
Todo comenzó el día del Super Bowl. Uno de los famosos comerciales de este evento deportivo, fue el anuncio pagado por la cadena de comida Denny’s en el que se hacía pública nuevamente, la promoción del “Super Tuesday”. Al igual que el año anterior, esta consistía en que toda persona que fuera a un Denny’s el siguiente martes después del juego de fútbol americano, de seis de la mañana a dos de la tarde, podría comer un Grand Slam (un plato que consiste en dos huevos, dos salchichas, dos tocinetas y dos panqueques) absolutamente gratis. Fue entonces cuando comenzó la duda. La promoción decía ser válida para los Estados Unidos (EEUU), Canadá y Puerto Rico. De todos modos nos preguntábamos si sería cierto. Los rumores comenzaron a correr. Ricardo González, vicepresidente de Operaciones de la cadena en la Isla, afirmó el lunes a la prensa que la oferta se llevaría a cabo en Puerto Rico. Los incrédulos aún desconfiábamos mientras asegurábamos que tenía que haber una trampa. Nada en la vida es gratis. Llegó el Súper Martes y la gente comenzó a abarrotar los restaurantes de la cadena, tanto en los EEUU como en Puerto Rico. En Facebook se corrió la noticia: ¡La oferta era válida! ¡Es cierto! ¡Están regalando comida, bastante y sabrosa! La voz continuó pasando de status a status de Facebook, se coló por Twitter, se envió por mensajes de texto y voló a lo largo de la Isla, ganando adeptos que se arrojaron al Denny’s más cercano. Las versiones eran varias: la mayoría decía que la oferta era válida si comprabas la bebida, otros decían que tenías que pagar por un postre, mientras que varios explicaban que alguien les había comentado que las filas eran espeluznantes. Los que aún estábamos incrédulos llamamos a alguno de los restaurantes a preguntar si era cierto y cómo funcionaba. Algún empleado nos atendió y corroboró que era realidad lo que parecía imposible: Se estaban dando Grand Slams gratis; pero también advirtió de algo que los profetas del desastre ya habían comenzado a vaticinar: la fila para entrar y esperar asiento era de una hora o más, mucho más. Aun así, con pronósticos de largas filas de espera, todos decidimos ir en busca de nuestra comida gratis. Empecé a reunir amigos, quizás por un instinto de buen samaritano y por compartir la felicidad de un cacheteo seguro, quizás por no ser el único estafado si ciertamente había una trampa entre líneas. El hecho es que por una razón u otra, entre el amigo que me había avisado de la buena nueva (quizás por las mismas causas por la que yo también buscaba hacer un corillo) y yo, convencimos a una tercera y nos lanzamos en búsqueda del desayuno añorado. Llegamos al Denny’s de Río Piedras y efectivamente tuvimos que esperar una hora y pico en fila. El restaurante estaba completamente repleto. Incluso, había mesas con grupos de doce personas o más. Una vez terminada la espera, nos sentamos y al llegar la mesera volvimos a activar nuestra incredulidad preguntando: “¿Cómo funciona esto? ¿Cuál es la trampa?” No me culpen, como explicaba Sam Kaul, gerente de uno de estos restaurantes en New Jersey a la cadena de noticias CNN: “lo gratis enloquece a la gente, las personas llaman y preguntan ‘¿cuál es la trampa?’” La mesera nos explicó muy amablemente que no había trampa. El Grand Slam era gratuito aunque los dos huevos debían ser en revoltillo. Sólo teníamos que pagar por nuestras bebidas o si deseábamos alguna otra cosa. Explicadas una vez más las reglas del juego y ya estando en el lugar, cada uno de nosotros pidió un plato e intentamos devorarlo por completo. Ya a la mitad ninguno podía seguir comiendo. Por mi parte, no puedo asegurar si lo que me impulsaba a continuar devorando el último panqueque que me restaba era el pensar en los pobres niños que no tienen que comer mientras botarían las sobras de mi plato o el hecho de que lo gratuito hay que aprovecharlo por completo. Los rostros de todos los que comían a mi alrededor parecían compartir esta misma preocupación. Nadie quería dejar algo en el plato, aunque al final, la mesera nos dijo con compasión que casi nadie lo había logrado. Al final, pedí lo que restaba de mi batida de chocolate para llevar y pagamos la cuenta, que entre los tres fue de diez dólares. Nada mal para una comida completa que te dejó tan lleno que casi no puedes levantarte de la mesa. Ahora bien, mi incredulidad en el fondo tenía algo de razón, si bien el Grand Slam había sido regalado, no había resultado gratis. Olvidémonos de casos como el de las decenas de vehículos remolcados en Texas por haber sido mal estacionados y las multas de más de doscientos dólares, los gastos en gasolina u otros costos prácticos. Si bien la comida fue gratis, las bebidas no lo fueron y como uno tiene en mente que ya no está pagando por el plato, se da lujos como el de mi batida (o en muchos casos, postres o aperitivos). Más aún, casi cuatro horas después, todavía me dolía el estómago y me mataba la acidez por mi gula cachetera desmedida. Mi cuerpo se encargó de cobrarme lo que fue un regalo por parte de Denny’s.