civil y las redes generadas en las esferas políticas y culturales. Revolución y derecho En ese orden y no al revés, la concepción prevaleciente en el siglo XX sobre el concepto de revolución, al menos en los movimientos anti-sistémicos hegemónicos en dicho siglo, concebía la revolución como ese gran acontecimiento de la exclusiva toma del poder estatal por parte del proletariado. En su concepción moderna, el revolucionario era aquel radical que pretendía subvertir el orden estatal vigente por otro orden estatal distinto. En Vieques, por su parte, se produjo una esfera pública cuya praxis se deslindó de los patrones de organización tradicionales en el país: estado, partidos políticos y sindicatos. Una esfera pública cuyo centro no dependía de la obediencia al estado, al partido o al trabajo alienado-salarial castradores de la potencia creativa humana. Así el movimiento en torno a Vieques (1999-2000) suprimió esa subjetividad disciplinaria trascendental en torno al soberano estatal, a los partidos políticos y al propio Estado de Derecho. En este contexto se redefine el concepto de revolución en nuestro país: como transformación profunda del tiempo histórico y como modificación – parafraseando a Negri – de las almas y mutación del sujeto. Sin embargo, más allá de la ruptura histórica y social que se ha planteado hasta el momento, es en el hacer, en el constituir, en donde se ancla la fuerza revolucionaria de la que hacemos referencia. Es decir, en nuestra actualidad el pensar nuevamente sobre la revolución envuelve una recuperación del hacer, un desarrollo del poder-hacer. Ese no, ese rechazo inicial a la presencia de la Marina de Guerra estadounidense en Vieques, va más allá del mero rechazo y se afianza en el hacer constituyente. Lo que delimita y define el carácter revolucionario de las prácticas sociales entre los años 1999-2000 no fue el cumplimiento inmediato de las exigencias contra la marina de guerra sino fue, parafraseando al sociólogo John Holloway, “…el desarrollo de una comunidad de lucha, de un hacer colectivo caracterizado por su oposición a las formas capitalistas de las relaciones sociales…La lucha implica la reafirmación del hacer social, la recuperación del poder-hacer”. La potencia del hacer revolucionario se materializa en el poder constituyente. Tradicionalmente visualizamos al poder constituyente como esa fuerza originaria que da nacimiento al Estado de Derecho por medio de la confección de una nueva constitución jurídica. Es en la modernidad donde ese poder constituyente, esa fuerza originaria del derecho moderno, se ve subsumida en su potencia revolucionaria y encarrilada al proyecto estatal y al derecho como norma jurídica. Sin embargo, nos referimos a ese poder constituyente, no homólogo al positivismo jurídico, como interminable devenir creativo del hacer que inventa y construye lo nuevo; que es a su vez portador de ese otro derecho vivo al que llamamos Derecho de lo común. Esto nos hace retornar al pensamiento que tanto Foucault reseñó en sus trabajos en cuanto a la concepción del poder y su no homología con el biopoder estatal. En este caso, el derecho surge como ente inseparable y no como la supresión de la revolución. Es de este modo que el proceso revolucionario va de la mano con ese derecho vivo, haciendo uso del concepto desarrollado por el jurista austriaco Eugen Ehrlich, bajo el proceso constituyente; derecho siempre inacabado y siempre resultante de la acción biopolítica. La construcción se presenta como un proyecto humano siempre abierto, innovador y de una enorme potencia. Claro está, partiendo desde el punto de vista ecológico, es decir, tomando en cuenta todo el ambiente que nos rodea, lo real se presenta en un contexto abierto de contrapoderes, o lo que Michael Hardt y Antonio Negri llaman la constitución material. Es ese antagonismo biopolítico, sólo esa diferencia, es creadora y portadora del derecho vivo de lo común. Es desde este punto de vista que el derecho va de la mano de la revolución. El derecho no suprime la Revolución; la revolución organiza el derecho y no a la inversa. Hablamos pues de “…dar vida a un derecho como ordenamiento abierto y vivaz, viviente y fuerte, desde el interior del proceso revolucionario, desde el interior del proceso de destrucción de la rigidez burocrática del mundo que conocemos. Un derecho completamente instalado en la libertad colectiva, un derecho nunca vengativo y siempre abierto a la alegría de la innovación […] tejido en el que se determina una transformación continua de los órdenes sociales: en definitiva, es en la relación potente entre revolución y derecho donde se forman los instrumentos de la construcción continua de la dialéctica trascendental”, sentencia Negri. Vieques asume una gran importancia al plantearse en nuestro país un nuevo modo de acción social en donde la vida colectiva (el gobierno del bien común) fue arrebatada de las exclusivas manos del Estado y de los partidos políticos, para situarse en el hacer singular y no representable de lo que fue la multitud puertorriqueña en la lucha en contra de la Marina de Guerra estadounidense. Entonces observamos, siguiendo algunas de las reflexiones del filósofo italiano Gianni Vattimo, en ese movimiento que a veces suprime la condición actual, algo de anárquico que quisiera destacar en dos dimensiones. Por un lado, por presentarse como revolución permanente al no pretender agotarse en la soberanía estatal. Por otro lado, su lógica interna y en su actuar se presentan como movimientos sin cabeza, sin grandes líderes visibles o donde al menos surgieron nuevos desplazando a los tradicionales. Más allá de la valoración que se pueda hacer al respecto, este dato parece ser una nueva tendencia organizativa que de momento se inicia en Vieques (que parece ser una tendencia en las resistencias globales que iniciaron en Seattle también en 1999) y se intensificaría en el andar de la década y en la deslegitimación de todo aquello que representaba al pueblo en pos de administrar el bien común: estado, partidos, sindicatos, el Estado de Derecho y el mercado. Por eso la connotación positiva que le podamos dar al término aquí de anárquico se refiere a la potencia democrática, electrificación más soviet o comunismo anárquico como diría Vattimo, que engendra la interacción tanto interna como externa de los movimientos sociales postmodernos. El intento de reflexionar sobre la Comuna de Vieques es, a su vez, el esfuerzo por renovar y actualizar las teorías modernas sobre el estado, la democracia, la revolución, el derecho y el trabajo. Este esfuerzo se reviste de singular importancia en la medida en que nuestra sociedad se ve sumergida, luego de diez años del fin de la comuna, en el pensar nuevamente sobre la acción colectiva dada las circunstancias actuales en el país. ¿Aún subsiste la subjetividad producida en la Comuna de Vieques que pueda ayudar a articular las respuestas a los retos que enfrentamos actualmente? La respuesta a esta interrogante debe surgir desde nosotros mismos y desde nuestra praxis social: desde el ahora. *César J. Pérez Lizasuain es graduado del Departamento de Ciencias Políticas de la UPR-Río Piedras; de la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos en Mayagüez; y del Instituto Internacional de Sociología Jurídica en Oñati, País Vasco.