“La policía detuvo a un individuo luego de comprar un saquito de pasto, en esa misma esquina”, señala con la trompa doña Tita. “Intervino con él un agente sin uniforme, un gigante si me preguntan. Tenía que medir como seis pies y medio, y pesar como 325 libras”. Así nos describe lo primero que vio doña Estela el pasado domingo, cuando estaba tendiendo los uniformes de los nietos en el patio que da para la acera. “Al segundo llega otro policía, esta vez estatal, y del tamaño de los que usan para la división de impacto, lo que llamaban antes la fuerza de choque, ¿te acuerdas?”, me contó Estela con gran confianza. A pesar de que el informe policiaco habla de la falta de testigos y de la agresión por parte del individuo, entre otras cosas, este reportero preguntó a todos los vecinos de la calle, para aclarar sus dudas, y descubrió una historia muy diferente. Mi carné ( y no me refiero al que dice prensa y está firmado por un funcionario de tercera del Gobierno), me da acceso privilegiado a ciertos rincones hechos de planos, líneas y puntos, y a memorias de privilegiados. Así que aquí les traigo mi reconstrucción del evento presenciado por todo Tras Talleres, en una apacible tarde en plena calle, un jueves. El uniformado se le para de frente a éste peculiar individuo que llevaba evidentemente un saquito de pasto entre los dientes. El policía le ordena entregar lo que tiene. El hombre, que acababa de comprar su pastito en el punto sin ningún problema, y que no creía estar haciendo nada en contra de la ley que lo gobernaba personalmente, se detuvo tranquilo y en silencio. Al pequeño hombre nadie lo había visto antes. “Tenía que ser extranjero”, coincidieron todos los encuestados. “No era un tipo cualquiera, no era normal”, repitieron otros. Delgado y vestido de negro, con boina calada y un bigote de gato en celo, aquel diminuto ser en apariencia agonizante, alzó las manos en el aire, y salió a volar en una nube de humo y chispas de fuego. El pequeñito saco de yerba, voló en el aire y nadie nunca lo encontró. Lo sé porque hasta yo busqué. En el acto desaparecieron con la misma explosión de humo y fuego, el mago, el pasto, y el orgullo de los policías que se quedaron tosiendo, y casi ciegos en el suelo. Cuentan los vecinos que el encubierto le dice al que intervino con el Mago: “Ese tipo tiene que ser mago”. Dicen que el otro lo miró y suspiró abatido: “¡Hizo que explotara en el aire el saco de marigüana, y luego desapareció como un Ninja! ¡Es sorprendente!” En tanto, el guardia gigantesco, con una lentitud inadecuada, y con una calma de estupefacto relató que “daba la sensación de verlo caminando bajo el agua”. El dueño de la barra escuchó clara e inconfundiblemente en la misma esquina del lugar de los hechos cuando el agente encubierto le dijo al gigantón en un repentino ataque de entusiasmo: “¿Sabes?, yo he visto muchos magos en mi vida, haciendo desaparecer de sus manos monedas. Quizás, no sé…, tal vez deberías buscarte detrás de la oreja”. *El autor es escritor.