El Tiempo está borracho y arrebatao y tiene pisao el acelerador de su Camaro. Choca con todo y todo lo deja atrás, desde escenas de accidentes hasta sitios donde poder mear, comer, chichar y descansar. El camino se hace más desconocido. No veo la “R” en su transmisión, y detrás de ésta no hay emergencia. Me asomo abajo, no existe el freno, sólo ese acelerador que jamás ha conocido cese o disminución en la presión. Desesperado, pensé en saltar, pero decidí tomar una botella de ginebra de su abundante cargamento en el asiento de atrás, que tiene en su fragancia la nobleza del cuero viejo que se preserva sin pretensiones de museo. Destaparla y botar la tapa. Le digo, “it’s gone, outta here”, y el tiempo se ríe. Corto tiempo. Sus ojos infestados de melancolía, sonríen, y sé en ese instante que está tarareando una tonada lenta y triste dentro de su cráneo. Me doy un cañonazo de la botella, prendo un cigarrillo y empiezo a disfrutar el viaje y ser feliz con los colores del desierto al atardecer, los absolutos vermejos y violáceos del atardecer. Ante esa plena inmensidad no hay velocidad ni desplazamiento ni cuerpo que se desplaza. Prendo el radio, la música es hermosa (quizás sea la tonada que tararea el tiempo dentro de sí, y quizás el radio sea otra boca del Tiempo) y el presente es eterno, tanto que ya no es presente, o que todo lo es… El autor es escritor