Cuándo migrar se convirtió en un delito. Me pregunto. Desplazarse es tan natural como ir al baño, mirar el cielo o comer. Cuándo, entonces. La historia del mundo se basa en gran medida en la posibilidad de migrar. El espasmo que causa ver al otro nos lleva a alcanzar la verdad de que no somos los únicos y sí muchos. Esto en vez de barrera debería adquirir una forma de puente. Desafortunadamente, estas últimas estructuras parecen estar, cada vez más, en peligro de extinción. Ahora, con la ley que la gobernadora republicana Jan Brewer ha propuesto en el estado de Arizona, cobra fuerza la pregunta inicial. Ser distinto, migrar da luz verde para ser detenido e investigado. Un color canela en la piel, un tatuaje, cabello obscuro, otro acento o ropa barata se transformarán en estigmas suficientes para ser detenido. Es el signo infalible de que algo falta, un papel. Sin duda, viajar es en ocasiones la evidencia de una carencia. Es quizá “la confesión de la impotencia: ir a buscar lo que falta a otros lugares”, escribió Martín Caparrós. Y en parte tiene razón. Pero, ¿se encuentra siempre lo que se busca? Muchos centroamericanos y mexicanos migran a los Estados Unidos por confesión: buscan “el sueño americano”. Muchos también, pasan rápidamente del sueño a la pesadilla. Ciertamente todavía varios países Latinoamericanos no ofrecen las condiciones adecuadas tanto a nivel educativo o laboral. Un poco de justicia social aún es una utopía de un grupo de soñadores y es entonces, ante este panorama, que muchos deciden migrar. Ilegales, por supuesto. Como si no fuese suficiente el hecho de abandonar por cuenta propia el lugar de origen; incluida la familia, amigos, calles, esposa, esposo, hija, hijo, el emigrante con la cabeza vuelta hacia tras, debería con esta ley, que entraría en vigor en aproximadamente un mes, aprender el arte del camuflaje. Y esto es imposible. Máxime cuando miles de ojos ajustician a través de su contaminada óptica, cuando se tiene que hacer el trabajo que el “otro” no quiere por un salario escuálido, o cuando desesperadamente algunos optan por el dinero fácil con tal de sobrevivir. ¿Lo cómico? Si un agente sospecha de tu nacionalidad está obligado a detenerte, de lo contrario, será fuertemente sancionado. La ley aspira ser una película de vaqueros: el vaquero bueno contra el indio malo, con la salvedad de que no es en el cine y sí en la realidad en donde se pretende que esto ocurra. También resulta cómica la amnesia selectiva de la gobernadora Brewer. Su país se gestó y fundó por inmigrantes, gracias a ellos. O si no, que revise su historia. O si no, que regrese a la escuela. Esta ley atenta contra muchas cosas. No sólo contra los derechos de libre movimiento y asociación, sino contra los esfuerzos puestos en la Reforma Migratoria que prometió el presidente Obama en su campaña, así como en que otros estados, atraídos también por las películas de vaqueros, emulen esta medida racista desde todos sus ángulos. Pero, por sobre todas las cosas, atenta contra algo más pequeño y más grande: que es la dignidad, el derecho que tiene cada persona de ser respetada para poder respetar. No son pocos los que están a favor de esta nueva ley. De hecho, ya ha habido una ardua respuesta en contra y a favor de la misma. El propio presidente Obama catalogó de “irresponsable” la medida. Los que están a favor arguyen, entre otras cosas, que Arizona es el estado por el que se realiza el 45% de todas las detenciones de inmigrantes ilegales en la frontera. Apoyan la ley además, porque según dicen, las bandas de narcotraficantes se han vuelto algo incontrolable. El año pasado Agentes Federales incautaron 1.2 millones de libras de marihuana en esta área de la frontera. Esto último de la droga también es cómico. Casi un principio ingenuo y antiguo del capitalismo. La oferta responde a la demanda, se da por obra y gracia de esta última. En los últimos tres años se calcula que la cantidad aproximada de inmigrantes que han intentado cruzar la frontera en esta región haciende 100 mil. ¿Serán todos esos 100 mil narcotraficantes, secuestradores, ladrones y asesinos? Creer algo así sería lo más cercano a la ineptitud. Sin duda esta ley no se interesa en lo más mínimo de alcanzar la raíz del asunto. Estados Unidos, en conjunto con México, y demás países centroamericanos deberían dialogar, crear las oportunidades propicias en sus respectivos países para que esto no ocurra o disminuya paulatinamente. Deben conversar, llegar a acuerdos. El narcotráfico es un delito, el secuestro, el robo, los asesinatos. Y para eso existen leyes que sancionan estos lamentables actos. Pero, ¿también migrar?, ¿ser distinto? Con la puesta en práctica de esta ley la respuesta a estas dos últimas preguntas sería sí. Esta ley es una muestra desesperada que no hace más que evidenciar la falta de capacidad para resolver los conflictos migratorios. No debe sorprender que en estas últimas semanas muchos indocumentados desvaríen, tengan miedo, sueñen con alguna escapatoria, con transformarse, camuflarse: ser pájaros. Los pájaros, criaturas esplendorosas, afortunadamente no necesitan pasaporte. O, por lo menos, no todavía. Me pregunto: ¿cuándo migrar se convirtió en un delito, ser distinto? ¿Hasta cuándo?