El autor hace flotar esta pieza bajo la figura de Maradona, inspiración o no de Thierry Henry, el jugador francés que infringiera el reglamento y con una mano se ayudara para poner el pase a gol que dejaría fuera del Mundial de Futbol a Irlanda. La mano del francés se explica desde 2007, año en que Henry tuvo un encuentro coyuntural con un lector de Tarot después de un partido contra el Barcelona. Recientemente, Diego Maradona dijo sobre Armando Maradona: soy o negro, o blanco. Ello no resulta un secreto, ya sea para un futbolista amateur, un fanático, un historiador, un veterinario, el más sesudo estadista o un futbolista profesional: Diego es un paradigma. Al suponer las páginas de una enciclopedia entre el término Maradona giran vocablos como Mano, Mimo, Mentor, Megalomanía, Majestad o acciones como Maximizar, Mejorar, Manifestar-se, pero también Malogrado, opuesto del argentino.
Mimo Malogrado. El caso –no se le culpe– de Thierry Henry. Su ambición por hacerse de una fama maldita tiene como origen un sueño maradoniano juvenil y es producto de un atrevimiento laberíntico que se remonta a su paso por clubes de futbol, y ante todo a una noche en Francia y a un encuentro sin apretón de manos. Fue en Mónaco a mediados del noventa cuando comenzó la carrera prometedora de Thierry Henry (1977) hasta consolidarse en las filas del Arsenal y ser fichado por, su equipo presente, el Barcelona. Su ritmo con la Selección francesa, poderoso y meticuloso, a la fecha está colmado de meditaciones y de varias apuestas. Esto hace creer que Thierry Henry se afeita con Gillette detrás del televisor junto con Federer, Woods y Márquez mientras que en la Irlanda actual se calcula un degüello metafórico para el francés, al menos. A partir de 2000 Henry daba cada vez mejores temporadas con el Arsenal, sin embargo seis años después, en mayo, hubo una dolorosa derrota para los Gunners. Barcelona le sacó de las manos la Copa de Europa a un Henry entusiasta. Simbólicamente, Thierry Henry tenía que conformarse con el subcampeonato, ¡y en París, merde! Era el tiempo en que las notas del acordeón se desinflaban y el rímel de las cabareteras se corría debido a los goles de Eto’o y Belletti, a pesar que Sol Campbell registrara para los ingleses. Era ¡un sol! Pero un sol oscuro. Eclipse parisino. Días después Henry había programado una reunión con un coleccionista, relata González. Fue en el castillo de Vincennes donde adquiriría una partitura inédita de Michel Petrucciani para obsequiar a una conocida suya. Que se haya dado o no la transacción y qué partitura era, hoy es intrascendente, pero ese paso por Vincennes lo hizo llegar al Café Le Téméraire. Era tanta osadía, tanta verticalidad como pasarse la tripe hoja para afeitar de la televisión por el rostro. En Le Téméraire Henry comió escuetamente. Cercano a él había un hombre de nariz ganchuda y barbado. Hablaba un francés de extranjero. Se sabe que vino de Sudamérica. Al mirarlo le llamó la atención su poder de convocatoria y persuasión entre la gente. Era como un bufón-dios que complacía a su audiencia-feligresía con agilidad. Leía el Tarot. Su nombre, Alejo Dorowsky, le dijo González. Dorowsky y Henry charlaron en una mesa. Dorowsky desentrañó parte de la historia de El Mimo –uno de los apodos de Henry. (González me cuenta a estas alturas del relato que cuando Dorowsky y El Mimo conceptualmente se juntan crean una doble mentira: un rostro y un nombre ocultos que dan una hipótesis probable de lo que a continuación se podrá leer). No sabría precisar, me cuenta González, si fue Dorowsky quien adivinara o, por el contrario, Henry lo dijo de viva voz, pero esta es la instantánea: El 22 de junio de 1986 Thierry Henry miraba el televisor. Transmitían el juego en el Estado Azteca (México). Ahí Maradona metía un gol tramposo a Inglaterra. Para algunos esto recordaba la rispidez profesada desde tiempos de las Malvinas, para otros era un embuste de poesía. –Claro que fue mano, pero Diego Maradona no era el árbitro, Henry le dijo a Alejo Dorowsky, ignorando que años después habría de morderse la lengua. Al escucharlo, Dorowsky arqueó las cejas. Le pidió que saliera del Café. Yo le invito, añadió. Indiferente, Henry accedió. Una moraleja se avecinaba pero era una enseñanza que escaparía de su percepción. –Recuerda bien este momento, acotó Dorowsky fuera de Le Téméraire. Iba a estrecharle la mano pero al instante la retiró para decir: –Aprende de esta lección, Mimo. ¿O te quieres despedir? Dorowsky asomaba sus dientes amarillos. Henry le hizo un gesto que demolía a la semiótica y se marchó. Alejo Dorowsky, claro, no es Alejandro Jodorowsky, sin embargo ahí estaba, en Le Témérarire. Lo que es muy cierto es que Dorowsky pudo mitigar un destino oscuro. Cuando Dorowsky le retiró la mano a Henry dejó abierta la posibilidad –la enseñanza– para que el futbolista tuviera prudencia, no obstante el ejercicio de libertad desembocaría en un Henry que manoseaba la redondez de la gloria en el juego de hace días, contra los irlandeses. Adieu Henry. Si bien es probable que juegues en Sudáfrica para 2010, ¿será para no volver más o, regresar todavía más malogrado? –Malogrado, sentencia González categórico. Hazañas como esas son inéditas y Diego lleva la potestad vitalicia pero Henry ha resuelto el dilema ético patriótico: llevar o no a Francia al Mundial. Los galos irán al mundial, por supuesto, y el balón dentro del marco –en situaciones simples o complicadas– es crisis, pero también reconstrucción. Los goles cumplen ciclos de la vida, algunos son mayestáticos, otros malogrados. Y entre ese camino está Maradona y Henry. *El autor es periodista, artista y poeta.