Sócrates, el dominicano Abre la yola el océano. Allá, la patria abandonada, La ruina del pasado en la palabra. En el horizonte: otra isla. Ruge la mar embravecida. El violento mar ya no es origen, Sino fin posible agotando su presente. Hace frío. La yola se desborda en un río de vómitos, Gritos, Llantos. El horizonte es el aquí, el allí, Aquel es ahora, Inmediato Como el infierno. Un hombre es lanzado a las aguas infectadas, El mareo suaviza su carne Las fauces del escualo consumen su cuerpo. La yola no conoce aquella ola donde termina su devenir. Una mujer y una niña entre las aguas. Piensa Sócrates: En una orilla un hombre deja mis dineros en un par de piernas, Seguro sonríe. En otra orilla me espera el oprobio: la ley de extranjería. Sócrates accede por fin al misterio, Una salada sombra consume su omnisciencia. Del poemario Letal ©. Una primera versión de este poema apareció en la Antología de la Poesía del Siglo XXI, editada por Julio Ortega en 1998. Tema del amo y del esclavo (Port au Prince, Haití, circa 1989) Esclavo Argamasa del suplicio es la cadena, El misterio de mi cuerpo es mi condena, Cuando se aleja la tierra con sus luces En la batalla concluida por el viento. Y he aquí los trabajos de la silueta, La escritura de mi nombre en el sudor, El deseo de una muerte acompasada En la profecía de mis manos desatadas. No hay dios posible, Porque de amargos amoniacos han llenado mi boca Al colmarse las ajenas horas de mi frente. Otro sonríe, Sí, patéame, reza con solemne semblante Y esgrime la rosa de la burla en diestro brazo. Cada bofetada es virgen madre de mi furia, Cada mirada sobre el hombro es dulce flecha de venganza. Ya robo, Y en justiciero incendio arraso con el trazado de las calles, Y orino en las fauces de tu templo, Cuando se fuga mi memoria Hacia la eterna libertad de la muerte. Amo Mi reino por un caballo, Mis violadas doncellas por todo el oro. ¿Adónde el hedónico goce de la ganancia? ¿Adónde los interminables días del ocio acompasado? El fuego se ha posado sobre mis ojos, Y sutiles llamas consumen mi aposento. Fui buen padre Y entre Ellos propagé la Razón Divina De la Casa Organizada por encomienda del Supremo. Ahora mi ruina es laberinto de oscuras caravelas, En este océano de lo incierto. Unos cuantos muebles y el oro de mi fama es el único sobrante. Todo se fuga, De ello no hay duda. Sin embargo: Mi mano sujeta la herida acicalada Y predispone mi abierta sed de venganza. No podrás derrotarme, Ya he sido tu esclavo en la miseria. Que mejor es tener la furia acumulada entre los dientes, Que perder el silencio en un instante. Por ello te buscaré allí, Donde mora tu alma libre. Soy oscuro recinto de alguna razón residenciada en tu intelecto. Yo soy la muerte Y hacia mí corres, cual vil esclavo. del poemario Letal. ©