¿Quién es la Petra? Una joven que admite no tener identidad. Dice usurpar de vez en cuando algunas personalidades. Mientras tanto, ella responde a este nombre, al que apellida García. Ha trabajado como periodista, pero ahora se dedica a su blog, en el que escribe lo que piensa y se expresa como crea. Al tiempo que disfruta de una experiencia única por los lares del Sur de Corea, nos trae una muestra de su aventura. Aquí le dejamos una de sus notas recientes publicadas en dicelapetra.com.
Las fotos de ésta se las debo. Pues, la cámara que compré hace a penas dos meses me estaba dando problemas y la tuve que llevar a la garantía. No será hasta finales de esta semana que me la entregan…
Pero vamos que no es tan difícil imaginarse una vieja cincuentona, conservadora como la mayoría de las coreanas – y menos cuando son de áreas rurales como donde yo vivo – corriendo bajo el estado de embriaguez por una avenida principal de este pequeño pueblo.
Había querido invitar a la señora Jang a comer desde que me adoptó aquel primer día que me llevó a las terapias de acupuntara. Después de casi un mes, finalmente pudimos ir a comer la velada del pasado jueves.
Esto sí que fue toda una aventura.
Misis Jang invitó a las dos enfermeras de la clínica que también se han encariñado conmigo y se pasan diciéndome “ai lov yu Melissa”. Y que al parecer son sus cómplices pa’ tratar de convencerme de que la bicicleta es peligrosa y que me puedo lastimar.
Bueno, que sólo fuimos tres porque una de ellas tenía un deit con el esposo.
Tan pronto salimos del consultorio, la enfermera se transformó casi estilo guander wuman y ese atuendo tradicional y recatado que lleva a diario había desaparecido. Tenía, entonces, unos pantalones cortos, unas botas vaqueras que le cubrían casi hasta las rodillas y una linda camisa.
Abordamos un taxi y fuimos algunas cuadras más abajo para comer cerca de donde estacionaba mi bicicleta porque antes de la terapia no la había podido buscar.
Entonces, Misis Jang cruzó la calle y se sentía bien gangsta porque lo había hecho sin la señal de tránsito que da paso a los peatones. ¡Qué pavera me ha provocado!
El menú fue una exquisita carne de cerdo, mejor conocida como samgyeopsal (삼겹살), y como todo evento coreano estuvo acompañado de cerveza y soju.
Terminada la cena, que se extendió por más de una hora entre clases de coreano, buenas charlas sobre las diferencias culturales que fluían entre el inglés y el hangukmal, mis viejitas estaban ya bastantes pica’s porque se lo habían bebido casi to’. Y es que como conductora responsable no bebo mucho mientras tengo el volante.
Ya esa lección la aprendí.
“Apúrate que se te hace tarde”, me decía la enfermera como buena surcoreana que valora el matrimonio sobre todas las cosas.
Sin embargo, Misis Jang, decía coincidir conmigo: el papeleo legal no es la única forma de consumar una relación amorosa y por tanto, no le pondría presión a su hija.
Espero que sea tan radical como se pinta. Pues, pa’ los que no saben, acá todavía es muy popular que los padres arreglen los matrimonios. Demasia’o importa para el orgullo familiar lo que opine la gente de una jamona o de un novio “queda’o”.
Bueno, que cuando nos fuimos, Misis Jang me pidió que la acompañara hasta su casa que me queda a mitad de camino.
De la nada, ella estaba fajá corriendo retándome a que la alcanzara en la bici. Y cuando les digo fajá, es que sudó todo el alchol que recién había ingerido; estaba empapá.
En la oscuridad de aquella noche bastante solitaria, resonaba el eco de mi voz, motivándola como ella me pidió: wuan, tu, wuan, tu…
Y en ocasiones, cuando alcanzaba a coger aire, ella repetía una y otra vez, “Sank yu, Melissa. Sank yu”.
Ahora, me ha dicho, que cuando me vaya me va a comprar la bici.
Y así dice La Petra.